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El primer Pulitzer femenino, Edith Wharton (1862-1937)

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Edith Wharton plasmó en sus libros la alta sociedad estadounidense, rica e hipócrita, a la que ella nunca se adaptó. Y lo hizo con fina ironía, criticando aquel mundo en el que ella nunca encajó. Escribió novelas, ensayos y artículos en distintos medios creando una amplia obra literaria de gran éxito. Su famosa Edad de la Inocencia le valdría el Premio Pulitzer en 1921. Apasionada de la Vieja Europa, Edith Wharton pasaría largas temporadas en Francia donde terminó sus días, rodeada de belleza natural que ella misma diseñó. El éxito profesional no fue sin embargo unido a la felicidad personal. Un triste matrimonio y un constante buscar su lugar fueron determinantes en su vida.

Edith Wharton nació el 24 de enero de 1862 en la ciudad de Nueva York. Sus padres, George Frederic Jones y Lucretia Stevens, eran una pareja rica que, además de Edith tuvieron dos hijos más. La pequeña recibió una muy buena educación gracias a la holgada situación económica de su familia. Aun así, Edith ya se sintió sola desde pequeña, sin encajar con sus padres, ni con el mundo que le había tocado vivir. Estos tampoco entendían demasiado bien las inquietudes literarias de la pequeña Edith.

Un matrimonio de conveniencia a los veintitrés años tampoco mejoró su vida. En 1885 se casaba con Edgar Robbins Wharton, doce años mayor que ella. Edgar, que había sido elegido por los padres de Edith para que fuera su marido, compartía con ella la pasión de viajar. Pero este único vínculo no fue suficiente para salvar un matrimonio afectado sobre todo por las continuas depresiones de Edgar. En el hogar que habían creado juntos, una casa conocida como The Mount, y que la propia Edith se encargó de decorar por dentro y por fuera, ella vio con desconsuelo cómo él se sumía cada vez más en un estado depresivo sin retorno. Cinco años antes de divorciarse, Edith empezaba una relación extramatrimonial con un periodista de The Times llamado Morton Fullerton. 

Edith pasaba mucho tiempo escribiendo y diseñando los jardines de The Mount y los interiores de la casa. Una pasión por el diseño que se vio reflejada en su primera obra de este estilo titulada La decoración de las casas, en 1897. No sería la única que realizaría sobre una de sus grandes pasiones.

En 1902, siendo aún la señora de Edgar Wharton, Edith publicó su primera novela, El valle de la decisión y tres años después, La casa de la alegría.

The Mount


Después de divorciarse, Edith decidió instalarse en Francia, a donde ya había viajado en varias ocasiones y le había cautivado. Primero se instaló en París, en el número 53 de la Rue de Varenne, un apartamento que pertenecía a la poderosa familia Vanderbilt.

Poco tiempo después de llegar al que sería su nuevo hogar por muchos años, estallaba la Gran Guerra. Edith usó sus contactos en el gobierno francés que le permitieron acceder al frente, donde muy pocos extranjeros podían acceder. Su testimonio se reflejaría en una serie de artículos que se publicaron bajo el nombre Luchando en Francia: De Dunkerque a Belfort.

Edith Wharton se implicó en la ayuda humanitaria de las víctimas de la guerra. De la mano de la Cruz Roja, organizando conciertos, abriendo hospitales o ayudando a las mujeres desamparadas, fueron algunos de los actos que le valieron la Cruz de Honor del gobierno francés. Estas vivencias fueron también inmortalizadas en un libro, El libro de los desamparados



En 1918, Edith dejaba su apartamento de París y tras viajar a Marruecos como invitada del General francés Hubert Lyautey, se instaló en Hyères, en la Provenza. Fue allí donde terminaría en 1920 La edad de la inocencia, novela sobre su visión de la alta sociedad neoyorquina en la que había crecido y que le valdría al año siguiente el Premio Pulitzer, siendo la primera mujer en recibir este importante reconocimiento. 

En 1923 su labor literaria era también reconocida por la Universidad de Yale que la nombró Doctor Honoris Causa, convirtiéndose en la primera mujer en recibir dicha condecoración de esta universidad. También fue la primera mujer en recibir la medalla de oro del Instituto Nacional de los Estados Unidos.

Edith continuó escribiendo hasta el final de sus días, tanto novelas y ensayos como libros sobre decoración e interiorismo. Fue amiga de muchos intelectuales como Henry James o F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway. 

En 1927 Edith compraba una villa en Hyères, el Castillo de Santa Clara, un antiguo convento, en el que diseñó un bello jardín con cactus y plantas tropicales. Diez años después fallecía en otro de sus rincones favoritos, en Saint-Brice-sous-Forêt, cerca de París. Era el 11 de agosto de 1937 y dejaba inconclusa su última obra, Las bucaneras

La esposa del rey noble, Leonor de Trastámara (1360-1415)

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Leonor de Trastámara es otra de muchas reinas del solar hispano de la que se sabe muy poco pero cuyo papel en la corte castellana y navarra fue importante para el devenir de aquellos reinos. Hija de Enrique II, se casó con Carlos III de Navarra, conocido como El noble. Durante la regencia de su sobrino ayudó a gobernar en Castilla y después en Navarra, como reina, tuvo siempre un papel activo en el gobierno del reino. La muerte de seis de sus ocho hijos sumiría a la reina en una terrible tristeza y soledad. 

Leonor de Trastámara nació en el año 1360, hija de Enrique II de Trastámara y doña Juana Manuel, hija a su vez del poeta don Juan Manuel. Su abuela paterna, de la que recibió su nombre, fue la amante de Alfonso XI de Castilla, doña Leonor de Guzmán

Leonor pasó su infancia viajando por distintos puntos de la península junto a sus padres. Y es que en aquel tiempo, Enrique, su padre, se encontraba sumergido en el conflicto dinástico con su hermanastro, Pedro el Cruel, que, como es bien sabido, terminaría con la muerte de este y el inicio de la Dinastía Trastámara en el trono. Pero en el momento de nacer Leonor, Enrique aún no había ganado la batalla y se encontraba refugiado con su esposa en Zaragoza donde esta dio a luz. 


Virgen de Tobed | Jaume Serra
En la parte inferior derecha, aparece Leonor junto a su madre Juana Manuel


No fue hasta seis años después que la pequeña Leonor y su madre se reunían con el entonces rey Enrique II quien fue coronado en las Huelgas de Burgos. La tranquilidad familiar y dinástica duró muy poco y Juana tuvo que marchar de nuevo a Zaragoza con su hija y después al Languedoc. En Francia dejaron sus padres a la infanta pues aún no estaba asegurada la corona en la testa de Enrique.

El 23 de marzo de 1369 Enrique asesinaba a Pedro en Montiel y Enrique y Juana se convertían definitivamente en reyes de Castilla. Fue entonces cuando Leonor fue reclamada por su padre para utilizarla en sus acuerdos políticos. Primero intentó que la infanta fuera moneda de cambio para sellar la paz con Portugal pero terminaron casándola con el heredero de Navarra.

En 1375 se celebrara el matrimonio entre Leonor y Carlos y este se trasladaba a vivir a la corte castellana según los acuerdos firmados entre los reyes de Castilla y Navarra.

La tranquilidad vivida por la nueva pareja los primeros meses de matrimonio se vio rota tres años después cuando Carlos fue hecho prisionero en Normandía por el ejército francés. Tres años pasaría retenido en Francia, un tiempo en el que al desconsuelo por la lejanía de su esposo se sumó las muertes de su padre, en 1379 y su madre, en 1381.




Cuando Carlos regresó de su reclusión en Francia, él y su mujer fueron puestos bajo la protección de Juan I, hermano de Leonor con quien Carlos congenió desde el primer momento. Fueron unos años tranquilos en los que empezaron a nacer los primeros vástagos de la pareja. 

En 1387 fallecía Carlos II de Navarra y su hijo heredaba el trono. Leonor se convertía entonces en reina de Navarra. Pero Leonor permaneció muy poco tiempo en su nuevo reino. Aquel mismo año partía a Castilla, para permanecer junto a su hermano en un viaje que se suponía una breve temporada de recuperación tras una enfermedad pero que terminó convirtiéndose en una larga estancia de siete años. Celos, falta de ayuda económica e incluso un miedo patológico a ser envenenada por el propio rey su marido, fueron algunos de los argumentos que se barajan para intentar entender la huída de Leonor de Navarra. 

Durante su estancia en Castilla fallecía su hermano y subía al trono el niño rey Enrique III. Leonor se volcó entonces de lleno en el gobierno del reino de su sobrino. Fue en 1394, cuando Enrique III tenía dieciséis años que negoció con Carlos III de Navarra la vuelta de su tía con su marido. Tras un tiempo de resistencia y de intento de Leonor de no volver a Navarra, en abril de 1395 volvía de nuevo a su reino.

Desde entonces y hasta su muerte, Leonor fue una reina respetada por su pueblo y reconciliada con su marido. En 1402 empezaba sin embargo un tiempo oscuro para la reina al ver perder a seis de sus ocho hijos. En 1413, poco después de la muerte de su hija Juana, Leonor redactaba su testamento. Fallecería dos años después. 

 Si quieres leer sobre ella


Reinas de Navarra
Julia Pavón (dir.)

La segunda esposa, Ana Bolena (1501-1536)

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El 19 de mayo de 1536 subía al patíbulo en la Torre de Londres una de las mujeres más controvertidas de la historia de Inglaterra. Acusada por algunos de haber provocado la ruptura con Roma, alabada por otros como mártir y víctima de un marido caprichoso y obsesionado con un heredero, Ana Bolena es sin lugar a dudas uno de los personajes que más juego han dado en el mundo de la literatura y cine. Su matrimonio con Enrique VIII fue una de las razones por las que Inglaterra se separó de las doctrinas de Roma viendo nacer la religión anglicana. Para poder separarse definitivamente de su primera esposa, el rey no dudó en proclamarse cabeza de la iglesia de Inglaterra y decidir por sí mismo su propio destino y el de todo su pueblo. Ana fue una mujer decidida a llegar a lo más alto pero su reinado fue efímero. 

