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Tres coronas para una reina, Ana de Dinamarca (1574-1619)

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Una princesa danesa atravesó el frío mar del Norte para encontrarse con un rey que estaba destinado a unir bajo su cabeza los tres reinos de las Islas Británicas. El entonces rey de Escocia, Jacobo VI, era hijo de María Estuardo, aquella reina escocesa que se enfrentó con la todopoderosa Isabel I de Inglaterra. Tras años de luchas de facciones y conflictos armados defendiendo a una u otra reina, Jacobo se convertiría también en rey de Inglaterra como Jacobo I, consiguiendo el sueño que su madre no pudo alcanzar. Aquella princesa danesa iba a reinar sobre Escocia, Inglaterra e Irlanda. Pero ni su matrimonio fue feliz, ni su afán por controlar los entresijos del poder le valieron para nada más que para conseguir grandes disgustos y fama de excéntrica. La separación de su primer hijo y heredero de unos tronos aun poco afianzados, la sumió en una profunda tristeza que no le impidió mover cielo y tierra para conseguir estar al lado de su vástago. Ana vería morir a muchos de sus hijos, aunque uno de ellos cumpliría con su deber dinástico y se convertiría en Carlos I. Ana vivió sola en su remodelado y renombrado palacio inglés mientras su marido permanecía alejado de ella. Sus diversiones sociales, fiestas y reuniones culturales y artísticas no fueron del agrado de muchos quienes la criticaron de manera implacable. Al final, Ana fue una reina de carácter, que lucho por lo que ella creía justo.

La princesa que debía ser varón
Ana nació el 12 de diciembre de 1574 en el castillo de Skanderborg, en la península danesa de Jutlandia. Era la segunda hija de Sofía de Mecklenburgo-Güstrow y del rey Federico II de Dinamarca y su llegada no fue precisamente celebrada por su padre quien, con dos hijas, deseaba con ansiedad la llegada de un heredero masculino. Tras ella vendrían cinco hijos más, entre los que estaría el futuro rey de Dinamarca Cristián IV. 

Ana pasó su infancia lejos de su tierra natal, en la ciudad alemana de Güstrow, junto a sus abuelos maternos y su hermana mayor Elizabeth. En 1579 volvió a Dinamarca donde esperaría su destino como moneda de cambio en los acuerdos de su padre con otras coronas europeas. 

La prometida de Escocia
El escogido para Ana fue Jacobo, rey de Escocia. El 20 de agosto de 1589, con apenas 15 años, la joven princesa se casaba por poderes en el castillo de Kronborg. Representando a su futuro esposo se encontrada el conde George Keith.

Poco después emprendió un largo y peligroso camino hasta su nueva patria, una travesía por mar en la que la furia de las aguas pudo terminar con la corta vida de la joven princesa y todo su séquito. Recalados en Oslo tras una fuerte tormenta, informado del periplo, el monarca escocés se lanzó al mar en busca de su nueva esposa. El 23 de noviembre se casaba con Ana en el palacio del Obispo de la capital noruega. 

Tras hacer un viaje de cortesía a Dinamarca para conocer a la familia de la novia, Jacobo y Ana volvieron de regreso a Escocia donde fue coronada como la nueva reina de los escoceses el 17 de mayo de 1590 en la Abadía de Holyrood.

El romanticismo fallido
Aquel primer acto de amor en el que Jacobo había salido en busca de su amada para casarse fue un espejismo. A pesar del cariño inicial, pronto llegó el distanciamiento y las relaciones extraconyugales del rey con otras damas como Anne Murray. 

A pesar de la lejanía sentimental, Ana era consciente de su labor como reina. Debía dotar a la corona escocesa de un heredero. Cuatro difíciles años tuvo que soportar la reina sin ver llegar ningún síntoma de embarazo en los que sufrió la presión y las críticas de sus detractores. Finalmente el 19 de febrero de 1594 llegaba el ansiado heredero, el príncipe Henry.

Pero si la felicidad como esposa había durado un suspiro, la alegría de convertirse en madre fue también cosa de momentos. Su marido decidió, para no romper la tradición, que su hijo sería criado por su antigua niñera, Helen Little. Más tarde el pequeño fue trasladado al Castillo de Stirling donde quedó bajo la custodia del conde John Erskine.

Ana, desesperada por volver a ver a su hijo, inició una intensa lucha contra su marido y se rodeó de una facción de fieles seguidores que intentaron en vano conseguir acercar a la reina a su pequeño. Un año después, posiblemente por culpa de la tensión que sufría la reina, sufrió un aborto. Cuando en 1603 Jacobo dejó Escocia acompañado de Erskine para ser coronado rey de Inglaterra tras la muerte de la reina Isabel, Ana intentó otra vez acercarse a su hijo que ya tenía nueve años. Tampoco esta vez consiguió ver a Henry y volvió a sufrir otro aborto.

Al fin, Ana jugó su última carta. Cuando Jacobo le pidió que fuera con él a Inglaterra para ser coronada reina de los ingleses, ella se negó a menos que le dejara ir al lado de su hijo. Así consiguió Ana rencontrarse con Henry y viajar a Inglaterra donde fue coronada el 25 de julio de 1603.

A pesar de que Ana había logrado su objetivo, el matrimonio con Jacobo estaba condenado. Ana se instaló en Londres mientras Jacobo volvía a su mansión de Royston. Ana amplió su residencia londinense, la Somerset House y la rebautizó como Denmark House. Allí empezó una vida disipada y extravagante organizando fiestas y convirtiéndose en una importante mecenas de las artes. 

Jacobo y Ana se vieron pocas veces pero llegaron a concebir hasta siete hijos. Solamente sobrevivieron tres de sus vástagos. De ellos, el príncipe Henry, por el que tanto había luchado en el pasado, moría en 1612, sumiéndola en una profunda depresión. La princesa Elizabeth marchó de su lado en abril de 1613 para casarse con el Elector del Palatinado así que sólo le quedaba Carlos, que llegaría a ser rey como Carlos I de Inglaterra. 

El 2 de marzo de 1619 la reina Ana moría de hidropesía tras años de lucha contra su terrible enfermedad. Jacobo la visitó en contadas ocasiones pero se mostró afectado por el fallecimiento de su esposa, quien sería enterrada en la capilla del Rey Henry en la Abadía de Westminster el 13 de mayo de aquel mismo año.


 Si quieres leer sobre ella 


Encyclopedia of Women in the Renaissance: Italy, France, and England, Diana Maury Robin,Anne R. Larsen,Carole Levin


La esposa respetada, Emma Darwin (1808-1896)

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Cuando Emma Wedgwood se casó con su primo Charles Darwin, una de las cosas que más le preocupaba era su falta de fe. Miembro de la iglesia unitaria, Emma era una mujer piadosa, con profundas creencias, que había tenido una vida feliz y se había dedicado a cultivarse y a cuidar de los demás. Charles Darwin era un hombre de ciencia, obsesionado por la investigación y cuya única religión era lo que veía y experimentaba. Una vez casada con Darwin, Emma estuvo siempre a su lado, y a pesar de sus temores, fueron ejemplo de amor y respeto para los demás. 

La bella inglesa que aprendió de Chopin
Emma Wedgwood nació el 2 de mayo de 1808 en Maer Hall, Staffordshire. Sus padres eran Josiah Wedgwood II y Elizabeth Allen. La pareja tuvo siete hijos, de los cuales Emma era la más pequeña. La familia Wedgwood no pertenecía a la aristocracia pero había progresado en los negocios gracias a la fábrica de cerámica fundada por el abuelo de Emma. La familia Wedgwood pertenecía a la iglesia Unitaria, una rama del cristianismo que no creía en la Trinidad de Dios. 

Charles Darwin
Emma estuvo un tiempo viviendo en un internado londinense junto a su hermana Fanny donde recibió una buena educación. Pero lo que marcó verdaderamente su infancia fue el largo viaje que emprendió junto a su padre y sus hermanas por distintos lugares de Europa. En París tuvo el honor de recibir clases de piano de manos del gran compositor Frédéric Chopin. La familia Wedgwood visitó también otros lugares como Roma, Florencia, Ginebra o Milán.

De vuelta a su hogar, Emma rechazó varias propuestas de matrimonio para centrarse en el cuidado de su madre que se había quedado postrada en la cama y de su hermana mayor Elizabeth que sufría de enanismo y una severa curvatura de la columna.

La propuesta de un primo ateo
Mientras Emma vivía su vida en Europa y cuidando de su familia, su primo Charles había emprendido un largo viaje de cinco años en el Beagle, un bergantín que se dirigió rumbo a Sudamérica. Durante aquel viaje, Darwin había recibido el encargo de realizar investigaciones geológicas y catalogar distintas especies. Un viaje al cual se había opuesto su propio padre y cuyas discusiones Emma había presenciado en agosto de 1831.

Down House

Charles volvía a Inglaterra en 1836. Dos años después, el 11 de noviembre de 1838, proponía a su prima Emma matrimonio. Ella aceptó y se casaron el 29 de enero del siguiente año. Después de un breve periodo de tiempo viviendo en Londres, la pareja se trasladó a vivir a Kent, a una casa conocida como Down House donde vivieron una larga vida de casados que duró más de 40 años. En ese tiempo, Emma y Charles tuvieron diez hijos. Vieron morir prematuramente a dos de ellos, uno siendo un bebé y una niña de apenas diez años de edad, pérdidas que afectarían profundamente a la vida de sus padres. Los hijos que sobrevivieron fueron educados de manera respetuosa y sin autoritarismos, algo poco común en aquella época. Emma no sólo se hizo cargo de sus hijos sino que también cuidó con gran dedicación a su esposo, aquejado de una extraña enfermedad que le hacía sufrir dolores de cabeza y distintas afecciones, sobretodo en los momentos de mucho trabajo y tensión. 

Las distintas creencias de Emma y Charles, una ferviente religiosa y un convencido escéptico no fueron problema para ellos. El respeto fue el secreto de aquel matrimonio que terminó el 19 de abril de 1882 con la muerte de Darwin.

Emma aun le sobreviviría unos años en los que permanecería en su hogar de Kent solamente a temporadas. En ciertas épocas del año se trasladaba para poder estar cerca de sus hijos. 

Emma Darwin moría el 7 de octubre de 1896 a los 88 años de edad. 

La educación femenina, María de Maeztu (1881-1948)

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En aquellos años de finales del siglo XIX, el acceso de las mujeres a la enseñanza universitaria continuaba siendo algo extraño y reservado a unas pocas valientes que se adentraban en aquellas aulas atestadas de hombres disfrazadas como ellos para aprender como ellos. A pesar de que a partir de 1888 las mujeres podían acceder libremente a la formación universitaria, su presencia en las aulas tardaría mucho en ser algo común e incluso masivo en nuestro país. 