La hija del diplomático
Ana Bolena nació en el castillo de Hever, la mansión de la familia Boleyn, en el condado de Kent en 1501. Ana era hija de Thomas Boleyn, un diplomático respetado en la corte y su esposa, Lady Elizabeth Howard. Ana tenía dos hermanos, María y Jorge, con los que pasó su infancia tranquila en Kent hasta que su padre fue enviado por el entonces rey Enrique VII en misión diplomática a distintas ciudades europeas. 

Cuando los Boleyn llegaron a los Países Bajos, la entonces gobernadora Margarita de Austria, tía del emperador Carlos V, quedó prendada de la elegancia de Ana hasta tal punto que la acogió como menina en su corte, donde permaneció hasta 1514. Su presencia fue reclamada en París junto a su hermana María para ejercer de dama de honor de la entonces reina de Francia María Tudor, esposa de Luis XII y tiempo después de la nueva reina Claudia.

Una dama en la corte inglesa
En 1522 Ana volvía a Inglaterra convertida en una dama elegante y educada que pronto atrajo las miradas de los miembros de la corte del nuevo rey Enrique VIII. En el nuevo escenario cortesano, el rey estaba casado con Catalina de Aragón, con quien sólo había tenido una hija, María, y mantenía una relación extramatrimonial con María Bolena, hermana de Ana.

Fue en un baile de la corte donde Ana brilló con luz propia y captó la atención del rey quien desde entonces estuvo obsesionado con ella. Además, Ana supo jugar muy bien sus cartas. Si algo tenía claro era que no quería ser una amante más. Ella quería ser reina. Para ello no dudó incluso en poner tierra de por medio y ponerle las cosas difíciles a Enrique aunque fuera el rey. La jugada le salió bien y Enrique VIII llevó su obsesión a las últimas consecuencias.

La segunda esposa de Enrique VIII
La decisión de separarse de Catalina no fue solamente por su enamoramiento de Ana. Su primera esposa no le había dado el heredero deseado. A esto se añadía que Catalina era tía del emperador Carlos V, su máximo enemigo en Europa, por lo que hacía muy complicada su política exterior. La opción de estar con Ana no sólo le daría esperanzas de concebir un vástago sino también le abría las puertas a enfrentarse abiertamente con el imperio.




El hecho de que Catalina hubiera estado casada primero con su hermano mayor, el fallecido príncipe Arturo fue el argumento utilizado por Enrique y sus asesores políticos para afirmar que su matrimonio con la esposa de su hermano no podía ser válido. Catalina de Aragón murió años después asegurando con firmeza que no había consumado su matrimonio con Arturo y que ella había sido la única reina legítima de Inglaterra.

En 1527 Enrique VIII solicitó la nulidad al Papa Clemente quien, por su parte, se encontraba amenazado por el emperador Carlos V y sus tropas.que habían entrado en la Ciudad Eterna en el conocido como Saco de Roma.

Mientras el rey lidiaba con el papado para conseguir anular su primer matrimonio, Ana se quedaba embarazada. En 1532 Ana comunicaba a Enrique que esperaba un hijo, lo que precipitó los acontecimientos. Pocos meses después desheredaba a su primera hija, María, anunciaba la anulación de su matrimonio con Catalina y se casaba con Ana quien fue coronada reina de Inglaterra el 1 de junio de 1533. Tres meses después Ana daba a luz a una niña a la que pondrían de nombre Isabel

En noviembre de 1534 Enrique VIII firmaba el Acta de Supremacía por la que se autoproclamaba cabeza de la iglesia de Inglaterra. 

La reina decapitada
La felicidad de la nueva reina de Inglaterra duró muy poco tiempo. Tras la muerte de Catalina de Aragón en 1536, Ana daba a luz a un niño muerto. Enrique no se dignó a acudir al lecho de su esposa a consolarla. Ya había encontrado consuelo en otra dama, Juana Seymour.




Obsesionado por conseguir el ansiado varón, el rey decidió deshacerse de Ana y no dudó en hacerlo de la manera más cruel. La reina fue acusada de adulterio por haber mantenido relaciones con distintos caballeros de la corte que confesaron bajo tortura y haber tenido relaciones incestuosas con su propio hermano.

Ana Bolena fue trasladada a la Torre de Londres donde donde fue decapitada el 19 de mayo de 1536. Ana subió al patíbulo con toda la dignidad de la que fue capaz y defendiendo en todo momento su inocencia.

Enrique VIII no esperaría demasiado para casarse con Juana Seymour, la que se convertiría en su tercera esposa. 

 Si quieres leer sobre ella 

Reinas en la sombra
María Pilar Queralt

La otra Bolena
Philippa Gregory







 Películas y series sobre ella 

La otra reina







Los Tudor


La naturaleza en mil lienzos, Marianne North (1830-1890)

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Un día de junio de 1882 una dama inglesa de cincuenta y un años permanecía medio escondida en un rincón de la imponente sala que llevaba su propio nombre. 832 pinturas se exponían por primera vez al público en la Marianne North Gallery, ubicada en el Jardín Botánico de Kew, uno de los más importantes y prestigiosos del mundo. Eran el testimonio de una vida apasionante y unas impactantes ventanas a los lugares más recónditos del mundo a los que viajó Marianne North y en los que descubrió, observó e inmortalizó con su pincel, una naturaleza que convirtió en arte. Más de mil invitados, entre ellos muchos personajes de renombre del mundo de la ciencia, observaron impactados la obra de Marianne mientras ella permanecía con el catálogo de sus lienzos entre las manos pensado muy posiblemente que aquel hermoso espacio aún debía completarse. Nuevos viajes la estaban esperando.

Marianne North nació el 24 de octubre de 1830 en Hastings, Inglaterra. Hija de un reputado político de su tiempo, Frederick North, Marianne vivió su infancia a caballo entre las distintas mansiones de su familia y rodeada de cultura e intelectuales que visitaban su hogar en múltiples ocasiones. La música y la pintura fueron disciplinas artísticas que la atrajeron desde pequeña.

Marianne tuvo siempre una estrecha relación con su padre que se acentuó aún más con la muerte de su madre en 1855. Empezó entonces una época agridulce en la que, huyendo de la pérdida de su madre, Marianne viajó con su padre a lo largo y ancho de Europa y de otros lugares como Oriente Próximo. Pero en 1869 volvía a sufrir un duro golpe con la desaparición de su padre. La soledad fue entonces su compañera de viaje hasta el final de sus días y viajar pasó de ser un mero entretenimiento a una manera de vivir. 




En 1871 Marianne North vendía la propiedad familiar de Hastings y emprendió su primera gran aventura. Jamaica fue el inicio de una nueva vida. Con su silla plegable, sus pinceles afilados para la ocasión y su sombrilla a prueba del sol y la lluvia, podía pasar horas enteras mirando un camaleón o una planta de impronunciable nombre latino, sin percatarse del paso del tiempo1. Así empezaría una extensa colección de cuadros en los que reflejó la naturaleza que se le presentaba ante sus ojos.

Desde Jamaica viajó hasta Brasil, donde permaneció un año entero y después de realizar más de cien lienzos de gran realismo y precisión de plantas y animales exóticos volvió a Inglaterra donde permaneció muy poco tiempo.

A principios de 1875, acompañada de una amiga, partía en su segundo viaje que la llevarían a lugares tan lejanos como Japón o la India. Cuando en verano de 1879 regresaba de nuevo a Inglaterra tuvo verdaderos problemas para trasladar todos los cuadros que había pintado en aquellos cuatro años de viaje.

Sus lienzos fueron primero expuestos en una pequeña galería londinense que alquiló ella misma pero pronto se puso en contacto con los responsables del Jardín Botánico Real de Kew y decidió donar sus pinturas a cambio de que estas fueran expuestas en un lugar adecuado.




Pero antes de la inauguración de la Marianne North Gallery y siguiendo los consejos del director del Jardín Botánico y las sugerencias de Darwin, quien había sido durante años amigo de su padre, viajó durante un año a Australia y Nueva Zelanda para completar su catálogo.

De vuelta a casa, en 1882, se inauguraba el que sería el hogar de sus lienzos hasta el día de hoy. Aquel mismo año, Marianne realizaba un nuevo viaje. África era el único continente que aun no había explorado, así que desembarcó en Ciudad del Cabo y continuó su periplo por lugares tan hermosos como las islas Seychelles.




A finales de 1884 emprendería el que sería su último viaje. Chile fue el destino; el objetivo, pintar la araucana imbricada. 

Cuando regresó de Chile con su ansiado dibujo bajo el brazo, Marianne North alquiló una casa en Gloucestershire donde permanecería el resto de su vida aquejada de fiebres tropicales y de otras enfermedades fruto de una agitada e intensa existencia. Aun tuvo tiempo sin embargo de escribir sus memorias, Recollections of a happy life y Further recollections. El 30 de agosto de 1890 fallecía en su último refugio. 

Su obra permanecería en la Marianne North Gallery para deleite de los amantes de la pintura, de la ciencia y de la naturaleza. Una naturaleza que fue bautizada con su nombre en alguno de sus pequeños rincones, pues existen muchas especies que llevan el nombre de la gran exploradora. 

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Notas: 

1. Viajeras de leyenda, Pilar Tejera. Pág. 59



 Si quieres leer sobre ella 

Viajeras de leyenda, Pilar Tejera








Viajeras intrépidas y aventureras, Cristina Morató

La primera parlamentaria británica, Nancy Astor (1879-1964)

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Nancy Astor ocupó un escaño en la Cámara de los Comunes del Parlamento Británico por el partido Conservador durante veinticinco años. Era la primera mujer que ejercía un cargo de este tipo en Inglaterra y su paso por la cámara no dejó indiferente a casi nadie. Y es que Nancy fue una parlamentaria sin pelos en la lengua, que no dudó en decir siempre lo que pensaba aunque fuera más que políticamente incorrecto. Sus ideas pro esclavistas y su supuesta afinidad con el nazismo, oscurecieron sus acciones solidarias durante la Segunda Guerra Mundial. Su marido, del que tomó el título de vizcondesa la obligó a dejar su carrera política. Al final de sus días se encontró prácticamente sola a causa de las muertes de sus seres queridos y del distanciamiento de aquellos que veían a Nancy como una mujer con ideas de lo más extravagantes. 

La hija del esclavista
Nancy Witcher Langhorne nació el 19 de mayo de 1879 en Danville, en los Estados Unidos. Sus padres se llamaban Chiswell Dabney Langhorne y Nancy Witcher Knee y tenía siete hermanos. Su padre había sido un hombre de negocios que había sufrido la abolición del esclavismo pero que pronto recuperó su fortuna invirtiendo en sectores como el ferrocarril.

Nancy vivió una infancia rodeada de lujo en una mansión en Virginia conocida como El Mirador. Con dieciocho años conoció al que sería su primer marido mientras cursaba sus estudios en la ciudad de Nueva York. 

Su primer matrimonio, del que nacería un hijo, Robert, fue un auténtico desastre y solamente duraría escasos seis años. Tras la muerte de su madre, Nancy con su hijo del que consiguió la custodia y una de sus hermanas, Phyllis se trasladaron a vivir a Inglaterra. 

La esposa del vizconde
Poco tiempo después de su llegada Nancy se casaría en 1906 con Waldorf Astor, hijo de un vizconde y de origen también norteamericano. Empezaba entonces una vida de lujo a caballo entre Cliveden, una propiedad situada en Buckinghamshire y una fastuosa mansión londinense. Nancy se había convertido en toda una anfitriona de lo más refinado de la capital inglesa y empezó a entablar interesantes contactos que utilizaría posteriormente en su carrera política. Uno de los personajes más curiosos que conoció en aquel tiempo fue Phillip Kerr, marques de Lothian, con quien se acercó a las creencias del cristianismo científico.

Durante la Primera Guerra Mundial, Nancy Astor se volcó en ayudar a los soldados convirtiendo su mansión de Cliveden en un hospital para soldados canadienses.  

Cuando en 1919 fallecía su suegro, Waldorf Astor heredaba el título de vizconde y Nancy se convertía a su vez en vizcondesa. Aquello sería también el primer paso para llegar al parlamento británico.

La parlamentaria 
El ya entonces vizconde Astor tuvo que dejar su escaño por Plymouth Sutton al convertirse automáticamente en miembro de la Cámara de los Lores por su nuevo título nobiliario. Fue entonces cuando Nancy se planteó seriamente ocupar el lugar de su marido en la Cámara de los Comunes.

En una campaña electoral bastante reñida, Nancy consiguió su escaño que ocupó el 1 de diciembre de 1919. Su papel como parlamentaria destacó más por lo que dijo que por lo que hizo. Con una particular capacidad de decir y defender cosas a menudo inadecuadas, Nancy se negó a una ley del divorcio, a pesar de haberse divorciado ella misma en los Estados Unidos, no defendió precisamente a las sufragistas y no tuvo inconveniente en verbalizar opiniones crueles que le granjearon más de un enemigo dentro y fuera del parlamento.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Nancy Astor hizo algún comentario que la posicionaron demasiado cerca de las ideas antisemitas y de los defensores del nazismo en Inglaterra. 

Sus actividades solidarias, que continuó durante aquellos años, no compensaron el daño que hacían sus propias declaraciones. 

Un retiro obligado
Las cosas se le complicaron a Nancy cuando su hijo fue detenido acusado de homosexual y alcohólico y ella misma emprendió un viaje con su amigo George Bernard Shaw a la Rusia comunista. Los miembros de su partido, los Tories empezaron a ver en los giros extravagantes de su parlamentaria elementos más que incómodos para su imagen.

A la tristeza que supuso la desaparición de algunos de sus hermanos y amigos que fueron muriendo en aquellos años, se sumó la mala relación con su marido quien la obligó, apoyado por los miembros de su partido, a abandonar su escaño y la vida política. Nancy Astor tuvo que retirarse pero no dejó de mostrar públicamente sus opiniones a favor de la esclavitud o del antisemitismo. 

Alejada de la mayor parte de sus hijos, viuda desde 1952 y con el recuerdo de los pocos que la apoyaron y que ya habían muerto, Nancy Astor vivió sus últimos años de vida sola. Al final de sus días estuvo a su lado una de sus hijas quien la acompañó en sus momentos postreros. Fallecía el 2 de mayo de 1964.

 Series que hablan de ella 


Nancy Astor

La amante oculta del dictador, Eva Braun (1912-1945)

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Uno de los elementos en común con muchas de las mujeres que estuvieron al lado de dictadores fue su total y completa sumisión a ellos. Amantes o esposas dispuestas incluso a morir por unos hombres que no las trataron precisamente con respeto. Uno de los casos más conocidos es el de Eva Braun, quien consiguió casarse con Adolf Hitler dos días antes de suicidarse. Eva pasó toda su corta vida intentando llamar la atención de un hombre que la mantuvo en secreto incluso para sus colaboradores más cercanos. Cuando el final estaba próximo ejerció de "secretaria" del Führer. Aun así, y aunque pudiera parecer sorprendente, Eva Braun se pasó años navegando entre la alegría de ser la amante de Hitler y la desesperación de verse constantemente relegada de su lado. 

La niña que quería ser actriz
Eva Anna Paula Braun nació el 6 de febrero de 1912 en el número 45 de la Isabellastrasse de Múnich. Eva era la segunda hija de Friedrich Braun, un maestro de escuela, y Franziska Kronenberg, modista. Tras Isle, su hermana mayor, y ella, llegaría la pequeña Margaret. Eva había nacido en el seno de una familia de tradición católica y conservadora por lo que fue educada junto a sus hermanas primero en un colegio de monjas y después en el liceo católico de Múnich. Ya desde entonces, Eva se mostraba como una estudiante revoltosa a la que le gustaba mucho más el deporte que las ciencias y soñaba con ser actriz de cine mientras disfrutaba escuchando música de jazz. 

Al terminar sus estudios en el liceo muniqués, Eva ingresó en el Institut der Englischen Fraülein de Simbach, situado en la frontera austrobávara donde aprendió distintos idiomas y disciplinas como mecanografía o economía doméstica.

La joven que conoció a Hitler
En 1929 Eva Braun terminaba sus estudios y su padre pronto se afanó en buscarle un trabajo. Lo encontró en la tienda de fotografía de Heinrich Hoffmann, fotógrafo afín al partido nacionalsocialista, donde Eva trabajó durante muchos años como aprendiz de fotografía.

A finales de aquel mismo año, en la tienda de Hoffmann, cuando Eva tenía tan sólo diecisiete años, conocía a Adolf Hitler quien se presentó con el nombre falso de señor Wolf. Hitler tenía entonces cuarenta años y no fue reconocido por la joven Eva. Pero poco a poco empezó entre ellos una relación inocente y platónica que se alargó durante unos años. En aquel tiempo, Hitler mantenía una estrecha y extraña relación con su sobrina Geli Raubal que terminó trágicamente con el suicidio de ésta en 1931.

Mientras tanto Eva continuaba manteniendo en secreto su relación con Hitler en contra de su voluntad. Este secretismo y las constantes ausencias de Alfi hicieron tomar una determinación a Eva. Seguiría el mismo camino que la desaparecida Geli pero sin llegar hasta el final. Como una drástica llamada de atención, Eva se disparó una bala en el corazón pero antes de caer inconsciente llamó a gritos a su hermana quien trajo al médico que la salvó. 

La amante secreta
Hitler cayó en la trampa. Además, no se podía permitir otra trágica muerte de alguien cercano a él, sobre todo en aquellos momentos complicados para el partido nazi. Pero la aparente victoria de Eva Braun se convirtió en una larga espera en la sombra. Hitler la convirtió en su amante, pero no hizo pública su relación. Eva continuó viviendo con sus padres y trabajando para Hoffmann.

Cuando en 1933 Adolf Hitler era nombrado canciller, Eva Braun no se alegró demasiado pues era consciente de que la presencia de su amante en Múnich se reduciría drásticamente.




Cansada de esperar, Eva volvió a usar la táctica de la amenaza jugando de nuevo con su propia vida. Su segundo intento de suicidio, esta vez con una caja de somníferos fue la llave para viajar a Berlín. En 1935 Hitler accedió a que Eva permaneciera a su lado en calidad de secretaria. Pero incluso en esa ocasión, la amante secreta continuó alejada de los actos públicos y nunca fue presentada oficialmente ni tan siquiera a las personas más cercanas al Führer. 


En los años siguientes Eva pasó mucho tiempo en Obersalzberg, en el refugio conocido como Berghof, que Hitler se hizo construir y donde ella ejerció como ama de casa y vivió totalmente alejada de la oscura realidad que empezaba a amenazar Europa. Mientras Hitler visitaba a su "Evchen" ("tontita" o "cabeza de chorlito") los fines de semana, Eva disfrutaba de veladas con amigas y de su gran pasión por la cámara. Sus largas horas de filmación y las imágenes que hizo se convirtieron con el tiempo en un valiosísimo documento histórico de aquellos años.

La esposa de un día
El universo paralelo en el que vivía Eva con lujo, banquetes y demás riquezas mientras el mundo se moría de hambre y era exterminado por el largo brazo del nazismo, se rompió en 1944 cuando Hitler y sus tropas fueron conscientes de que la victoria de Alemania ya no era algo factible.