En aquellos tiempos en que la mujer era definida como el ángel del hogar, universo en el que debía permanecer, una mujer María de Maeztu, junto con otros destacados nombres de escritoras, políticas e intelectuales feministas, trabajaron toda su vida por defender la enseñanza libre para ellas. De hecho, aquellas pioneras de la educación estaban formando una élite femenina preparada para ocupar posiciones importantes en el mundo intelectual y político de la Segunda República1.

En la escuela de mamá
María de Maeztu Whitney nació en Vitoria el 18 de julio de 1881. Sus padres eran Manuel de Maeztu Rodríguez y Juana Whitney. Él de origen cubano-español, ella hija de un diplomático inglés, se conocieron en París y se fueron a vivir juntos a Vitoria. La pareja tendría cinco hijos, Ramiro, Ángela, Miguel, María y Gustavo.

Los hijos de la familia Maeztu quedaron huérfanos de padre en 1894. La muerte de Manuel no sólo dejó a su mujer y sus hijos desolados sino que tuvieron que enfrentarse a la ruina económica debido a la pérdida del patrimonio que la familia tenía en Cuba. 

Juana Whitney decidió entonces trasladarse a Bilbao donde fundó una residencia de señoritas, un centro cultural en el que las mujeres que quisieran podían estudiar. Mientras tanto, su hija María cursó sus estudios de Magisterio y Derecho y colaboró con su madre en la organización de la residencia. 

Una pedagogía propia
En 1902 María estaba preparada para ejercer su profesión de maestra que inició en una escuela pública bilbaína. La nueva profesora ejerció la docencia de una manera original y diferente a como se conocía hasta el momento. Con clases al aire libre y renovados métodos memorísticos, María apostó por una educación laica con unos principios pedagógicos basados en su famosa frase: 

Es verdad el dicho antiguo de que la letra con sangre entra, pero no ha de ser con la del niño, sino con la del maestro.

Su tarea como maestra la alternaba con conferencias en distintos lugares de España y posteriormente de Europa y el mundo. Defensora de la igualdad de hombres y mujeres en capacidades y derechos, María dejaba a su público hipnotizado con sus palabras y su talento para la oratoria. En 1908 formó parte de la Comisión nombrada por el Gobierno para el certamen pedagógico de Londres en calidad de observadora. Aquella experiencia le sirvió para conocer otros métodos de enseñanza y otras visiones de la escuela más progresistas y avanzadas que las que se experimentaban en la España de principios del siglo XX.



Las señoritas de María
En 1915 y con una holgada y exitosa carrera a sus espaldas, María fundaba en Madrid la Residencia Internacional de Señoritas. El nuevo centro cultural acogía a estudiantes que cursaban su formación universitaria en Madrid así como a intelectuales extranjeras que visitaban España. María consiguió crear un ambiente culto y erudito en el que las mujeres daban rienda suelta a sus conocimientos y se organizaban veladas intelectuales en las que se acogían a contertulios masculinos de la talla de Lorca, Ortega y Gasset o Azorín. En 1932 Federico García Lorca leía en el salón de actos de la residencia su Poeta de Nueva York.

Directora de un pionero instituto
El prestigio de María y su residencia crecía cada vez más. En 1918 cuando se creaba un Instituto-Escuela como ensayo pedagógico de Segunda Enseñanza, ella fue llamada a dirigir la Sección Primaria junto con otras maestras de prestigio2. El instituto fue un experimento educativo en el que se intentaba hacer aprender a los alumnos mediante métodos pedagógicos muy similares a los defendidos por María. 

El liceo femenino
Trabajadora incansable, en 1926 María de Maeztu pasaba a dirigir en Madrid el Lyceum Club Femenino, una institución cultural y educativa que tenía las mismas características que otros liceos fundados anteriormente en Europa. El Lyceum, organizado gracias al trabajo de un grupo de mujeres de gran prestigio intelectual tuvo un gran impacto en el panorama cultural español3. El Lyceum tuvo una corta vida. Después de soportar continuos ataques de los sectores más conservadores, en 1939 sería confiscado por Falange y se convertiría en el Club Medina, fundado por la Sección Femenina. 

Mientras el Lyceum seguía su andadura cultural, María de Maeztu no dejó de viajar por el mundo dando conferencias y recibiendo reconocimientos como su nombramiento como profesora extraordinaria de la Universidad de Columbia en 1927 o su nombramiento como doctora Honoris Causa del Smith College.

El declive cultural
A las puertas de la Guerra Civil española, el trabajo de María empezó a verse amenazado, así como su propia familia. El 31 de julio de 1936 su hermano el escritor Ramiro de Maeztu era detenido y encarcelado para ser fusilado el 29 de octubre de ese mismo año. Un duro golpe para María que decidió abandonar España e instalarse en Buenos Aires donde continuó con su trabajo docente. 

María de Maeztu volvería a pisar su tierra natal muchos años después a causa de otras noticias tristes, la muerte de su madre en 1945 y de su otro hermano, el pintor Gustavo de Maeztu en 1947. Poco después volvía a cruzar el océano para no regresar jamás. 

El 7 de enero de 1948 fallecía en Mar de la Plata. Su cuerpo sería repatriado para descansar en el mausoleo de la familia Maeztu en Estella. 

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Historia de las mujeres en España y América Latina. Vol IV, Isabel Morant. Pág. 106
Mujeres para la historia: La España silenciada del siglo XX, Antonina Rodrigo Pág.. 41
Ídem, Pág. 45


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Mujeres para la historia: La España silenciada del siglo XX
Antonina Rodrigo 

Cartas desde Estambul, Lady Mary Wortley Montagu (1689–1762)

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La literatura epistolar es un género que nos permite conocer de primera mano la vida de muchos personajes históricos. Las cartas que algunos de ellos escribieron para sus seres queridos o conocidos, nos ayudan a sumergirnos en mundos pasados relatados en primera persona. Desgraciadamente no todas las cartas que se escribieron han permanecido hasta nuestros días. Muchas se perdieron y otras se quemaron voluntariamente. 

En 1763 aparecía la primera edición de Embassy Letters, una recopilación de cartas escritas por la mujer del que había sido embajador inglés en Turquía. Unas cartas que su propia hija había intentado por todos los medios que no salieran a la luz porque relataban la vida de su madre, Lady Mary Wortley Montagu, una mujer rebelde, demasiado moderna para su tiempo, que vivió una vida escandalosa para unos y apasionante para otros. Lady Mary se adentró en el secreto e imaginado mundo de los harenes orientales y relató en su correspondencia su vida en la enigmática Estambul. La vida de la señora Montagu estuvo llena de rebeldía, escándalos y afán de libertad, algo que una mujer del siglo XVIII podía conseguir sólo a cambio de poner su propia existencia en tela de juicio.

Elegancia rebelde
Mary Pierrepoint nacía un 26 de mayo de 1689 en Londres, en uno de sus barrios más selectos y elegantes, Covent Garden. Su padre se llamaba Evelyn Pierrepoint y era conde de Kingston. Estaba casado con Mary Fielding, hija de un conde y familia lejana del escritor inglés Henry Fielding. Mary era la mayor de cuatro hermanos, tres niñas y el pequeño William. Tras el nacimiento del benjamín, en 1693 fallecía lady Fielding dejando a Mary huérfana con apenas cuatro años de edad. 

Los pequeños Pierrepoint se trasladaron a vivir con su abuela paterna, Elizabeth, en una bonita casa de campo en West Dean. Aquellos no fueron años felices para Mary que tuvo que soportar una estricta educación por parte de su abuela, su tía y una institutriz francesa rígida y estricta. Mary pasó en West Dean sus primeros ocho años de vida, rodeada de reglas y normas estrictas y del empeño de sus educadoras de convertirla en una dama de la alta sociedad. 

En 1699 moría Elizabeth Pierrepoint y los pequeños hijos del conde de Kingston tuvieron que volver a cambiar de residencia. Mary y sus hermanos se instalaron entonces en Nottingham, en una mansión conocida como Thoresby Hall. Allí Mary fue un poco más feliz porque pudo disfrutar de la espléndida biblioteca de la mansión y porque su padre podía visitar a sus hijos con más frecuencia.

Mientras sus institutrices se empeñaban en continuar haciendo de Mary y sus hermanas unas damas dignas de su estatus, ella se adentraba en las páginas de los libros de la biblioteca familiar. Así aprendió latín, francés y conoció la obra de autores como Ovidio o Molière. Su formación autodidacta dio pronto sus frutos y en 1703 empezó a escribir poesía, ensayos y sátiras.

Cuando Mary se convirtió en una elegante dama de dieciocho años, empezó a ejercer de anfitriona en las veladas que organizaba su padre en las que asistían políticos, literatos y personalidades destacadas de la alta sociedad londinense. 

Matrimonio rebelde
Lady Mary se había convertido en una bella dama en edad de contraer matrimonio y no le faltaron pretendientes interesados en emparentar con la rica y prestigiosa familia de los Pierrepoint. Pero la hija mayor de Evelyn no se lo iba a poner nada fácil. 

La persona elegida por Mary no fue en absoluto del agrado de su padre. A pesar de ser alguien de buena familia, con una carrera reputada como político, Edward Wortley Montagu, once años mayor que su hija, no fue bien aceptado. Además de la falta de simpatía hacia Edward, el joven pertenecía a una familia de rancio abolengo con títulos nobiliarios pero escasa fortuna económica para aportar una buena dote al matrimonio.

Así, en 1710, mientras su padre intentaba llegar a un buen acuerdo matrimonial con Edward, Mary fue trasladada de nuevo a Weast Dean. La joven aguantó allí dos largos años hasta que decidió que ya no soportaba más aquella situación y el 21 de agosto de 1712 la joven e impetuosa Mary saltaba por la terraza de su casa y huía en un coche de caballos. Aquella huida novelesca le valió el rechazo total de su familia que la desheredó de inmediato.

Pero aquel idilio de cuento de hadas que empezó de un modo tan original no seguiría por buenos derroteros. La pareja se fue distanciando al poco de haberse casado en secreto en Londres a causa, sobretodo, de la obsesión de su marido por su propia carrera política. A pesar de todo, los entonces señores Montagu tuvieron un hijo, el 16 de mayo de 1713 al que llamaron Edward como su padre y años después, ya en Estambul, nacería su segunda hija que recibiría el nombre de su madre. 

Tras años de desencuentros entre la pareja, en 1716 su destino daría un giro de 180 grados. Sir Wortley era nombrado embajador en Estambul y representante de la Compañía de Oriente. 

Rebeldía en Oriente
La posibilidad de viajar hasta Turquía y conocer de primera mano aquellos parajes que sólo conocía por los libros que había ojeado de niña hizo renacer a Lady Mary. El 1 de agosto de 1716 la familia Wortley Montagu con el pequeño Edward de tan sólo cuatro años de edad, partía de Londres rumbo a la Sublime Puerta.