Con una extraña lucidez que contrastaba con el mundo idílico en el que había vivido hasta entonces, Eva Braun se trasladó a Berlín y se refugió en el búnker de Alfi. Adolf no consiguió convencerla de que huyera y salvara su vida. Eva tenía claro que iba a quedarse con él hasta el final.



Eva se despidió de los suyos y mantuvo una asombrosa calma. El 28 de abril de 1945 alcanzaba su objetivo vital largamente soñado, se casaba con Adolf Hitler. Dos días después, el señor y la señora Hitler terminaban con su vida. Sus cuerpos, por expreso deseo, fueron quemados. Terminaba así una vida breve marcada por una profunda obsesión. 

 Si quieres leer sobre ella 

Las mujeres de los dictadores
Diane Ducret
Las mujeres de los nazis
Anna Maria Sigmund
Valquirias. Mujeres del Tercer Reich
Miguel del Rey y Carlos Canales



La mejor actriz, Katharine Hepburn (1907-2003)

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En la ceremonia de entrega de los premios Oscar del año 1974, una mujer acudió en pijama para dar un premio. Era Katharine Hepburn, la actriz que más estatuillas ganó en toda la historia del cine y que nunca fue a recogerlos como protesta por unos galardones que consideraba poco serios. Los cuatro que consiguió a lo largo de su magnífica carrera fueron donados al Empire State Building. Este hecho resume la vida y el carácter de una de las actrices más importantes de Hollywood. Mujer que fue una niña introvertida, que nunca le gustó el glamour y que protagonizó algunos de los clásicos más importantes de la historia del cine. Katharine Hepburn fue capaz de representar a reinas como Leonor de Aquitania o Isabel II con la misma fuerza con la que emocionó con su papel en La reina de África o en una de sus últimas apariciones, El estanque dorado.

La niña tímida
Katharine Houghton Hepburn nació el 12 de mayo de 1907 en Connecticut, en el seno de una familia bienestante y con ideas liberales que fueron transmitidas a Katharine y sus cinco hermanos. Ella era la segunda y tuvo siempre una especial relación con su hermano mayor, Tom, cuya dramática muerte a los quince años, la marcó para siempre. Su padre, un conocido cirujano llamado Thomas Norval Hepburn, inculcó en sus hijos la importancia del ejercicio físico e hizo de ellos unos buenos atletas. Su madre, Katharine Martha Houghton, fue una mujer moderna para su tiempo que estuvo implicada activamente en los movimientos sufragistas y de derechos de las mujeres. 



Katharine fue una niña a la que le gustaba correr y hacer ejercicio pero que huía de la presencia de otras niñas hasta el punto de saltarse las clases siempre que podía. Fue por eso que sus padres le facilitaron formación en casa para reforzar esas constantes ausencias de la escuela.

Cuando tenía catorce años, Katharine fue matriculada en el Bryn Mawr College en Filadelfia donde consiguió superar parte de sus miedos y se lanzó al vacío estudiando interpretación y participando activamente en las obras del grupo de teatro universitario.



La zarina de la escena
En 1928, después de graduarse, Katharine se fue a Baltimore para conseguir un papel en “La Zarina”, una obra de teatro dirigida por Edwin H. Knof quien le dio un pequeño papel. A finales de aquel mismo año se casaba con Ludlow Ogden Smith mientras continuaba buscando su lugar en la escena teatral. Lugar que encontraría en Broadway con su aparición en A warrior’s husband. Corría el año 1931 y su éxito llegó a oídos de los responsables de la RKO quienes le dieron el billete de entrada en Hollywood.

El veneno de la taquilla
Doble sacrificio, rodada en 1932 fue su primera aparición en la gran pantalla, a la que siguieron papeles inolvidables en Mujercitas y Gloria en un día. Mientras Katharine Hepburn disfrutaba de sus primeros años de éxito, en lo personal, se separaba de su marido.



Pero aquella buena fama fue declinando de manera inexplicable hasta que sus películas hoy consideradas joyas del séptimo arte como La fiera de mi niña, fueron un auténtico desastre de público. Su fracaso en Hollywood que le valió el apodo de “veneno en la taquilla” le obligó a volver por un tiempo a Nueva York, a las tablas de los teatros de Broadway. Allí volvió a recuperar el reconocimiento de crítica y público con su participación en Historias de Filadelfia, una comedia que le permitió desvincularse definitivamente de la RKO y volver a Hollywood de la mano de la Metro Goldwin Mayer.

La consagración de una estrella
Los años cuarenta fueron un tiempo dorado para Katharine Hepburn no sólo en lo profesional sino también en lo profesional. Tras mantener un breve romance con Howard Huges y con Jonh Ford, la actriz iniciaría una relación sentimental que no la llevaría al altar pero que duraría décadas. Spencer Tracy, un hombre casado, no sólo actuó a su lado en muchas ocasiones sino que fue posiblemente el gran amor de su vida. De hecho, la última cinta que protagonizaron juntos, Adivina quién viene esta noche en 1967, no pudo nunca ser vista por Katharine pues poco tiempo después Spencer Tracy fallecía dejándola desolada.



La reina de África, sus interpretaciones de grandes personajes históricos o sus papeles en recreaciones de clásicos de la literatura la consagraron como una de las mejores actrices de la historia de Hollywood y una de las pocas que huyó del papel de muchas artistas convertidas en iconos sexuales y modelos de belleza. Con su apariencia andrógina y su gran estilo llevando pantalones, se ganó al público y a la crítica más allá de su aspecto físico.

En 1933, 1967, 1968 y 1981 Katharine Hepburn conseguía alzarse con el máximo galardón del mundo del cine por sus papeles protagonistas en Morning Glory, Adivina quién viene esta ñoche, El león de invierno y El estanque dorado. Pero ni en estas ocasiones ni en las muchas otras en las que fue nominada apareció por la gran fiesta de Hollywood a la que consideraba frívola y alejada del rigor que ella creía que debería tener un galardón de cine. Solamente aparecería una vez para entregar un premio y lo haría vestida con un pijama. El glamour nunca fue algo que una de las reinas del estrellato quisiera que fuera con ella.



Los siguientes años Katharine continuó trabajando en el cine y de manera progresiva fue desapareciendo de la gran pantalla y haciendo esporádicas apariciones en la televisión. Aun al final de su carrera deleitó a sus incondicionales con su papel en El estanque dorado junto a Henry Fonda consiguiendo el último Oscar. En 1994 aparecía por última vez en la gran pantalla.

Katharine Hepburn fallecía en su retiro de Old Saybrook, en Connecticut el 29 de junio de 2003.

La diva del romanticismo, María Malibrán (1808-1836)

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María Malibrán fue una de las primeras grandes divas de toda la historia del Bel Canto. A pesar de su breve carrera, escasos ocho años, el público de medio mundo cayó rendido a sus pies así como los principales nombres de la música de su tiempo como Rossini, su gran admirador, Liszt o Mendelssohn. María Malibrán, una de las principales voces del romanticismo, escandalizó al mundo conservador de su tiempo manteniendo un romance con Charles-Auguste de Bériot, quien le dio su único hijo, estando casada con un hombre más de veinte años mayor que ella y quien le hizo creer que era un multimillonario y terminó intentando vivir de los cuantiosos ingresos de su mujer. 

Una familia dedicada a la música
María Felicia García Sitches nació el 24 de marzo de 1808 en París en el seno de una familia dedicada al mundo de la música. Su padre, Manuel del Pópulo Vicente García, era un aclamado tenor de la época para quien el compositor Giacomo Rossini había creado el personaje de Almaviva en El barbero de Sevilla. Su madre, Joaquina Briones, era también cantante. Su hermano mayor era barítono y maestro de canto mientras que su hermana pequeña, Pauline García-Viardot, fue también una diva del bel canto.

Cuando María llegó al mundo, sus padres acababan de llegar a París desde la España asediada por las tropas napoleónicas. Aún no pudo conocer la belleza de la capital francesa, en la que triunfaría años después. Tres años más tarde, la familia de María volvía a trasladarse, esta vez a Nápoles. Fue allí donde se estableció un estrecho vínculo entre ellos y Giacomo Rossini.

La pequeña cantante
María García tenía seis años cuando hizo su primer debut artístico cantando junto a su madre y su padre. Ya entonces su padre fue consciente del talento de la pequeña y empezó a aleccionarla con rigor y a veces incluso con excesiva disciplina para una niña.

Poco tiempo después, cuando se trasladaron a Londres, María fue internada en un colegio religioso en Hammersmith donde estuvo hasta que cumplió los dieciséis años. A partir de ese momento, Manuel del Pópulo sería su único y rígido maestro. Nada le importaba ver llorar a su hija mientras ensayaban durante horas bajo una presión que María tuvo que soportar y que le valió adquirir una técnica vocal admirable.

El 5 de junio de 1825 el Royal Theatre de Londres sería testigo de aquel talento modelado por Manuel. María García se ganó el respeto del público y de la crítica en su papel de Rosina en El barbero de Sevilla. Tenía tan sólo diecisiete años y empezaba una carrera inigualable en el mundo del bel canto. María continuó actuando en Londres hasta finales de aquel mismo año cuando su familia decidió cruzar el Atlántico y poner rumbo a los Estados Unidos. 

La Signorina
En un país en el que no existía una amplia tradición operística, el talento de María García no pasó en absoluto desapercibido. De hecho, llamada cariñosamente por el público neoyorquino "La signorina", María se convertiría en la primera gran estrella del bel canto en América.

Convertida en una de las voces más representativas del romanticismo, María García decidió que debía dar un paso en su carrera y en su vida personal. En lo profesional, sentía que debía alejarse del excesivo control paterno. Para ello decidió buscar un marido en lo que se entendía entonces como el natural paso del padre al esposo.