El viaje por tierra atravesando media Europa duró casi un año. En ese tiempo visitaron distintos lugares de Alemania y Austria y permanecieron un tiempo en Edirne. Los pormenores de la primera parte de su aventura oriental fueron detallados por carta a su hermana Lady Frances a la que seguiría escribiendo durante todo el tiempo que permaneció en Estambul. En aquellas letras Lady Mary relató su visita a un auténtico harén, algo que marcó su viaje pues pudo comprobar de primera mano la realidad de aquellos misteriosos lugares relatados por hombres que más bien los habían soñado que observado de primera mano.

El 1 de junio de 1717 Lady Mary pisaba al fin Estambul. La familia del nuevo embajador se instaló en un bello palacio del siglo XVII situado en el barrio de Pera. Pero Lady Montagu no permanecería recluida tras los muros de aquella vivienda suntuosa. Lady Mary hizo uso de las costumbres turcas de cubrir a las mujeres con un velo para ocultar su identidad y poder adentrarse en la verdadera vida de la ciudad. 


Lady Mary se sumergió de lleno en la vida oriental y adoptó incluso su manera de vestir. La esposa del embajador pasó el tiempo disfrutando de los lujos ofrecidos por el sultán, adentrándose en el gran laberinto del Gran Bazar, sumergiéndose en los harenes de la ciudad y relatando a sus amigas inglesas y a su querida hermana aquella fantástica existencia. En 1718 nacía su hija, Mary, hecho que no le impidió continuar con su ajetreada vida social.

El final de un sueño
Aquel mismo año Mary recibió la triste noticia de la cesión de su esposo de sus cargos en Estambul. El 5 de julio terminaba su aventura oriental. Aun tardarían un tiempo en volver a Londres porque hicieron varias escalas en el camino. Una de ellas, en París, donde Mary pudo rencontrarse con su hermana Frances, con la que había mantenido su relación gracias a las cartas. 

El viaje terminaba definitivamente el 2 de octubre de aquel mismo año cuando la familia Wortley Montagu llegaba a Londres. Mientras su esposo de volvió a centrar en su carrera política, Lady Montagu disfrutó de su éxito como escritora. 

La cura de la viruela
Poco tiempo después, en 1721, toda Inglaterra sufrió el duro golpe de una gran epidemia de viruela. Mary había conocido en Estambul la técnica de inoculación como vacuna eficaz contra esa enfermedad. Ella misma había sufrido sus consecuencias en 1715 y, aunque había podido sobrevivir, las marcas en su cara le recordaron toda su vida aquel terrible trance que se había llevado a su hermano años atrás. Lady Mary no había dudado de los médicos turcos y había pinchado a su propio hijo una aguja con viruela para hacerle inmune a la enfermedad. 

Ya en Londres, y con la amenaza de la viruela en todos los rincones del reino, Lady Mary intentó convencer a las autoridades sanitarias de la fiabilidad de la inoculación. A pesar de que consiguió su cometido, la opinión contraria de la iglesia, que tachó el método de herejía musulmana, hizo volver a los médicos a sus antiguos e inefectivos procedimientos.

El final rebelde de una dama rebelde
Con un matrimonio roto, un hijo del que sólo recibía disgustos y una hija casada en Escocia, Lady Mary encontró consuelo en la poesía y en los brazos de un poeta veneciano, Francesco Algarotti. El joven escritor, 24 años menor que ella y con unas tendencias sexuales dudosas, utilizó el entusiasmo y apasionamiento de su amada para conseguir favores en la corte inglesa.

Cegada por el amor de Algarotti, Lady Mary se fugó por segunda vez en su vida. El destino era Venecia, donde pensaba encontrarse con su galán. Pasó años esperando durante los cuales se convirtió en una dama admirada por los círculos literarios venecianos. Pero al final, en 1741, cuando se encontró con Algarotti en Turín se dio cuenta de que su amor iba a ser imposible. Lady Mary ahogó su profunda decepción amorosa en una vida itinerante. Pasó años viajando por distintas ciudades europeas hasta que decidió volver a Londres tras la insistencia de su hija, la entonces Lady Bute. Cuando Lady Mary pisaba de nuevo Londres, en enero de 1762, era ya una mujer viuda. Su marido había muerto hacía tiempo con más de 80 años.

En el viaje de vuelta a su país, Lady Mary había conocido a un clérigo inglés llamado Benjamín Sowden a quien decidió confiar toda su correspondencia de los años vividos en Turquía. Lady Mary autorizaba al reverendo Sowden a publicarlas solamente después de su muerte si así lo consideraba oportuno.

El 21 de agosto de 1762 después de luchar contra un cáncer de pecho, moría rodeada de su hija y sus nietos. 

Desaparecida Lady Mary, su hija se dispuso a recuperar las cartas que no quería que nadie publicara por miedo al escándalo. Cuando las consiguió le tranquilizó ver que no tenían nada de lo que se pudiera arrepentir. Sin embargo, cuando en 1763 se publicó la primera edición de las cartas de su madre, probablemente copiadas mientras estuvieron en manos del reverendo Sowden, Lady Bute no aceptó con agrado el éxito de las mismas. 

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Damas de Oriente, Cristina Morató








Viajeras intrépidas y aventureras, Cristina Morató

El Homero femenino, Anite de Tegea (Siglo III a.C.)

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Así describía en el siglo primero de nuestra era el poeta Antipater de Tesalónica a Anite de Tegea, una poetisa de origen griego que vivió en el siglo III antes de Cristo. La obra de Anite es incluso más completa que la de la famosa Safo, al menos lo que nos ha llegado de sus versos. Anite escribió epigramas, epitafios, celebraciones de guerras y poesía bucólica que inspiraría en futuro género pastoril. Sus versos sobreviven gracias a su inclusión en la Antología griega. De su vida, poco o nada se sabe.

La musa terrenal
Anite de Tegea habría nacido y vivido en Tegea, una ciudad griega situada en Arcadia, una zona montañosa del Peloponeso. Considerada como una de las nueve musas terrenales, según el mismo Antipater de Tesalónica, de ella han sobrevivido 18 epigramas escritos en dialecto dórico recogidos en la Antología Griega; otros 6 son de dudosa atribución. 

Su obra se centró en epigramas y epitafios, versos breves gravados  a menudo en lápidas funerarias aunque no todos tenían este destino fúnebre. Los epitafios de Anite solían estar dedicados tanto a hombres como a mujeres aunque también a animales y a la naturaleza, iniciando una tendencia de poesía pastoril ampliamente explotada por futuros poetas.  

Apenas unos pocos versos permiten mantener viva la memoria de Anite de Tegea, puede que una de las más importantes escritoras de la Antigua Grecia.

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Women in the Ancient WorldJoyce E. Salisbury

Una comadrona de novela, Jennifer Worth (1935-2011)

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A lo largo de la historia, la llegada de un bebé al mundo ha sido tradicionalmente algo exclusivamente femenino. Desde el principio de los tiempos, ese momento íntimo, mágico y trascendental en la vida de una mujer, lo vivía rodeada de madres, hermanas, amigas y comadres. Muchas de aquellas mujeres que asistieron a infinidad de partos recogieron a sus espaldas años de experiencia y se convirtieron en parteras. Durante siglos fue prácticamente el único ámbito en el que los hombres, médicos, no tenían demasiada voz. E incluso cuando estos invadieron ese espacio tan femenino y quisieron relegar a las comadronas y parteras a un segundo plano, éstas continuaron siendo indispensables. Su experiencia, conocimientos y talento siguieron acompañando a las mujeres hasta incluso nuestros tiempos modernos. Pocas fueron las comadronas que pasaron a la historia con nombre propio. Hace un año fallecía una de ellas, Jennifer Worth, quien no sólo fue una excelente comadrona en la Inglaterra de la postguerra en los años 50 sino que inmortalizó su experiencia en una trilogía que se ha convertido en éxito de ventas en su país natal. ¡Llama a la comadrona!, el primero de esos libros, ha tenido una muy buena acogida en España. 

La secretaría que quiso ser comadrona
Jennifer Lee nació el 25 de septiembre de 1935 en Clacton-on-Sea, Essex, durante las vacaciones de sus padres. La infancia de Jennifer transcurrió en la ciudad de Amerscham, en Buckinghamshire y estudió en la escuela Belle Vue hasta los 14 años. 

Después de estudiar taquigrafía y mecanografía, trabajó como secretaría en una escuela de gramática de Amersham. Sin embargo aquel empleo no llenaba a Jennifer y decidió aprender enfermería. Pronto entró a trabajar como tal en el Hospital Royal Berkshire aunque terminó trasladándose a Londres donde iniciaría su carrera como comadrona.



Ya en los años 50 Jennifer Lee entró a trabajar en el Hospital londinense de Whitchapel. Durante aquel tiempo en el que era una jovencita de 22 años, Jennifer empezó a colaborar con una comunidad de monjas anglicanas de la congregación de Saint John the Divine en East End. Con ellas ayudaba a las personas más necesitadas del distrito de Poplar, uno de los más castigados por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Jennifer también trabajó en el Hospital Elizabeth Garrett Anderson y en el Hospital Marie Curie. 

Esposa y concertista
En 1963 Jennifer Lee se convertía en la señora de Philip Worth con el que tendría dos hijas, Suzannah y Juliette. Jennifer aun trabajaría diez años más como comadrona. Pero en 1973 decidió retirarse y dedicarse a su otra gran pasión, la música. Un año después se licenciaba en el London College of Music y se dedicó a dar clases de piano y canto. Durante muchos años dio conciertos como solista y con distintos coros en Inglaterra y el resto de Europa. 



Una comadrona de novela
En el año 2002 se publicaba en Inglaterra Call the Midwife (en España ¡Llama a la comadrona!), el primer libro de una trilogía en la que Jennifer Worth decidió inmortalizar sus experiencias siendo una comadrona en la Inglaterra más deprimida del siglo XX. El libro fue un éxito de ventas. En 2005 se publicaba Shadows of the Workhouse y cuatro año después Farewell to the East End

Un año antes de morir aún escribiría In the Midst of Life, un texto relacionado con su última experiencia con la enfermedad terminal que terminaría con su vida el 31 de mayo de 2011.

Jennifer Worth consiguió que su profesión ancestral no sólo fuera reconocida como una de las más importantes para las mujeres sino que lo hizo consiguiendo que sus experiencias noveladas sean un auténtico éxito editorial. Tal ha sido la repercusión de su obra que la BBC empezó en enero de este año a gravar una serie basada en sus novelas.




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¡Llama a la comadrona!, Jennifer Worth
Género: Novela histórica




La amante del rey católico, Aldonza Roig de Ivorra (Siglo XV)

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Fernando el Católico
Pocos reyes se han salvado de la larga lista de monarcas infieles. Casados a menudo por cuestiones de estado, sus matrimonios eran una simple escenificación del poder de un linaje. Pocas veces esos enlaces se convertían en amor y pocas menos los hombres se mantenían fieles. Fernando el Católico no fue una excepción. Casado con Isabel de Castilla como consecuencia de razones estratégicas, el joven príncipe de Aragón tuvo antes, durante y después de su primer matrimonio alguna que otra aventura amorosa que le reportaron hasta cuatro hijos ilegítimos. La primera de las damas conocidas como amante de Fernando y que le dio su primer y único hijo varón fuera del matrimonio fue una bella dama de Cervera llamada Aldonza. Mientras sus consejeros decidían los pormenores de su boda con Isabel, Fernando se divertía en la alcoba su amante. 

Un amor de juventud
Corría el año 1496, Fernando tenía poco más de diecisiete años y mantenía una relación amorosa con una bella dama tres años mayor que él. Aldonza era hija de Pedro Roig y Aldonza de Ivorra y pertenecía a una familia de alta alcurnia de Cervera. No se sabe si sus padres aceptaron secretamente esa relación pero lo cierto es que se prolongó hasta que el príncipe tuvo que marchar a Castilla para casarse con Isabel ese mismo año de 1496. Por aquel entonces Aldonza ya había quedado preñada de Fernando. El recién casado no informó de la noticia a su esposa mientras mandaba trasladar a su examante y su hijo Alonso a Zaragoza para ser atendidos como debían.

Años después, en 1474, Fernando reconocería públicamente la paternidad de Alonso, su primer hijo ilegítimo que llevaría el nombre de Alonso de Aragón y terminaría siendo arzobispo de Zaragoza. 

La viuda ennoblecida
Aldonza, mientras tanto, se había casado por orden de sus padres con un hombre de Lérida para intentar limpiar su honor. Dos años después, el matrimonio era declarado nulo por consentimiento mutuo y Aldonza se volvía a casar con un noble. Este segundo matrimonio tampoco le duraría mucho pues su esposo falleció al poco tiempo de casarse con ella. 

Aldonza terminaría sus días como una viuda respetada que no perdió nunca el contacto con su hijo al que vio ascender en la carrera eclesiástica. 

 Si quieres leer sobre ella

Los Reyes infieles, José María Solé

Un matrimonio de iguales, Harriet Taylor Mill (1807-1858)

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En el siglo XIX muchas mujeres ya habían sentado las bases de los derechos de su género, pero aun quedaba mucho camino por recorrer. No podían votar, estaban subyugadas legalmente a sus maridos y su educación seguía siendo una larga y extensa fuente de debate. En aquellos tiempos, junto a muchas feministas, hubo también algunos hombres que se atrevieron a defender los derechos de ellas. Uno de esos nombres destacados fue John Stuart Mill, un filósofo defensor de los derechos de todos los individuos. Parte de su obra estuvo claramente influenciada por el pensamiento de su amada y admirada esposa, Harriet Taylor Mill, pensadora y feminista. El matrimonio de John y Harriet fue un matrimonio de iguales, contra las normas legales de su tiempo. Un matrimonio de respeto mutuo y de lucha conjunta por la defensa de los derechos de hombres y mujeres por igual. 

Una infancia conservadora
Harriet Hardy nació en Londres el 8 de octubre de 1807. El hogar de Thomas Hardy y Harriet Hurst era profundamente conservador por lo que la infancia de Harriet se centró en prepararla para ser una buena madre y esposa. Tenía 18 años cuando se casó con John Taylor el 14 de marzo de 1826. Era, por supuesto, una elección de su familia, no de ella misma. Taylor, diez años mayor que ella, era un industrial bien posicionado económicamente, por lo que fue del agrado de los Hardy desde el primer momento para ser el esposo de su querida Harriet.

El matrimonio tuvo tres hijos, Herbert, Algernon y Helen. Sus distintas maternidades no impidieron a Harriet formarse y cultivarse por su cuenta. En aquel tiempo, la señora Taylor ya había escrito ensayos y poemas. 

El joven que admiraba a la señora Taylor
Aun no había nacido su tercera hija cuando conoció a John Stuart Mill. John era un joven filósofo de 24 años que había recibido una exquisita educación. El joven, nada más conocer las ideas progresistas de Harriet quedó prendado de ella. 

Pronto nació entre ellos una profunda y respetuosa amistad que John Taylor aceptó pues su matrimonio con Harriet no era precisamente un matrimonio de amor. Durante aquellos años intercambiaron ideas y pensamientos sobre los derechos del hombre y la mujer, sobre el feminismo y otros temas de carácter social. 

Los derechos de la esposa
John Suart Mill y Helen Taylor
En 1849 John Taylor fallecía y convertía a Harriet en una viuda rica e independiente. Dicha independencia, al menos legal, se mantuvo cuando se casó con John Stuart Mill y este renunció a sus derechos sobre su esposa como mandaba la ley. 

Desde 1851 hasta la muerte de Harriet acaecida siete años después, la pareja vivió una existencia erudita de lucha constante por los derechos de las mujeres. Ambos coincidían en la necesidad de regular la educación de las niñas, en permitir el voto a las mujeres y en conseguir una igualdad de sexos real. 

Harriet moría de manera repentina en Aviñón a causa de una congestión pulmonar en 1858. Desolado por la muerte de su esposa, John siguió trabajando por sus ideales acompañado de su hijastra Helen. Juntos publicarían en 1869 La sumisión de las mujeres, una obra inspirada sin duda por el pensamiento de Harriet. 

 Si quieres leer sobre ella 

Historia de las mujeres. Una historia propia
Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser






La mujer en la historia de Europa
Gisela Bock





Mujeres filósofas en la historia
Ingeborg Gleichauf



La verdadera Blancanieves, María Sophia von Erthal (1729-¿?)

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En 1812 los hermanos Grimm publicaban otro de sus exitosos cuentos, Blancanieves y los siete enanitos. En muchas ocasiones los escritores alemanes habían recogido tradiciones orales o escritas antiguas y habían versionado cuentos ya existentes. Pero en esta ocasión parece ser que se inspiraron en una niña que había vivido en un castillo muy cercano, una niña muy querida por todos y que tuvo una vida de cuento. El historiador Karlheinz Bartels realizó una exhaustiva investigación en la que intentó demostrar que Maria Sophia Margaretha Catharina von Erthal fue la verdadera Blancanieves del cuento.

Los señores de Lohr
María Sophia Margeretha Catharina von Erthal nació en Lohr, Alemania, en 1729. Era hija de Philipp Christoph von Erthal, condestable de Kurmainz, territorio de Lohr y era tratado como un auténtico rey en la región. 

María Sophia, ciega parcialmente a causa de una varicela, se quedó huérfana de madre en 1741 y dos años más tarde, el 15 de mayo de 1743, su padre se casó con Claudia Elisabeth Maria von Venningen, condesa imperial de Reichenstein, quien ya tenía hijos de un anterior matrimonio. 

Castillo de Lohr
La relación entre María Sophia y su madrasta nunca fue fácil debido al carácter de la nueva esposa de su marido, que contrastaba con la fama de bondadosa y generosa que tenía la pequeña entre las gentes de Lohr a los que ayudaba siempre que podía. María Sophía tuvo que convivir sola con su nueva familia debido a que su padre se ausentaba mucho del castillo familiar. 

Una niña de cuento
Poco después de morir María Sophia, su fama de bondad llegó a oídos de Jacob y Wilhelm Grimm quienes imaginaron a Blancanieves. En el cuento, no sólo María Sophia estaba sacada de la realidad, también el famoso espejo mágico, propiedad de la familia y que, por su forma producía un efecto de reverberación de la voz cuando se hablada delante de él. 

Respecto a los enanos, podrían haber sido inspirados por los mineros que trabajaron en las minas de Bieber y que podrían haber sido niños.

Aunque otros historiadores ven a Blancanieves en otros personajes históricos, es probable que María Sophia inspirara a los hermanos Grimm y aunque no fuera así, lo cierto es que la pequeña existió y vivió de verdad en el precioso castillo alemán de Lohr.

La monja de Carrión, Luisa Colmenares (1565-1636)

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La historia de la conocida popularmente como Monja de Carrión es la historia de una de las muchas mujeres condenadas por la Inquisición por suponer una amenaza al orden dogmático establecido. En un tiempo en el que la Inmaculada Concepción de María no estaba aun considerada como dogma de fe, el hecho de que una mujer defendiera tamaña superioridad en otra de su género y la elevara a escalones sobrenaturales, cuando ellas, entonces, estaban consideradas seres inferiores al hombre, era toda una osadía. 

El proceso contra Luisa Colmenares empezó por una acusación de algunas de las monjas de su convento que quisieron ver en la piedad y profunda fe de la monja un fraude. Lo que en verdad había sucedido era que Sor Luisa había querido igualar a todas las monjas de su convento y eliminar los privilegios de los que gozaban aquellas religiosas de alta alcurnia. Alabada y respetada por nobles y reyes, la monja de Carrión tuvo que sufrir la humillante acusación y sentencia del Santo Oficio. La muerte le llegó antes de poder escuchar la restitución de su honor, su fe y su persona.

Una virtud excepcional
Luisa Colmenares Cabezón nació en Madrid a mediados de mayo de 1565. Aquella no era la residencia habitual de sus padres. Juan Ruiz de Colmenares y Gerónima de Solís vivían en Carrión pero se habían trasladado a Madrid para visitar a un familiar que estaba enfermo y se habían instalado en la villa temporalmente.

Luisa procedía de una ilustre familia noble. Entre sus familiares se encontraba el famoso músico Antonio Cabezón. Su padre era criado del rey y su madre, antigua camarera de la emperatriz Isabel, ya tenía tres hijas de un anterior matrimonio. Viuda de su primer marido, Cristóbal de Urbina, Gerónima se casó con Juan con quien tuvo tres hijas más, entre ellas Luisa, además de un hijo varón. Tras pasar sus primeros años en Madrid, en 1581 ella y su familia se trasladaron de nuevo a Carrión de los Condes. Tres años después, el 10 de mayo de 1584, Luisa emitía sus votos en el Convento de Santa Clara de Carrión.


Convento de Santa Clara | Carrión de los Condes

Desde entonces Sor Luisa de la Ascensión fue una monja de profunda fe y virtud. Su piedad traspasó los muros del convento de clarisas y llegó a oídos de reyes y papas. Luisa pasaba largas jornadas a pan y agua y castigaba su cuerpo con mortificaciones y penitencias constantes. Su fama la llevó a mantener correspondencia con nobles, los papas Gregorio XV y Urbano VIII y el rey Felipe III quien la convirtió en algo así como su consejera espiritual a la que consultaba cuestiones de fe y de gobierno. Otros grandes nombres a destacar entre sus seguidores fue el príncipe de Gales que terminaría reinando en Inglaterra como Carlos IX quien la llegó a visitar en su convento de Carrión.