Un aparentemente multimillonario banquero de origen francés de cuarenta y tres años llamado Eugene Malibrán sería el escogido. Pero poco después de que María García se convirtiera en María Malibrán, en 1826, se dio cuenta de que el príncipe azul no era tal y mucho menos poseía toda la fortuna que aseguraba tener. María quiso divorciarse de Eugene pero no lo consiguió y se encontró sola en la Gran Manzana sin sus padres que habían marchado a México. Incapaz de convencer a su marido de una separación amistosa, María decidió volver sola al viejo continente. 

La conquista de Europa
María Malibrán llegó a París en 1828 donde gracias a la ayuda de la Condesa Merlín, se introdujo en los círculos artísticos de la capital francesa y consiguió actuar en la Ópera de París. De nuevo en un papel de Rossini, Semiramide, María Malibrán triunfó ante los parisinos.

María Malibrán vivió entonces su época dorada. Adorada por el público y admirada como un símbolo de los amantes del romanticismo, aquella hermosa mujer independiente, que no había dudado en dejar a su marido, enamoraba a todo aquel que contemplaba sus altas dotes dramáticas mientras se deleitaba con la belleza de su voz.

La nube en la que vivía María se completó con el romance vivido con un violinista belga llamado Charles-Auguste de Bériot pero su felicidad se vio enturbiada con la súbita llegada desde Norte América de su marido del que no dudó en huir acompañada de su amante. 

La siguiente etapa de su carrera artística fue la conquista de Italia y de sus grandes templos líricos. Todos, sin excepción, se rindieron a sus pies.

A punto de terminar el año 1832 María Malibrán, acompañada de de Bériot, volvió a París para dar a luz al que sería su único hijo. Aquello fue demasiado para una sociedad que, a pesar de admirar a la diva, le costó aceptar que hubiera tenido un hijo con su amante mientras aún permanecía casada con Eugene.

Pero a María no le importó lo más mínimo y tras el parón maternal viajó a Londres donde volvió a cosechar grandes éxitos, volvió a Italia para dejar sin habla a la Scala de Milán y regresó a París para poder, al fin, casarse con su amante. Corría el año 1836 y María consiguió desligarse legalmente de su primer marido.

Tras una breve luna de miel en Bruselas, la pareja y su hijo viajaron a Londres donde María iba a continuar actuando. Pero una aparatosa caída de un caballo durante una cacería la dejó seriamente debilitada. Desde entonces y hasta el final de sus días, María Malibrán estuvo obsesionada en negar la flaqueza de un cuerpo que no la pudo seguir durante mucho más tiempo en el frenético ir y venir de un escenario a otro de Europa.

Al final, en Manchester, durante un ensayo, María se desmayó y tras unos agónicos días de fiebres y grandes dolores, todo unido a un nuevo embarazo, dejaron a la diva del bel canto sin la voz que la había encumbrado a lo más alto.

María Malibrán fallecía el 23 de septiembre de 1836 con tan sólo veintiocho años de edad. A su funeral asistieron miles de personas que no podían creer que aquella joven hermosa de talento inigualable hubiera dejado de existir.

El ama de casa que se convirtió en astrónoma, Williamina Fleming (1857-1911)

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A veces, los caminos de las personas no vienen marcados desde sus inicios y terminan convirtiéndose en personas extraordinarias a pesar de no haber ni tan siquiera soñado con alcanzar la gloria. Que las mujeres lo han tenido muy complicado a lo largo de la historia para acceder a muchas de las disciplinas artísticas y científicas no es ningún secreto. Pero que una mujer a la que su marido había abandona antes de que naciera su hijo en un país que no era el suyo y dedicada a ser ama de casa terminara siendo una de las astrónomas más importante de la historia no es precisamente algo habitual. Williamina Fleming salvó todas las dificultades que la vida le puso delante y gracias a la confianza de un profesor de Harvard pudo dedicar su vida a la ciencia y hacer importantes aportaciones a la astronomía.

Williamina Paton Stevens nació el 15 de mayo de 1857 en la ciudad escocesa de Dundee. Mina, como se la llamaba cariñosamente, tuvo una infancia normal, estudiando en colegios públicos. Mina, que fue una buena estudiante, empezó a ejercer de profesora a los catorce años de otros niños mientras ella continuaba sus estudios. Pero su formación no iba dirigida a forjar una carrera profesional, sino a aprender como las niñas de su tiempo. Porque cuando en 1877 contrajo matrimonio, Mina se convirtió en ama de casa. Tenía entonces veinte años y se casó con James Orr Fleming, con quien emigró a los Estados Unidos poco tiempo después. Instalados en Boston, Mina pronto quedó embarazada. Pero lo que parecía que iba a ser una vida normal de una pareja de inmigrantes normal se convirtió en una pesadilla para ella. Aún no había nacido su hijo, James la abandonó.

Williamina Fleming se encontró sola en un país que no era el suyo por lo que tuvo que buscar un trabajo con el que sobrevivir y mantener a su futuro bebé. La joven tuvo suerte y encontró un trabajo como empleada del hogar en casa de Edward Charles Pickering, un reconocido profesor de astronomía que dirigía por aquel entonces el Observatorio de la Universidad de Harvard. Edward, cansado de la falta de profesionalidad de su ayudante en el observatorio, decidió proponer a Williamina que le ayudará también allí. No le decepcionaría.

1881 fue el año que cambiaría para siempre el destino de Williamina Fleming. A pesar de que empezó trabajando de manera temporal realizando tareas administrativas y algunos cálculos matemáticos sencillos, al poco tiempo el profesor Pickering la incluyó en su equipo de investigación y le dio la responsabilidad de supervisar a un amplio número de empleadas dedicadas a realizar miles de cálculos matemáticos y de revisar los documentos que generaba el observatorio.

Williamina demostró ser una profesional disciplinada y exigente consigo misma quien, a pesar de no disponer de amplios estudios científicos, puso todo su empeño en aprender sobre la marcha. Tal fue su determinación, que terminó ideando un sistema de clasificación de las estrellas que consistía en asignarles una letra según tuvieran mayor o menor cantidad de hidrógeno en su espectro. 

Los siguientes años de su vida los dedicó a analizar los espectros estelares y a identificar más de doscientas estrellas variables y descubrir las enanas blancas. Todo un logro para una mujer como ella. Los más de treinta años de dedicación a la astronomía le valieron el reconocimiento de la comunidad científica que le otorgó el título de Conservadora del Archivo de Fotografías Astronómicas de Harvard, siendo además la primera mujer en recibir un cargo de este tipo en dicha universidad. 

Williamina Fleming trabajó incansablemente estudiando las estrellas hasta el final de sus días. El 21 de mayo de 1911 fallecía a causa de una neumonía. Su obra permaneció como una importante base a futuros estudios y abrió el camino a otras mujeres que soñaron con descubrir la verdadera naturaleza de las estrellas. 

La reina que se enfrentó a Roma, Boudicca (Siglo I d.C.)

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En los primeros años de la era cristiana, cuando el Imperio Romano continuaba extendiendo su poder por el mundo conocido, fueron pocos los que se enfrentaron abiertamente a su hegemonía. En la Britania romana, donde ahora se encuentra el condado de Norfolk, una reina sola y obligada a someterse a Roma, luchó hasta el final en uno de los enfrentamientos más cruentos que se conocen en los que las legiones romanas no tuvieron la más mínima compasión del ejército de voluntarios que había reclutado Boudicca con su carisma y valentía. Boudicca no triunfó, y su historia estuvo silenciada durante siglos. 

Boudicca, nacida alrededor del año 30 d.C., era la esposa del rey de la tribu de los icenos, Prasutagus. Durante su reinado, el rey había mantenido una relación de alianza con los romanos quienes les permitieron una cierta libertad de movimiento disfrutando de un período de paz en su historia. Pero el hecho de que Prasutagus y Boudicca no hubieran tenido hijos varones complicaba la situación futura, cuando el rey falleciera. A pesar de que Prasutagus pactó con los romanos una futura alianza y gobierno conjunto entre el imperio y sus hijas, al fallecer alrededor del año 60, su última voluntad no fue respetada. Roma no aceptaba que el poder pudiera traspasarse por vía femenina así que tras la muerte del rey de los icenos, hizo de este pueblo uno más de los que sucumbieron a su voluntad. Muchos de sus ciudadanos fueron esclavizados y las tierras y posesiones confiscadas. A la reina, mientras veía cómo sus hijas eran violadas por las huestes romanas, se le exigió el pago de la deuda contraída por su marido con el imperio.

Boudicca decidió entonces rebelarse contra Roma, algo que era a todas luces un suicidio pero que ella consiguió al menos intentarlo. A Boudicca se unieron otros pueblos vecinos que soñaban con liberarse de las cadenas de Roma. Con una voluntad de hierro, la reina de los icenos organizó un ejército que consiguió conquistar Camulodunum y Londinium.

Los ejércitos romanos, al mando de Cayo Suetonio Paulino, el entonces gobernador de Britania esperó a Boudicca en un territorio situado entre Londinium y Viroconium donde tuvo lugar la terrible batalla de Watling Street.



Boudicca y su ejército de hombres mal armados y mujeres y niños no consiguieron, a pesar de su superioridad numérica, doblegar las imparables legiones romanas. Ante la inminente derrota, Boudicca desapareció de la historia. Según Tácito, se suicidó antes de ser apresada, mientras que Dión Casio asegura que falleció a causa de las heridas sufridas en la batalla.

Lo cierto es que los hechos narrados por estos dos historiadores romanos desaparecieron durante siglos, hasta que en los tiempos del renacimiento volvieron a salir a la luz. Pero fue en la época de la reina Victoria, quien la ensalzó como una de las más grandes heroínas del pasado británico, cuando Boudicca volvió a renacer. Poemas laudatorios, un buque de guerra con su nombre y una estatua erigida por orden del Príncipe Alberto, fueron algunos de los homenajes más destacados a esta reina cuyo nombre significa "victoria".