Una igualdad mal aceptada
En 1609 Sor Luisa era elegida abadesa del convento. Fue entonces cuando decidió poner orden y volver a las ideas originales de Santa Clara según las cuales todas las hermanas clarisas debían ser iguales dentro de sus cenobios. Esto significaba que las religiosas que provenían de la alta nobleza perdían sus privilegios y prebendas dentro del convento. Aquello, por supuesto, no sentó demasiado bien a aquellas que habían vivido como princesas terrenales aun habiendo dedicado su vida a Dios. 

La reacción no tardó en llegar. Las afectadas por la decisión de la nueva abadesa, encabezadas por doña Inés Manrique de Lara y doña Jerónima de Osorio, pusieron en duda que Sor Luisa fuera capaz de sobrevivir a pan y agua tantas jornadas seguidas y que su supervivencia fuera por intercesión divina. Así, la abadesa fue acusada de comer a escondidas mientras engañaba a los demás con su supuesta penitencia. 

El caso llegó a oídos de Felipe III quien no dudó en acusar a las monjas instigadoras de levantar falso testimonio y aplicarles un castigo ejemplar. La reacción de Sor Luisa fue inmediata pidiendo el perdón de sus acusadoras a quienes solamente se les mantuvo la condena de privarlas de sus velos durante dos años y prohibirles toda comunicación con nadie del exterior sin petición previa. 

Las monjas implicadas en el caso no quedaron satisfechas con el veredicto de perdón de su madre superiora y tanto ellas como sus familiares no cesaron hasta conseguir llevar el caso al mismísimo Santo Oficio.

La abadesa ante la Inquisición
A pesar de los esfuerzos de los superiores de la orden franciscana por intentar dejar al margen a la Inquisición, nada se pudo hacer para que se decretase una inquisitio y Sor Luisa fuera sometida a un interrogatorio. 

La monja de Carrión tenía entonces casi sesenta años y tras un humillante proceso para ella nada se encontró que se alejara de la ortodoxia. Aun así, antes de cerrar completamente el caso, se decidió su traslado temporal al convento de las Agustinas Recoletas de Valladolid, donde llegó el 29 de marzo de 1635. No había pasado un año cuando Sor Luisa fallecía el 28 de octubre de 1636 a causa de unas fiebres cuartanas. 

El inmaculismo peligroso
El caso de Sor Luisa Colmenares no terminó con su muerte. Durante años se continuó investigando sobre el supuesto fraude de su fe hasta que en 1640 se declaró su absolución, restituyéndose su fama y su memoria. Aun así, quedó prohibida toda veneración de la difunta abadesa. 

La Inquisición no quiso dar la absolución total a la memoria de Sor Luisa debido muy probablemente a su implicación en la promoción de la Hermandad defensora del Dogma de la Purísima Concepción. Dicha hermandad defendía que María había nacido libre de pecado. Esto venía a situar a una mujer, aunque fuera la madre de Jesús, como modelo de perfección humana, algo que, en aquella sociedad tradicionalmente misógina, no era aceptado con agrado por todos. Poner a una mujer como ejemplo de virtud y excelencia por encima de los hombres podía ser una provocación. Los franciscanos habían sido una de las órdenes que desde su creación en el siglo XIII habían defendido la Purísima Concepción de la Virgen.

Sor Luisa había fundado una hermandad conocida como los Defensores de la Purísima Concepción de la Virgen que había llegado a agrupar a más de 80.000 cofrades. Esto y no las acusaciones de algunas monjas ofendidas por su abadesa, podría haber sido el verdadero motivo del proceso con Sor Luisa, el hecho de haber sido mujer, inculta, y haberse inmiscuido en cuestiones teológicas que además ponían sobre la mesa la virtud y poder de otra mujer.

El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío Nono, declaraba como dogma de fe la Inmaculada Concepción de la Virgen.

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Mujeres pensadoras. Místicas, científicas y heterodoxas, Vicenta Mª Márquez


La flor del desierto, Georgia O'Keeffe (1887-1986)

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Georgia O’Keeffe está considerada como una de las primeras grandes pintoras estadounidenses. Con una larga y extensa carrera como pintora, O’Keeffe destacó por sus lienzos llenos de grandes flores del desierto aunque con el tiempo su arte evolucionó y se centró también en paisajes aéreos e imágenes de Nuevo México donde fijó su residencia durante muchos años. 

La ceguera fue su enemiga y la obligó a abandonar su arte poco antes de su muerte. 

La hija de los granjeros
Georgia O’Keeffe nació el 15 de noviembre de 1887 en la granja familiar cerca de Sun Prairie en Wisconsin. Sus padres, Francis Calyxtus O'Keeffe y Ida Totto eran granjeros. Georgia era la segunda de siete hermanos. 

Después de recibir su primera educación en la escuela local de Town Hall, Georgia decidió que quería ser artista y con tan sólo diez años ella y una de sus hermanas empezaron a recibir clases de pintura de Sara Mann. En 1905 se graduó en el Instituto Episcopal de Virginia, donde sus padres se habían trasladado anteriormente y ese mismo año ingresó en la Escuela de Arte de Chicago. 



Altos y bajos en el camino
Cuando dos años después, en 1907, se trasladó a estudiar a Nueva York, Georgia empezó a profundizar en sus estudios de pintura. A menudo visitaba la Galería 291 para sumergirse en el arte europeo. Aquella galería de arte pertenecía al que se iba a convertir en su marido.

En aquellos primeros años, Georgia dudó a menudo de su capacidad artística e incluso llegó a abandonar la pintura durante un tiempo. Fue cuando ingresó en la Universidad de Virginia en el verano de 1912 cuando recuperó la confianza en sí misma y volvió a ponerse delante de un lienzo. Poco tiempo después empezó a ganarse la vida como profesora de arte. 

En 1916, la fotógrafa Anita Pollitzer enseñó alguna de sus obras realizadas con carbón al artista Alfred Stieglitz, propietario de la galería 291 de Nueva York que Georgia había visitado en sus años de estudio. Stieglitz quedó impresionado por aquellos dibujos y decidió exponer parte de la obra de Georgia en su famosa galería neoyorquina.



El amor del galerista
Al principio la relación de Stieglitz y O’Keeffe fue puramente profesional aunque con el tiempo su amor creció y decidieron vivir juntos. La pareja tuvo que esperar a que en 1924 Stieglitz viera concedido su divorcio de un anterior matrimonio para poder casarse con Georgia. 

La relación con Alfred fue personal y profesional. Gracias a él pudo introducirse en un importante círculo artístico y aprender de pintores, fotógrafos y artistas destacados del momento.

El paisaje de Nuevo México
En 1929 Georgia visitaba por primera vez Nuevo México, paisaje que le atraería y plasmaría en alguna de sus obras y donde volvería a vivir sus últimos años después de la muerte de su marido en 1946.

En 1972 Georgia O’Keeffe empezó a ver deteriorados sus ojos y tuvo que dejar de pintar al óleo aunque continuó con sus carbones y lápices hasta 1984. Dos años después, el 6 de marzo de 1986, fallecía en su residencia de Santa Fe en Nuevo México. 

Atrás dejaba una intensa carrera como profesora de arte y un amplio número de lienzos y pinturas que la convirtieron en una de las pintoras más destacadas de los Estados Unidos en los últimos tiempos. 

 Su obra 





 Películas que hablan de ella 

Georgia O'Keeffe, her life was a work of art

Feliz año

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A todas aquellas lectoras, soñadoras, trabajadoras, luchadoras, madres, esposas, amigas, hermanas, pintoras, cantantes, pensadoras, santas... que nos han acompañados a lo largo de este año que termina y, por supuesto a aquellos hombres que las han respetado, amado y adorado. Y gracias a todos mis seguidores por su fidelidad, su cariño y su ánimo cuando más lo necesitaba. Feliz año a todos.

La primera mujer almirante, Isabel Barreto (1567-1612)

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El 16 de junio de 1595 zarpaba del puerto de El Callao, en Perú, una expedición con cuatro navíos y más de 350 personas a bordo. Su destino, las Islas Salomón. Capitaneados por el navegante Álvaro de Mendaña, con la tripulación viajaba su esposa, Isabel Barreto. Isabel, noble de difusa procedencia, fue una mujer de fuerte carácter, determinación y a veces incluso crueldad, que, por circunstancias del destino, se convertiría en la primera mujer almirante de la historia de la navegación española. 

De Galicia a Perú
El pasado y los orígenes de Isabel Barreto no están del todo claros. Su biografía, anterior a su llegada a tierras americanas, en 1585, es difusa e inconcreta. Isabel Barreto, cuya fecha de nacimiento algunos sitúan en 1567, habría sido una mujer natural de Pontevedra nacida en el seno de una familia noble gallega. Su padre podría haber sido Francisco Barreto, marinero de origen portugués y gobernador de la India portuguesa. Otros hacen de Nuño Rodríguez Barreto, conquistador del Perú, su padre, y Mariana de Castro su madre. 

Lo que parece más cierto es que siendo todavía una niña, una pequeña con una elevada educación, viajó con sus padres hasta Perú a donde es probable que hubiera viajado junto con el séquito del nuevo virrey de Nueva Castilla, Don García Hurtado de Mendoza, y su esposa Teresa de Castro. 

En 1585 la encontramos ya casada con Álvaro de Mendaña, uno de los exploradores más destacados de la historia de los descubrimientos. Mendaña había nacido en León, hacia 1542 y llevaba a sus espaldas una larga carrera como navegante. De hecho, estaba prácticamente arruinado cuando tuvo la ocasión de casarse con la joven y rica dama Isabel Barreto. 

De Perú al Pacífico
Álvaro de Mendaña
En 1595 Álvaro de Mendaña organizó una nueva expedición para poblar las Islas Salomón, descubiertas años antes por él mismo. Entre las personas que iban a bordo de los cuatro navíos de la expedición había algunas mujeres, entre ellas Isabel, a pesar de la disconformidad de algunos de los marineros de la expedición. 

Desde el principio, el duro viaje por mar enfrentó a Isabel y al portugués Pedro Fernández Quirós, totalmente contrario a la presencia de mujeres en los barcos y hastiado de soportar el carácter enérgico y dominante de la esposa de Mendaña. 

El 18 de octubre, en tierras de las Islas de Santa Cruz, Álvaro de Mendaña murió a causa de la malaria. Antes de morir, y para sorpresa y desacuerdo de muchos, nombró a su esposa gobernadora en tierra y a Lorenzo Barreto, su cuñado, almirante de la expedición. Este hermano de Isabel también moría a los pocos días, lo que convertía a Isabel en la persona al mando en tierra y en el mar. En aquel momento Isabel Barreto se convertía en adelantada del mar océano, título que ostentaba una mujer por primera vez en la historia. 