Modelando la fauna y la historia, Anna Vaughn Hyatt Huntington (1876-1973)

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Casi un siglo vivió Anna Vaughn Hyatt Huntington y a lo largo de su extensa vida observó e inmortalizó con su talento escultórico hermosos animales y famosos personajes de la historia. Amante de la naturaleza, Anna pasaba largas horas en los zoológicos observando las formas de los animales que luego modelaría con gran talento en su estudio, entre ellos, el caballo que fue su auténtica pasión. Con su marido compartió el amor por la historia y sus manos crearon bellas esculturas de personajes históricos de la talla del Cid Campeador o Juana de Arco. Recibió un largo número de reconocimientos artísticos y su obra se puede observar en infinidad de lugares de todo el mundo, ya sean originales o reproducciones.

Anna Vaughn Hyatt Huntington nació el 10 de marzo de 1876 en Cambridge, Massachusetts. Anna era la pequeña de los tres hijos de Alpheus Hyatt, un profesor de paleontología y zoolología de la Universidad de Harvard, y Aduella Beebe Hyatt, una pintora de paisajes. Si de su padre heredó el amor por los animales, de su madre lo haría del arte. 

Fue en la granja de verano de su familia donde Anna empezó a sentir una verdadera pasión por los caballos y otros animales a los que empezó a modelar en arcilla. Aquella incipiente actividad era solamente un entretenimiento pues hasta los diecinueve años estuvo estudiando para ser una violinista profesional. Pero un día en el que ayudó a su hermana mayor Harriet a arreglar la pierna de una escultura que estaba haciendo, esta se dio cuenta del talento de Anna y la animó a participar en el grupo escultórico elaborando la forma de un perro. La pieza final no sólo fue expuesta en un centro artístico sino que fue vendida haciendo nacer en Anna su entusiasmo por la escultura.


Sybil Ludington | Lago Carmel, NuevaYork

Anna empezó a estudiar este arte en Boston de la mano del escultor Henry Hudson Kitson y pronto marchó a Nueva York para seguir formándose con otros artistas de renombre. Aunque Anna se dio cuenta que prefería la observación directa de los animales que ella ansiaba inmortalizar que el estudio academicista. Así que dejó las cuatro paredes de los estudios de arte y pasó largas horas en el Zoo del Bronx.



Sus primeras esculturas ecuestres fueron aclamadas por la crítica y abrieron a Anna un largo camino artístico que duraría hasta los últimos años de su longeva existencia. Durante aquellos años, Anna compartió estudio y trabajo con algunas otras escultoras como Abastenia Saint Leger Eberle.
Juana de Arco

En 1907 Anna decidió dar un salto en su carrera y embarcarse en la aventura europea. Un año después el Paris Salon se rendía a sus pies con unas hermosas esculturas de jaguares. Después de viajar a Nápoles y volver por un tiempo a los Estados Unidos, Anna regresaba a París para acometer una de sus obras cumbre en la que estuvo soñando y trabajando durante años. En 1915, en una emotiva ceremonia, se desveló la hermosa estatua ecuestre de Juana de Arco. Aquellos fueron años de reconocimientos artísticos y continuo trabajo en obras que le eran encargadas gracias a la fama de su talento.

En 1923 Anna conoció al que se convertiría en su marido. Fue en la Sociedad Hispánica de Nueva York donde se estaba organizando una exposición de esculturas. Archer Milton Huntington era un rico heredero del ferrocarril que dedicaba parte de su tiempo a obras filantrópicas relacionadas con la cultura hispánica por la que sentía un gran interés. El 10 de marzo de aquel mismo año, el día que ambos celebraban su cumpleaños, se casaron en una bonita ceremonia en el estudio de Archer.

Su marido le contagió su pasión por la cultura hispana que se tradujo en obras como una escultura del Quijote y otra del Cid Campeador que fue donada a Sevilla que, en agradecimiento, nombró a la pareja hijos adoptivos de la ciudad andaluza. 



Anna y Archer vivieron en una casa a las afueras de Nueva York donde crearon un zoológico que les sirvió para seguir estudiando la anatomía animal. Poco después donarían los animales a Nueva York y se trasladaron a una amplia propiedad en Redding, Connecticut donde Anna empezó a experimentar con el aluminio sin dejar de modelar con el bronce.



Hasta pocos años antes de su muerte, Anne continuó modelando hermosas obras de arte, como una increíble composición ecuestre con Lady Godiva

Lady Godiva

A finales de los sesenta dejó definitivamente su arte y vivió retirada en su hogar de Redding hasta su muerte, el 4 de octubre de 1973.

El coraje de la condesa, Maria von Maltzan (1909-1997)

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En el crudo y terrible invierno de 1943, los nazis se afanaban por convertir la capital del Reich, Berlín, en una zona libre de judíos, o Judenfrei. Sin embargo, y a pesar de su cruel empeño en liquidar a cualquiera de ellos, eran conscientes de que aún había muchos escondidos. Una de sus guaridas, según sospechaban, era el hogar de una condesa alemana. En una redada en el apartamento de Maria von Maltzan, un oficial nazi preguntó si había alguien escondido en el sofá. Con una calma heroica, Maria respondió que no, pero que si lo quería comprobar disparando al sofá, que lo hiciera, y añadió: pero antes quiero un papel escrito y firmado por usted en el que se comprometa a pagar por la nueva tela y las reparaciones de los agujeros que usted haga en él1. Tras unos segundos, el oficial desistió y se marchó. En aquel sofá estaba escondido el amor de su vida. Un coraje que le valió ser una de las mujeres más valientes de la Segunda Guerra Mundial. Pero aquella valentía le dejaría secuelas el resto de su vida.

Maria Helene Françoise Izabel von Maltzan nació el 25 de marzo de 1909 en Silesia, en el seno de una familia aristocrática alemana. Maria tuvo una infancia privilegiada en el Palacio de Militsch en una extensa finca de dieciocho mil acres con su extensa lista de siete hermanos de los que ella era la más pequeña. En aquel pequeño paraíso de bosques y lagos en el que la familia del conde de Maltzan convivía con un amplio número de animales y pájaros Maria encontró la pasión de su existencia, las animales. Un área de estudio poco común en una muchacha pero que su padre, con quien estuvo siempre muy unida, intentó apoyar siempre. 



La pequeña Maria, una pequeña salvaje en su universo propio, sufrió un duro golpe cuando tenía doce años y falleció su padre. Su madre, una mujer estricta y defensora de los estereotipos sociales de su tiempo, se dispuso a hacer de su hija una joven dama digna de su rango aristocrático.

Tras estudiar en escuelas de Militsch, y contraviniendo los deseos de su madre, Maria se dispuso a estudiar veterinaria. Primero en Breslau y Munich, poco después se trasladó a estudiar en el Instituto de Ciencias Naturales de Berlín donde obtuvo el doctorado. Para desesperación de su madre, en 1935 se casó con un artista de cabaret llamado Walter Hillbring con el que mantuvo una breve relación de un año.

Cuando en 1933 los nazis alcanzaron el poder, Maria hacía tiempo que era consciente del peligro que Hitler supondría para su país. Había leído la autobiografía del Führer, el Mein Kampf, con un espíritu crítico. Maria, en su calidad de condesa, estuvo en estrecha relación con los nazis de Berlín obteniendo información que sería de utilidad en sus colaboraciones con grupos de la resistencia. 

Los judíos sabían que el apartamento de Maria von Maltzan, un almacén transformado cerca del ferrocarril, estaba abierto a todo aquel que necesitara esconderse de los nazis. Uno de los judíos a los que protegió se convertiría con el tiempo en su marido. Hans Hirschel, un investigador y escritor judío, vivió mucho tiempo escondido en el apartamento de Maria por el que pasaron muchos judíos antes de ser ayudados a escapar de Alemania. Las operaciones de huida fueron organizadas por María von Maltzan en colaboración con la Iglesia sueca de Berlín. Ella y un joven sueco llamado Eric Wesslen idearon un sistema de huida llamado schwedenmöbel (muebles suecos)2. 

Maria von Maltzan era Maria Müller por la noche. Hans Hirschel observaba como su amante alemana salía de noche tras recibir misteriosas llamadas telefónicas que la llevaban a peligrosas incursiones nocturnas en las que trasladaba junto a Wesslen a los judíos hasta la frontera. Maria no sólo se jugaba la vida por la noche, también durante el día cuando tenía que esconder a todo aquel que lo necesitaba y soportar las redadas nazis. A todo ello se unió la dramática pérdida del bebé que iba a tener con Hans. Cuando el pequeño nació, requirió de la ayuda de una incubadora para salir adelante. Pero los bombardeos que cayeron sobre la ciudad dejaron sin electricidad el hospital en el que estaba el bebé de María y su incubadora se apagó. El corazón del pequeño también.



Maria von Maltzan y Hans Hirschel sobrevivieron a la guerra y a todas las terribles vicisitudes que tuvieron que soportar. La pareja se casó en dos ocasiones, después de un tiempo separados mientras Maria empezó a sufrir secuelas psicológicas después de todo lo vivido en el pasado.

Cuando la condesa Maria von Maltzan se quedó viuda en 1975, tenía sesenta y seis años y decidió redirigir su vida. Abrió entonces un centro veterinario en Berlín que se hizo famoso por asistir de manera gratuita a todos los animales que lo necesitaban.

En 1986 escribió sus memorias para que nadie olvidara el horror que vivió junto con millones de personas en toda Europa. Un año después era galardonada con el título de Justa entre las Naciones.

Maria von Maltzan falleció el 12 de noviembre en Berlín.

 Si quieres leer sobre ella




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Notas

1. Heroínas de la II Guerra Mundial, Kathryn J. Atwood, pág. 41
2. Ídem, Pág. 42

Cartas desde el frente, Helen Fairchild (1885-1918)

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Helen Fairchild fue una de las muchas enfermeras que lucharon a su manera en la Primera Guerra Mundial. Su papel en los hospitales de campaña fue determinante para salvar vidas y mejorar la situación de los heridos en el frente. Aquellas largas, extenuantes jornadas en las que mujeres con una fuerza de voluntad titánica trabajaron sin descanso, habrían quedado en el olvido si no fuera por algunos testimonios concretos. Uno de ellos es el de Helen Fairchild, una enfermera norteamericana que escribió a su familia durante el tiempo que estuvo en el frente y cuyas cartas recopiló su sobrina quien vio en su tía Helen a una auténtica heroína. 

Helen Fairchild nació el 21 de noviembre de 1885 en Milton, Pensilvania. Era la cuarta de los siete hijos que tuvieron sus padres, Ambrose Fairchild y Adda Dunkle. Tuvo una infancia tranquila en la granja familiar hasta que la guerra cambió su vida, como la de millones de personas en todo el mundo.

En 1913 se había graduado como enfermera en el hospital de Pennsylvania y llevaba cuatro años ejerciendo una profesión que le apasionaba. Cuando los Estados Unidos entraron en guerra, Helen se unió a un grupo de 63 enfermeras voluntarias para viajar a Europa para ayudar en los hospitales de campaña.


Ypres

En julio de 1917, Helen, junto a otras enfermeras, se encontraba en el frente occidental, en la zona donde se estaba librando la tercera batalla de Ypres. Tras largos meses de trabajo extenuante en condiciones imposibles y sufriendo constantes ataques del enemigo, el cuerpo de Helen Fairchild, que ya estaba debilitado, no pudo continuar. En las Navidades de aquel mismo año empezó a sentirse muy mal a causa de una úlcera gástrica. Después de una operación de urgencia, Helen no sobrevivió y falleció el 18 de enero de 1918. La autopsia concluyó que su muerte pudo deberse a una complicación con el cloroformo utilizado como anestesia. A esto se añadió que Helen, como muchas de sus compañeras, estuvieron expuestas a los ataques enemigos con gas mostaza que mermaron sus condiciones físicas de manera sustancial.

En los meses que Helen Fairchild estuvo en Francia escribió cerca de cien páginas en forma de cartas que enviaba a su familia. Unos textos que su sobrina, Nelle Fairchild Rote admirada por la valentía de su tía, decidió recopilar y convertir en un libro titulado Nurse Helen Fairchild WWI. Un testimonio que se convirtió en una fuente de información de primera mano de las condiciones en las que las enfermeras debían trabajar en el frente y de la valentía que demostraron muchas de ellas que llegaron incluso, como Helen Fairchild, a perecer a causa de la guerra.

La monja que se enfrentó al francés, María Rafols (1781-1853)

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Cuando a principios del siglo XIX las tropas napoleónicas asediaban Zaragoza, el pueblo sufrió hambre y continuas penurias. En la ciudad devastada, un centro asistencial dirigido por unas cuantas religiosas, era una pequeña luz  en medio de la oscuridad. Pero la ayuda de aquellas monjas a enfermos era cada vez más complicada debido a la escasez de todo. En aquel caos, una de ellas, María Rafols, se presentó ante el general francés Lannes acompañada de dos monjas y consiguió alimentos y salvoconducto para su actividad asistencial. Terminada la Guerra de Independencia, María, con un corazón incansable, dirigió un orfanato y dedicó su vida a cuidar a los demás. Su ejemplo de vida la llevó a ser beatificada y en la actualidad se encuentra en proceso de canonización.

María Ráfols nació el 5 de noviembre de 1781 en la ciudad barcelonesa de Vilafranca del Penedés. Sus padres, Cristóbal Rafols y Margarita Bruna, eran humildes molineros que vivían del campo. La de María fue una infancia normal, hasta que en 1803 conocería a Joan Bonal, quien se convertiría en su director espiritual. Junto a Joan Bonal materializarían una orden religiosa dedicada a la ayuda asistencial siguiendo el ejemplo de las francesas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul que tuvo en Santa Luisa de Marillac su alter ego femenino.

Joan Bonal y María Rafols, convertida en superiora de la congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, decidieron convertir su sueño en realidad en Zaragoza a donde llegaron el 28 de diciembre de 1804 acompañados de doce hermanas y doce hermanos. Allí empezaron la difícil tarea de organizar y poner orden en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia. A sus veintitrés años, María supo impulsar un proyecto en el que implicó a sus hermanas mientras los monjes no tardaron en abandonar la empresa.

Cuando los franceses atravesaron los Pirineos María Rafols no se podía imaginar la devastación en la que se convertiría su amado hospital durante el sitio de Zaragoza de 1808. María no se rindió y empezó a reubicar a los enfermos en otros edificios oficiales mientras el segundo sitio empeoró aún más, si eso era posible, la situación de los desamparados e hizo del trabajo de María y sus hermanas algo realmente complicado. 

Ante aquella situación, decidió presentarse ante los franceses para pedir misericordia para los enfermos. Y, a pesar de lo peligroso de la acción, María Rafols consiguió del general Lannes comida y salvoconductos.




Años después de la guerra con los franceses, María se dedicó a dirigir un orfanato en el que puso toda su energía. No sólo dio asilo, comida y seguridad a aquellos niños desamparados sino que intentó ser para todos ellos la madre que no tenían. Además, se preocupó de buscarles un hogar adecuado para todos ellos y siguió sus pasos aún fuera del orfanato.

En 1834 María Rafols fue hecha prisionera durante el desarrollo de la Primera Guerra Carlista. Parece ser que la monja fue acusada de haber conspirado contra la reina Isabel II pero no queda claro por qué exactamente fue condenada. Después de pasar dos meses recluida en el prisión de las monjas dominicas y seis años de destierro en su pueblo natal y en Huesca, María regresó a Zaragoza donde volvió a dedicarse a los más necesitados. 

María Rafols se retiró en 1845 a causa de su mala salud y vivió dedicada a escribir textos espirituales hasta que la muerte le llegó el 30 de agosto de 1853.

Enterrada en la Casa General de la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana de Zaragoza, la fama de María Rafols fue creciendo con los años y durante el centenario del sitio de Zaragoza fue proclamada heroína de la caridad. En 1944 Pío XII suspendió su proceso de beatificación que fue retomado por Juan Pablo II unos veinte años después hasta que el 1 de octubre de 1994 fue beatificada. En la actualidad se encuentra en proceso de santificación.

 Si quieres leer sobre ella 

Ellas mismas
María Teresa Álvarez

La Nobel de la genética, Barbara McClintock (1902-1992)

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Barbara McClintock dedicó toda su vida a la ciencia. A pesar de la oposición de su madre y de los prejuicios de su tiempo, Barbara se coló en las universidades más prestigiosas y se convirtió, a fuerza de horas y horas de estudio y esfuerzo, en una de las mujeres científicas más respetadas. Su campo de estudio fue la citogenética del maíz definiendo teorías tan novedosas que ni sus colegas las aceptaron. Tuvieron que pasar años y descubrimientos de otros científicos para que el trabajo de Barbara McClinktock recibiera el reconocimiento merecido. Un reconocimiento que no sólo se materializó en publicaciones científicas de gran prestigio, en premios de universidades y más de catorce reconocimientos Honoris Causa. En 1983 recibía el Premio Nobel de Medicina.

Barbara McClintock nació el 16 de junio de 1902 en Hartford, Connecticut. Fue la tercera hija del médico Thomas Henry McClintock y su esposa Sara Handy. Su familia pasaba momentos económicos difíciles por lo que la niña fue enviada a vivir con sus tíos a Nueva York. En Brooklyn, Barbara recibió su educación básica que terminó en el Erasmus Hall High School.

Joven independiente desde bien pequeña, Barbara ya sabía que la ciencia tenía que ser su ámbito de estudio. En aquellos primeros años del siglo XX, una mujer estudiando en una universidad una carrera científica no era algo ni muy común ni muy bien visto. Un sueño al que se le oponía su propia madre, quien pensaba que si su hija se dedicaba a la ciencia difícilmente encontraría un marido, algo que, de hecho así fue. La problemática económica era la segunda gran traba para Barbara.



La joven estuvo trabajando durante un tiempo hasta que en 1919, y con la ayuda de su padre, Barbara ingresó en la Escuela de Agricultura Cornell donde estudió botánica y empezó a descubrir el apasionante mundo de la genética. Uno de sus profesores de esta materia, Claude B. Hutchison, la invitó a asistir a un curso superior de esta materia que impartía él mismo. Aquello fue el principio de una vida dedicada casi exclusivamente al estudio de la genética.

Desde entonces y hasta el final de su carrera profesional, Barbara McClintock se sumergió en el estudio de la citogenética del maíz, área que la llevó a distintas universidades de los Estados Unidos además de permanecer un breve tiempo en Alemania. 

En 1944 ingresó en la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos y un año después se convirtió en la primera mujer en presidir la Sociedad de Genética de América. En 1967 Barbara McClintock se retiró oficialmente del estudio científico aunque continuó investigando como científica emérita en el Laboratorio Cold Spring Harbor y se dedicó a dar conferencias sobre genética.

Premios como la Medalla Nacional de la ciencia o el Premio Albert Lasker fueron algunos de los galardones que recibió antes de recoger el más alto premio, el Nobel de Medicina en 1983.

Barbara McClintock falleció a los noventa años de edad en Nueva York el 3 de septiembre de 1992.