Rumbo a las Filipinas
El 11 de febrero de 1596 las naves de Barreto llegaban al Puerto de Manila. Terminaba una fase de la expedición plagada de problemas y conflictos con su almiranta, tachada por muchos de déspota y dominante. 

Isabel Barreto se ganó su fama de mujer caprichosa pues mientras la tripulación moría de hambre y sed, ella custodiaba los víveres y lavaba la ropa con agua dulce sin ningún tipo de miramiento.

A todo ello se unía su aplicación de la justicia radical, pues no le temblaba el pulso al ordenar la ejecución de cualquier miembro de la tripulación que pusiera en duda su poder. 

En Filipinas, y cuando no se había cumplido ni un año del fallecimiento de su primer esposo, Isabel se volvió a casar, esta vez con el general Fernando de Castro, caballero de la orden de Santiago. Los nuevos esposos continuaron su vida expedicionaria navegando de nuevo a América donde se le pierde la pista y de nuevo surgen divergencias sobre la fecha y lugar de fallecimiento. Mientras unas fuentes sitúan su muerte en 1610 otros la alargan hasta 1612 y hay quien la sitúan en el continente americano mientras otros aseguran que volvió a pisar tierras españolas.

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Doña Isabel Barreto Adelantada De Las Islas Salomón
M. Bosch Barrett



Viajeras intrépidas y aventureras
Cristina Morató






Mujeres de acción en el Siglo de Oro
Vicenta María Márquez de la Plata

La chica del aire, Ellen Church (1904-1965)

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Cuando en 1926 las compañías aéreas empezaron a organizar vuelos de pasajeros, en ningún momento se pensó en el personal necesario a excepción del piloto y el copiloto. Cuatro años después, una mujer, enfermera de profesión y que soñaba con poder convertirse algún día en piloto, se convirtió en la primera azafata en un vuelo comercial. La carrera de Ellen Church duró muy poco debido a un accidente de coche sufrido meses después de empezar a trabajar para la Boeing. Pero Ellen continuó trabajando en tierra como profesora de enfermería en la Universidad de Minsessota. Años después volvería a volar como capitán de la Army Nurse Corps Air Evacuation Service para prestar su ayuda a los heridos en la Segunda Guerra Mundial. 

Cuando las hormonas no permitían volar a las mujeres
Ellen Church nació el 22 de septiembre de 1904 en Cresco, Iowa. Ellen cursó sus estudios de enfermería y empezó a trabajar en un hospital en San Francisco. Apasionada de los aviones, a los que había visto volar cerca de su hogar en exhibiciones aéreas, Ellen dedicaba su tiempo libre a tomar clases de vuelo. 

En su camino de casa al trabajo, Ellen solía pasar cerca de las oficinas de la compañía aérea Boeing que hacía poco tiempo había empezado, como otras compañías norteamericanas, a realizar vuelos con pasajeros. Un día, no se lo pensó y entró a ofrecer sus servicios. Aquel ofrecimiento sorprendió a Steve Stimpson, responsable de la compañía. 

Hacía tiempo que las compañías aéreas se habían planteado la posibilidad de ampliar el reducido número de personal de vuelo, restringido al piloto y copiloto e incluir un ayudante que atendiera a los pasajeros. Sin embargo no se había planteado la opción de que dicho ayudante fuera una mujer pues en aquel tiempo se consideraba que los continuos cambios hormonales de las mujeres las imposibilitaba para realizar cualquier tarea en el aire. 


Aun así, Stimpson consideró que una enfermera podía ser de gran utilidad en un vuelo comercial. Así que Ellen fue contratada durante un periodo de prueba de tres meses con la condición de que tenía que encontrar otras siete enfermeras cualificadas y aptas para el puesto. Las condiciones eran un sueldo de 125 dólares al mes, debían ser menores de 25 años, no ser más altas de 1,60 metros y pesar menos de 52 kilos. Ellen y las otras siete enfermeras, formaron las denominadas Sky Girls, las primeras ocho chicas del aire que consiguieron volar como ayudantes en un vuelo comercial.

La primera azafata de la historia
El 15 de mayo de 1930 Ellen Church realizaba su primer vuelo como azafata entre Oakland y Chicago a bordo de un Boeing 80-A trimotor, vuelo que duró 20 horas y requirió hasta 13 escalas. Se convertía así en la primera azafata de vuelo de la historia. Tenía entonces 23 años.

De azafata a enfermera en la guerra
Sin embargo su sueño terminó pronto. 18 meses después de aquel primer vuelo, Ellen Church sufrió un accidente de coche que le impidió volver a volar como azafata. Aun así no se rindió y cambió el aire por la enseñanza de la enfermería en la Universidad de Minnesota. 

Años después, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Ellen decidió alistarse y fue nombrada capitán de la Army Nurse Corps Air Evacuation Service. Corría el año 1942 y Ellen realizó una tarea que le valió la Medalla del Aire.

Terminada la guerra Ellen volvió a los Estados Unidos donde trabajó como directora del Hospital Terre Haute Union de Indiana y se casó con Leonard B. Marshall.

El 22 de agosto de 1965 fallecía a causa de una terrible caída mientras montaba a caballo. 

El aeropuerto de la ciudad que la vio nacer lleva su nombre. 

La última española en la corte austriaca, Margarita Teresa de Austria (1651-1673)

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La historia de Margarita Teresa de Austria es la historia de una princesa como muchas de las que durante siglos fueron intercambiadas entre las fronteras de los distintos reinos e imperios europeos para sellar alianzas, procesos de paz o simplemente mejorar las relaciones entre las diferentes casas reinantes. Pero Margarita Teresa destacó entre todas ellas por haber sido la última princesa española que ostentó el título de emperatriz en la corte vienesa de los Habsburgo y porque su rostro fue inmortalizado por el pintor Diego Velázquez en su famoso lienzo Las Meninas. Margarita Teresa tuvo una vida corta, la mayor parte de la cual la pasó esperando en su España natal mientras sus padres negociaban su futuro al lado del emperador Leopoldo I. Cuando al fin llegó a Viena, moriría con poco más de 20 años haciendo lo que estaba destinado a hacer como mujer de la casa real, intentar dar un heredero al emperador. Cometido que no consiguió.

El largo camino a Viena
Margarita María Teresa de Austria nació en Madrid el 12 de julio de 1651. Era hija del rey Felipe IV de España y su segunda esposa Mariana de Austria. Margarita pasó su infancia en la corte madrileña sabiendo que aquel tiempo dudaría poco. 

Tenía unos doce años cuando su padre el rey inició las negociaciones para casarla con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Leopoldo I, quien era sobrino de Felipe. El 6 de abril de 1663 se publicaban los esponsales y las capitulaciones se firmaban el 18 de diciembre del mismo año. Aquel compromiso iba a ser vital para reactivar el acercamiento entre las dos ramas de la Casa de Austria, cuyas relaciones se habían enfriado en los últimos años mientras Francia y otras cortes europeas luchaban por conseguir alianzas diplomáticas con unos y otros.

Pero a pesar de haberse acordado y oficializado el enlace, Margarita tuvo que esperar un tiempo hasta llegar a su nuevo hogar. El 17 de septiembre de 1665 fallecía su padre, Felipe IV. Al frente de la monarquía española quedaba su esposa, Mariana de Austria, y su hijo Carlos, hermano mayor de Margarita.

Las pocas posibilidades de que Carlos sobreviviera y consiguiera hacerse rey tras la regencia de su madre retuvieron a Margarita un tiempo en España. Carlos, el último Habsburgo que reinaría en España, era un niño de cuatro años enfermizo, consecuencia de las constantes y aberrantes relaciones consanguíneas que habían tenido los Austrias que le precedieron.

Margarita y Carlos tenían una hermana mayor, María Teresa, hija de Felipe IV y su primera esposa Isabel de Borbón. Casada con Luis XIV de Francia, había sido excluida expresamente por su padre de la sucesión al trono español para evitar la unión de Francia y España con el consecuente incremento del poder francés en el tablero europeo. Así, si  Carlos fallecía a una edad avanzada sin dejar herederos, la corona española debería recaer en los hijos que tuviera su hermana Margarita con su esposo Leopoldo. Pero debido a la amenaza real de muerte prematura de Carlos, su padre, antes de morir, quiso demorar al máximo la marcha de su hija quien en última instancia podría ocupar el trono de su hermano de manera urgente, a pesar de ser mujer. Todo esto hizo que Felipe IV no incluyera en su testamento el matrimonio de su hija con el emperador.

Leopoldo I, quien también necesitaba un heredero para su imperio, negoció con la entonces regente Mariana de Austria poder llevarse por fin a la infanta a Viena. El día 25 de abril de 1666 se celebraba en la corte de Madrid el desposorio por poderes y tres días después Margarita Teresa se ponía en camino. El viaje duraría más de seis meses. El 5 de diciembre, la futura emperatriz hacía su entrada oficial en Viena. Se iniciaron entonces unos magnos festejos en honor de Margarita y Leopoldo.

La protagonista de Las Meninas
En todo el tiempo que duró la larga espera de Margarita en la corte madrileña, su futuro esposo demandó la realización de varios retratos para poder conocer el aspecto de la que debía ser su mujer. Para ello se pusieron a su servicio los pinceles más destacados de la época, como Juan Bautista Martínez del Mazo, Jan Thomas, Gérard Du Château y, sobretodo, Diego Velázquez.

Margarita Teresa posó en muchas ocasiones para el gran pintor del barroco español pero sin duda su aparición más famosa fue en Las Meninas. Pintado hacia 1656, Velázquez inmortalizó a la infanta Margarita, con cinco años, rodeada de sus damas de compañía, conocidas popularmente como meninas, y otros personajes de la corte, en una sala del Alcázar de Madrid.

Un final prematuro
Margarita Teresa y Leopoldo I tuvieron cuatro hijos, Fernando Wenceslao, quien vivió un año escaso, María Antonia de Austria, futura madre de José Fernando de Baviera, Juan Leopoldo y María Ana Antonia, dos bebés que no sobrevivieron. 

Los continuos embarazos y partos de la joven emperatriz terminarían prematuramente con su vida. El 12 de marzo de 1673 fallecía en Viena con tan sólo 22 años de edad. 

Su cuerpo reposa entre los grandes emperadores de la casa de Habsburgo en la Cripta Imperial de los Capuchinos en Viena. 

La eterna compañera, Emilie Flöge (1874-1952)

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La vida de muchos artistas, sobre todo aquellos pintores modernos y vanguardistas del siglo XX, estuvo rodeada de muchas mujeres. Mujeres que se convirtieron en musas, modelos, compañeras, amantes. Gustav Klimt no fue una excepción. Muchos de sus cuadros inmortalizaron a aquellas mujeres que formaron parte de su vida y que incluso llegaron a darle hijos ilegítimos. Pero de entre todas aquellas mujeres, una sobresalió por encima de todas, quizás por todos los misterios que rodearon su relación. Desde bien joven mantuvo una estrecha relación de amistad con Klimt, quien se había convertido en el cuñado de su hermana, y hasta la muerte del pintor estuvieron siempre juntos. Pero no queda del todo claro si su relación fue simplemente de amistad o llegaron a ser amantes. Se especula incluso con la posibilidad de que el famoso cuadro de Klimt, El beso, fuera una recreación de Gustav y Emilie. 

Al margen de las especulaciones, Emilie Flöge fue una dama de la sociedad vienesa de principios de siglo que dedicó su vida al diseño de moda. La tienda que abrió con su hermana Helene fue un referente llegando a vestir a las mejores aristócratas de Viena. 

Primer contacto con Klimt
Emilie Louise Flöge nació el 30 de agosto de 1874 en Viena. Hija de un fabricante de pipas de mar, Hermann Flöge, tenía un hermano y dos hermanas. Es probable que Emilie no conociera a Klimt hasta 1891, cuando una de sus hermanas, Helene, se casó con un hermano del pintor, Ernest Klimt. La joven pareja tuvo una niña, quien recibió el mismo nombre que su madre. Cuando Helene quedó viuda cuatro años después de su boda, Gustav se convirtió en tutor y protector de su joven sobrina. Así, desde sus diecisiete años, Emilie y su familia introdujeron a Gustav en sus vidas. 

Las hermanas Flöge
Emilie Flöge y Gustav Klimt
Emilie empezó a trabajar como costurera. El mismo año de la muerte de Ernest, su hermana Pauline, abría una escuela de moda en la que empezó a trabajar Emilie. Al cabo de los años, en 1904, la pequeña de los Flöge creó un salón de moda con la ayuda de su otra hermana Helene. La tienda, conocida como Schwestern Flöge (Hermanas Flöge) se convirtió en centro de la moda vienesa. Situada en la Mariahilfer Strasse, la tienda de las hermanas había sido diseñada por el arquitecto Josef Hoffmann. Fue un éxito rotundo. En ella colaboró también Gustav con algunos diseños.

Emilie se convertía así en una mujer de negocios relacionada con el mundo del arte y de la sociedad bohemia de la última Viena Imperial. En sus viajes aprendió de otros grandes nombres de la moda como Coco Chanel, Christian Dior o Rodier.

El éxito del lucrativo negocio de las hermanas Flöge empezó a decaer con la llegada del Tercer Reich a Austria. Después de la anexión o Anschluss, en 1938, muchas de sus clientas habían marchado de Viena por lo que la demanda cayó en picado. Con tristeza, Emilie y Helene tuvieron que cerrar la tienda. Aun mantuvieron durante un tiempo su trabajo desde el apartamento de la Ungargasse donde realizaban algún encargo puntual. 

El beso de Klimt
Por aquel entonces hacía años que Gustav Klimt había fallecido. La relación que mantuvieron el pintor y Emilie durante casi treinta años continúa hoy siendo un misterio. Relación profesional, idilio, amor eterno, o simplemente amistad. Lo cierto es que algunos historiadores aseguran que, a pesar de haber tenido muchas amantes en su vida y varios hijos de estas, al final de sus días, en 1918, a la persona que pidió ver antes de morir fue a Emilie. Con ella había pasado largos veranos en Attersee, había colaborado en la creación de algunas de sus piezas de moda y había formado parte de su familia. 

Oficialmente Emilie Flöge aparece únicamente en cuatro escasos cuadros del pintor. Uno de ellos es un retrato pintado en 1902 y presentado en la Exposición del movimiento creado por el propio Gustav y conocido como Secesión. En el lienzo, Emilie aparece con un vestido azul, adornado con elementos modernistas. 

Pero Emilie Flöge también podría haber sido la modelo del cuadro más famoso de Klimt, El beso. En el cuadro, en el que aparece un hombre besando a una mujer, algunos expertos ven a Gustav besando a Emilie. 

Recuerdos destruidos
Durante los bombardeos aliados en la Viena nazi, su apartamento en la Ungargasse fue destruido. En él había una amplia colección de ropa de Emilie así como parte de los cuadros y objetos que había heredado de Klimt. 

Emilie Flöge volvió a Viena después de la guerra. Allí pasó los últimos años de su vida. Moría el 26 de mayo de 1952 a los 77 años de edad. 

Emilie pasaba a la historia como la compañera eterna de uno de los más grandes pintores de finales del siglo XIX y principios del XX. 

 Si quieres leer sobre ella 

El beso, Elizabeth Hickey
Género: Novela histórica








 Películas que hablan de  ella 

Klimt


La trovadora, Beatriz de Día (1140-1175)

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Cuando en los siglos XI y XII surgieron en Francia las conocidas como cortes de amor y los famosos trovadores deleitaron a su público con cantos al amor cortés, un grupo reducido de mujeres quiso seguir los pasos de aquellos poetas y escribir sus propios versos. Las trobairitz, o trovadoras, quisieron plasmar en su obra poética los sentimientos más profundos provocados por un amor sublime. Pero así como la historia ha ensalzado a los trovadores convirtiéndolos en personajes indispensables de la Edad Media más legendaria, las trovadoras desaparecieron de cualquier campo de estudio, historiográfico, literario o musical. Pero las trobairitz existieron, y algunas de ellas escribieron bellísimos versos. Ese fue el caso de la misteriosa Béatrice de Die, Beatriz de Dia.

Una biografía desconocida
De Beatriz de Dia, conocida como la Condesa de Dia, conocemos lo que se narra en una vita: “La Condesa de Dia fue mujer de Guillermo de Poitiers, una señora bella y buena. Y se enamoró de Rimbaud de Orange, e hizo sobre él muchas bellas canciones”1.

La Condesa de Dia, a partir de este texto, se ha identificado con una trovadora, Beatriz, casada con Guillermo de Poitiers pero que, enamorada del trovador Rimbaud de Orange, dedicó su obra poética a este amor prohibido.


Beatriz habría nacido en 1140. Unas fuentes la identifican como la hija del Conde Isoardo II de Die, mientras que otras sitúan su nacimiento en el seno del delfinado de Viennois. Según esta segunda hipótesis, Beatriz sería hija de Guiges IV y el título de Condesa de Dia lo habría adoptado tras casarse con Guillermo  I de Poitiers, quien tenía posesiones en el condado de Die.

Cantando al amor sublime
La búsqueda de la vida de esta enigmática y fascinante mujer conduce a un muro de datos confusos y oscuros, hecho que contrasta con la fama que parece ser que tuvo en su tiempo, pues los manuscritos con sus canciones y sus versos circularon por Francia y el norte de Italia.

Lo que se sabe con certeza es que la trovadora conocida como la Condesa de Dia fue la autora de la única partitura de una canción escrita por una mujer de su tiempo que haya llegado hasta nuestros días, A chantar m'er de so qu'eu no volria.

Así, ante la falta de conocimientos sobre los hechos de la vida de esta trovadora, sólo nos queda deleitarnos con unos versos que transpiran el carácter de una mujer valiente y dispuesta a romper con la eterna imagen de mujer callada, obediente y sumisa.

He estado muy angustiada
por un caballero que he tenido
y quiero que por siempre sea sabido
cómo le he amado sin medida;
Ahora comprendo que yo me he engañado,
porque no le he dado mi amor,
por eso he vivido en el error
tanto en el lecho como vestida.
Cómo querría una tarde tener
a mi caballero, desnudo, entre los brazos
y que él se considerase feliz
con que sólo le hiciese de almohada,
lo que me deja más encantada
que Floris de Blancaflor:
Yo le dono mi corazón y mi amor,
mi razón, mis ojos y mi vida.
Bello amigo, amable y bueno,
¿cuándo os tendré en mi poder?
¡Podría yacer a vuestro lado un atardecer
y podría daros un beso apasionado!
Sabed que tendría gran deseo
de teneros en el lugar del marido,
con la condición de que me concedierais
hacer todo lo que yo quisiera.2




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1.Creadoras de música, VVAA. Pág. 26
2.Ídem. Pág. 27


 Si quieres leer sobre ella 

Historia de las mujeres. Una historia propia
Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser







Las olvidadas
Ángeles Caso






Creadoras de música
VVAA

La reina soldado, María Sofía de Baviera (1841-1925)

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La vida de la emperatriz Elizabeth de Austria – Hungría, conocida popularmente como Sissí, eclipsó la existencia del resto de miembros de su familia. Pero de los diez hermanos y hermanas que tuvo, muchos tuvieron vidas relevantes, en muchos sentidos, pero la bella y rebelde Sissí acapararía todo el interés. Una de esas hermanas, María Sofía, tuvo una existencia de lo más desgraciada. Después de vivir una infancia en libertad junto a sus hermanos en Possenhofen, se casó por cuestiones dinásticas con el rey Francisco II de las Dos Sicilias, un hombre débil que no pudo parar la unificación italiana emprendida por Garibaldi. Un idilio con un conde la dejó embarazada y tuvo que refugiarse junto a su madre y hermanos para esconder semejante escándalo. La tristeza por haberse visto obligada a abandonar a su hija y la pérdida de su único vástago legitimo la acompañaron en su largo exilio primero en Roma y después en París. María Sofia fue recordada por muchos como una mujer de coraje, valiente, que ayudó a sobrevivir el Reino de las Dos Sicilias en su último reducto de Gaeta. No en vano Marcel Proust la llamó “La reina soldado”.

La libertad de Possenhofen
María Sofía de Wittelsbach nacía el 4 de octubre de 1841 en el castillo de Possenhofen, en Baviera. Era la sexta hija del duque Maximiliano de Baviera y la princesa real Ludovica. María Sofía tuvo una infancia más que feliz en el castillo bávaro en el que disfrutó de una libertad alejada de cualquier protocolo aristocrático. Aunque pronto vería partir a algunos de sus hermanos mayores, entre ellos Elizabeth, quien se casó con su primo el emperador Francisco José y se alejó de ella para vivir en la corte imperial de Viena. A pesar de su separación, María Sofía siempre tuvo contacto epistolar con su hermana la emperatriz y en los momentos más difíciles de su vida tendría su consuelo y su apoyo. 

La soledad de la corte
Francisco II y María Sofia
María Sofía se casaba el 3 de febrero de 1859 con Francisco, hijo del rey de las Dos Sicilias Fernando II. El matrimonio había sido orquestado por su madre, quien perseguía para sus hijos enlaces beneficiosos para los Wittelsbach. 

Poco después del enlace celebrado en Bari, fallecía el rey Fernando. El esposo de María Sofía subía al trono de Nápoles como Francisco II y ella se convertía en reina. 

Pero ni el matrimonio ni el reinado fueron felices para María Sofía. En el aspecto personal, la joven reina tuvo que sufrir una relación inexistente con su marido, quien sufría de fimosis, por lo que el matrimonio tardó años en consumarse. 

En el terreno político, el reino de las Dos Sicilias no quedó al margen de las ideas unificadoras de Giuseppe Garibaldi y sus tropas no tardaron en llegar al reino de Francisco II. Acorralado por varios frentes y tras la Batalla del Volturno en la que Garibaldi salía victorioso, Francisco y María Sofía tuvieron que refugiarse en la fortaleza de Gaeta, al norte de Nápoles. Fue en aquella fortaleza costera donde María Sofía se ganó el cariño de su pueblo quien la recordaría como una reina guerrera y luchadora que no cejó en su empeño de ayudar a los asediados hambrientos, enfermos o heridos y no paró de animar a las tropas llegando incluso a retar ella misma los cañones enemigos. 

En Gaeta permanecieron los últimos meses de 1860 y los primeros de 1861, cuando Víctor Manuel II, el que sería primer rey de la Italia unificada, bombardeó la fortaleza y caía definitivamente el reino de las Dos Sicilias. 


El exilio romano y un idilio trágico
Francisco II organizó entonces un gobierno en el exilio que ubicó en Roma, donde se trasladó con su mujer. 

Fue en aquella época cuando María Sofía tuvo un idilio con Armand de Lawayss, un conde de origen belga que la dejó embarazada. Asustada ante el escándalo que se le avecinaba, María Sofía se refugió en el castillo de Possenhofen donde recibió el cariño de su familia. Allí permaneció hasta dar a luz el 24 de noviembre de 1862 a una niña en el Convento de Santa Úrsula de Augsburgo. La pequeña fue entregada a la familia de su antiguo amante después de jurar que no intentaría nunca acercarse a su hija. La profunda tristeza de María Sofía la acompañaría todos los días de su vida. 

Ni tan siquiera el nacimiento de una hija legítima en 1869 pudo consolar a la reina en el exilio pues la pequeña Cristina de Borbón-Dos Sicilias moriría pocos meses después de nacer.

Había empezado entonces el año de 1870, año fatídico para Francisco II quien vio caer Roma ante los ejércitos italianos. La pareja huyó a Baviera donde tuvieron una vida tranquila en su segundo exilio. 

Fiel a sus orígenes
Cuando en 1894 fallecía Francisco, María Sofia marchó de Baviera y se instaló primero en Múnich y después en París. En la capital francesa resucitó la corte borbónica en el exilio aglutinando a los nostálgicos de su causa. Sobre ella sobrevolaron rumores de acciones contra la nueva Italia unificada contra la que se posicionó durante la Primera Guerra Mundial cuando contribuyó activamente a la causa alemana y austriaca. 

El 19 de enero de 1925, a los 83 años, fallecía María Sofía en Múnich. Sus restos descansan en la basílica de Santa Clara de Nápoles, junto a su marido y su hija legítima.

La madre del santo, Juana de Aza (1135-1205)

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Muchos de la larga lista de santos y santas, beatos y beatas de la iglesia católica recibieron esa dignidad por haber fundado alguna orden religiosa, haber levantado un cenobio o alguna otra acción de gran magnitud. El caso de la beata Juana de Aza es distinto. 

Juana subió a los altares de la iglesia católica principalmente por haber sido madre de otro santo, Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los dominicos. Al margen de los milagros que se le reconocieron, la vida de Juana fue una vida de piedad, recogimiento y, sobre todo, entrega a los demás. Dispuesta siempre a ayudar a los más necesitados, su nombre fue recordado como el de una mujer buena y solidaria muchos tiempo después de su muerte.

El  perro y la luz
Juana Garcés nació el año 1135 en el seno de una familia noble. Su padre, García Garcés, era mayordomo y tutor de Alfonso IX y su madre, Sancha Bermúdez de Trastámara, pertenecía a una de las casas nobles más importantes de Castilla. 

De su niñez poco se sabe. Sabemos que tenía unos 25 años cuando se casó en 1160 con Félix Núñez de Guzmán, señor de la villa de Caleruega, hombre de alta posición del que tampoco se conocen demasiados datos biográficos. 

Juana y Félix tuvieron tres hijos, Antonio, Manés y Domingo, que dedicarían su existencia a la vida religiosa. Pero fue la llegada de Domingo la que estuvo precedida de una visión extraordinaria. Según cuenta la tradición hagiográfica, Juana tuvo un sueño antes de traer al mundo a su último hijo. En dicho sueño vio cómo un perro saltaba de su seno portando en la boca una antorcha. Al salir de su vientre, aquello luz iluminaba todo el mundo.

Aturdida por la visión que tuvo en sueños, Juana rezó a Santo Domingo de Silos quién la iluminó mostrándole el significado de aquella visión. Sabedora entonces que de ella nacería un hombre que iluminaría el mundo no dudó en darle el mismo nombre del Santo que había guiado sus visiones y sus miedos. 

El milagro del vino
Además de la milagrosa visión del nacimiento de Santo Domingo de Guzmán, a Juana se le atribuyeron una serie de milagros. El más conocido es el de la bodega de su esposo. Cuenta la tradición que cuando Félix marchó a la guerra ella dio a los pobres el vino que su marido guardaba en una cuba en su propia casa. Al volver Félix, éste oyó rumores de la desaparición de todo su vino y pidió a su esposa que le sirviera una buena copa de su caldo. Mientras iba en busca del vino inexistente, angustiada, Juana rezó para encontrar una solución. Cuando fue a abrir la cuba, esta estaba llena de nuevo. 

Milagros aparte, Juana se la reconoció como una mujer piadosa, entregada a los demás. Ayudaba a los pobres y a los más necesitados sin guardarse nada para sí.

Fallecida en la localidad burgalesa de Caleruega, el 2 de agosto de 1205, fue beatificada seis siglos después, en 1828, por el Papa León XII. Su festividad se celebra en conmemoración del día de su muerte.

Un bello animal, Ava Gardner (1922-1990)

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Ava Gardner fue una de las actrices que brilló con luz propia en los años dorados de Hollywood. Llegó a la gran pantalla por casualidad. Iba a ser una bonita secretaria cuando una fotos suyas llegaron a un cazatalentos que la convirtió en la actriz que se convertiría en mito. Sus éxitos profesionales contrastaron con su pésima vida sentimental. Tres matrimonios fallidos, un admirador rechazado y sus amoríos con toreros españoles hicieron de Ava Gardner una mujer con fama de mujer fatal y a la que se calificó como "el animal más bello del mundo", descripción que a ella nunca le gustó.

La estudiante que se convirtió en actriz
Ava Lavinia Gardner nació en Brogden, en el estado norteamericano de Carolina del Norte, el 24 de diciembre de 1922 en el seno de una familia humilde. Sus padres, Jonas Bailey Gardner y Molly tenían una propiedad en la que cultivaban tabaco y algodón. Ava y sus seis hermanos vivieron la pérdida de dicha propiedad y las penurias que tuvieron que pasar cuando su padre tuvo que trabajar como aserradero y su madre ejerciendo de ama de llaves. 

Tenía unos 13 años cuando Ava y su familia se trasladaron a vivir primero a Newport News, en Virginia, y después a Rock Ridge, en Carolina del Norte, buscando un buen lugar donde poder trabajar y mantener a la familia. La joven Ava empezó entonces sus estudios de secretariado en el Atlantic City Christian College. 

Era una atractiva joven de 18 años cuando en 1941 visitaba a su hermana Beatriz que se había instalado con su marido en Nueva York. El cuñado de Ava, fotógrafo profesional, quiso sacarle unas fotografías que terminó colgando en el escaparate de su negocio que tenía en la Quinta Avenida. 

Cosas del destino, un cazatalentos de los estudios cinematográficos Metro-Goldwyn-Mayer, llamado Barney Duhan, se paró delante de las imágenes de aquella mujer exuberante de ojos verdes y pelo castaño y no cejó en el empeño de conseguir sus datos. 

A los pocos días, Ava dejaba sus clases de secretariado y se trasladaba a Nueva York donde firmó un contrato por siete años. Meses después de asistir a clases de interpretación empezó a aparecer con pequeños papeles en películas como H.M. Pulham Esq. o Kid Glove Killer.

En aquellos primeros años en Hollywood, Ava tuvo su primer romance con Mickey Rooney, con el que se casó en 1942. Su matrimonio duró tan sólo un año y a pesar del fracaso en lo personal, su relación con el actor le reportó a la joven artista notoriedad. 

La forajida
Después de años apareciendo en papeles pequeños, Ava consiguió su gran oportunidad gracias a su papel protagonista en Forajidos, en 1946, donde también aparecía un joven y desconocido Burt Lancaster. Un año antes se había casado por segunda vez, en esta ocasión con el clarinetista Artie Shaw. De nuevo su matrimonio sería un fracaso.

A partir de entonces, Ava se consolidó como actriz y en los años siguientes protagonizó una larga lista de films, entre ellos, Venus era mujer o El gran pecador.

Mientras disfrutaba de su éxito en Hollywood, Ava probó suerte en el amor por tercera vez casándose con Frank Sinatra en 1951. A pesar de que éste fue su matrimonio más duradero, también se divorció, en 1957.

La bella actriz ahogó sus penas pasando largas temporadas en España. Apasionada de los toros y el flamenco, Ava tuvo sonados romances con algún español como el torero Luis Miguel Dominguín. Ava también disfrutó de los lujosos regalos que recibió durante mucho tiempo de un rico admirador, Howard Hughes, al que nunca aceptó como marido.

Uno de sus mayores éxitos cinematográficos fue sin duda Mogambo, por cuyo papel fue nominada al Oscar. Junto a Grace Kelly y Clark Gable, Ava realizó una impecable interpretación.

El declive de una estrella
A partir de entonces, y a pesar de participar en grandes producciones como Los Caballeros del Rey Arturo o La Condesa descalza, Ava empezó a ver reducidas sus apariciones en la gran pantalla. A pesar de todo, Ava continuó trabajando durante las décadas de 1960, 70 y 80. En 1982 aparecía por última vez en una película, Regina, junto a Anthony Quinn, film que no fue estrenado en la gran pantalla sino que fue relegado directamente al vídeo.

Atrás quedaba una larga carrera de éxitos cinematográficos. Trabajó con otros actores y actrices de la talla de Omar Sharif, Catherine Deneuve o Sophia Loren.

El 25 de enero de 1990, a los 67 años de edad, moría en Londres, a causa de una neumonía.

 Si quieres leer sobre ella 

Ava Gardner: Una diosa con pies de barro, Lee Server

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