La viajera incansable, Ida Pfeiffer (1797-1858)

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Una niña criada entre hermanos, en un mundo de libertad, cuando su madre decidió reconducirla hacia los rigurosos estereotipos que marcaba la sociedad del diecinueve para las mujeres, simplemente se rebeló. No quiso ser esposa, ni madre, ni mujer sumisa. Viena era demasiado pequeña para su espíritu aventurero. Cuando tuvo la oportunidad, lo dejó todo y con un minúsculo equipaje y una pequeña herencia, se embarcó a descubrir el mundo. Nada frenó a esta mujer insaciable, ni los caníbales y las tempestades. Se mezcló entre distintos pueblos y fue recibida por reyes y príncipes. Dos veces dio la vuelta al mundo y cuando su cuerpo estaba a punto de sucumbir, su espíritu aventurero aún planificaba un último viaje. Ida Pfeiffer fue sin duda una de las mujeres viajes más intrépidas del siglo XIX.

Una niña entre muchos hermanos
Ida Laura Reyer nació el 14 de octubre de 1797 en Viena en el seno de una familia de clase media y rodeada de siete hermanos con los que no tuvo ningún problema en relacionarse. Su padre, un hombre de carácter inflexible, trató a Ida como un chico más por lo que en los primeros años de su vida no recibió la típica formación destinada a las niñas. Ida disfrutó de una infancia en libertad, correteando y jugando con sus hermanos. Pero aquel mundo desaparecería con la muerte de su padre cuando Ida tenía tan sólo nueve años. Fue entonces cuando su madre tomó las riendas de su educación y la quiso reconducir y reconvertirla en una pequeña damita. Pero ya sería demasiado tarde.

Obligada a estudiar piano de la mano de un tutor personal, Ida llegó a quemarse los dedos con cera para impedir aquellas largas sesiones musicales. Y mientras su madre la obligaba a vestir como una dama, ella corría a esconderse en su habitación donde devoraba uno tras otro todos los libros de viajes que podía.

La rebeldía de Ida culminó cuando, a los diecisiete años, y para desesperación de su madre, se enamoró de su tutor de piano. Sin pensárselo dos veces, su madre despidió al desdichado profesor y buscó para su pequeña salvaje un partido más adecuado. El escogido fue un tal Dr. Pfeiffer, un viudo veinticuatro años mayor que Ida con una buena posición en el gobierno de Viena.

Una esposa desdichada
Corría el año de 1820 y la pareja se trasladaba a vivir a Lemberg, a 180 Km. de la capital austriaca. Ni que decir tiene que empezaba para Ida una de las épocas más tristes de su vida en las que ni tan siquiera la maternidad consoló su espíritu rebelde. Madre de dos hijos, dedicada a ser esposa y buena ama de casa, la vida de Ida Pfeiffer se complicó cuando la fama y el prestigio de su marido en el gobierno vienés cayó en picado tras ser acusado de corrupción.

Fue poco después cuando fallecía la madre de Ida y la pequeña herencia recibida le permitió dar un giro radical a su vida.

La mujer que quiso ser libre
En 1842, y con cuarenta y cinco años a sus espaldas, Ida Pfeiffer abandonaba a su familia y se disponía a vivir la vida con la que siempre había soñado. La herencia recibida no era demasiado dinero pero sí el suficiente para aquel espíritu aventurero dispuesto a enfrentarse a situaciones extremas que, lejos de amedrentarla, hicieron crecer en ella la felicidad y más ansias de vivir.

Empezaban entonces diecisiete años en los que Ida realizó dos veces la vuelta al mundo, siguiendo rutas distintas. Conoció lugares civilizados, salvajes, cercanos y remotos en los que Ida Pfeiffer sufrió el agotamiento, sed, hambre y la amenaza de piratas y grupos de salteadores. Pero nada impidió que siguiera adelante y se empapara de la belleza ante la que se encontró.

Dos años después de iniciar su periplo por el mundo en 1846, Ida Pfeiffer regresaba a Viena donde permaneció un tiempo escribiendo sobre sus excepcionales experiencias. Su libro se convirtió en un éxito de ventas que se tradujo en varios idiomas y la consagró como una auténtica viajera. 

En 1851, a pesar de su edad y del agotamiento al que había expuesto su cuerpo, Ida necesitaba volver a volar. En esta segunda ocasión, consagrada como viajera, no fueron pocas las invitaciones de compañías ferroviarias y navieras así como de europeos que vivían en lugares remotos. Además, Ida había ganado bastante dinero con las ventas de su libro por lo que este segundo viaje fue un poco más "cómodo" que el primero. El segundo viaje empezó en África desde donde se trasladó a Singapur y desde allí se adentró en aventuras tan peligrosas como disponerse a conocer a los antropófagos batak, de los que pocos europeos habían escapado con vida. Ella lo consiguió. El continente americano, desde el sur hasta el norte, fue la última etapa de su segundo viaje por el mundo.

Su segundo libro fue también un éxito de ventas y el reconocimiento definitivo como viajera. Algunas sociedades geográficas como las de Berlín o París la aceptaron entre sus miembros aunque otras como la de Londres primaron su naturaleza femenina por encima de su valentía para denegar su ingreso.

Ida Pfeiffer realizó aún otro viaje, esta vez a Madagascar donde, además de sufrir la ira de la reina Ranavala, quien la encarceló durante un tiempo, contrajo unas fiebres que mermaron definitivamente su cuerpo. De nuevo en Viena, escribió otro libro de viajes y se preparó para viajar a Australia. Pero el 27 de octubre de 1858, su cuerpo dijo basta. Pocos antes había viajado a Londres y Berlín pero a sus sesenta y un años, con una larga lista de aventuras a su espalda, Ida Pfeiffer ya no pudo continuar. Pero Ida se fue habiendo cumplido su sueño. Había conocido buena parte de un mundo que para ella era una necesidad vital descubrir y experimentar.

 Si quieres leer sobre ella 

Viajeras intrépidas y aventureras
Cristina Morató






Viajeras de leyenda
Pilar Tejera









La poetisa hereje, Tahirih Qurratu'l-Ayn (1817-1852)

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En el Irán del siglo XIX, una mujer, hija de ulemas, se enfrentó a las reglas establecidas. Quiso leer y escribir, interpretar las palabras sagradas y ayudar a las mujeres a emanciparse en un mundo sumido en una profunda ortodoxia religiosa. Cuado Tahirih Qurratu'l-Ayn se quitó el velo en público, no sólo se enfrentó a unas rígidas leyes establecidas sino que demostró que las mujeres podían tener su propia opinión. Profunda mística, poeta y pensadora, Tahirih Qurratu'l-Ayn fue una mujer valiente en un mundo demasiado peligroso para ella. Su trágico final estaba escrito en todos los actos de su breve existencia.

La biografía de Tahirih Qurratu'l-Ayn está plagada de incertidumbres y de opiniones encontradas. Habría nacido en 1817, durante el reinado de la dinastía Kayar, en la ciudad provincial de Qazvin, en Irán, en el seno de una familia de ulemas. Hija de Muhammad-Salih Baraghani, un mulá versado en las leyes islámicas más fundamentalistas, su madre era miembro de una familia noble y hermana de un imán. Su familia era muy cercana a la corte del Sha Fath Alí donde tanto su padre como su tío y futuro suegro eran clérigos muy influyentes.

Tahirih recibió una educación distinta a la del resto de las mujeres de su entorno en la escuela Salehiyya que había fundado su propio padre y que tenía un espacio dedicado a la educación femenina. Algo sorprendente si se tiene en cuenta que su padre era uno de los defensores oficiales de las ideas más conservadoras en las que la mujer no podía tener acceso a ciertos conocimientos. Aún así, él supervisó la formación de Tahirih quien aprendió las bases de la religión islámica, literatura y poesía persa y conocimientos de jurisprudencia. Tahirih fue una alumna aventajada que no sólo aprovechó todas y cada una de las lecciones de su padre sino que se convirtieron en los cimientos para su futura vida intelectual.

Convertida en una mujer, Muhammad-Salih Baraghani y su madre vieron con preocupación la actitud de su hija, hermosa e inteligente, que memorizaba con gran facilidad el Corán y que empezaba a tener sus propias ideas sobre religión y política. Además de escribir hermosos poemas, Tahirih inició un camino peligroso para una mujer en el Irán del siglo XIX. No sólo empezó a cuestionar la ortodoxia religiosa, sino que defendió públicamente la emancipación de las mujeres. Simbolizado con un gesto público en el que Tahirih se desprendió del velo delante de su comunidad, luchó hasta su muerte porque las mujeres tuvieran acceso a la alfabetización y pudieran escoger su propio destino.

Para intentar frenar las ideas revolucionarias de su hija, su padre decidió casarla con su primo Muhammad Barghani con el que tendría tres hijos. A pesar de que su marido intentó que Tahirih se quedara relegada tras los muros de su casa, no consiguió frenar el espíritu de su esposa quien siguió enseñando a leer y escribir a sirvientas y mujeres que así lo querían y cuestionando las leyes islámicas establecidas. Ante la imposibilidad de su marido de frenar a su díscola esposa, la muerte de su suegro fue el pretexto para acusar a su propia esposa de haberlo asesinado.

Condenada a muerte acusada de haber matado al padre de su marido fue ejecutada cuando tan sólo tenía treinta y cinco años y su cuerpo lanzado a un pozo sin haber celebrado ningún tipo de ceremonia fúnebre. Su familia y sus detractores intentaron así borrar toda huella de Tahirih Qurratu'l-Ayn, una mujer que en la Persia del siglo XIX intentó romper unos muros que frenaban la libertad de las mujeres. 

 Si quieres leer sobre ella

La mujer que leía demasiado
Bahiyyih Nakhjavani


Una escritora llamada Colombine, Carmen de Burgos (1867-1932)

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A pesar de la gran cantidad de obras escritas por Carmen de Burgos, desde cuentos y novelas hasta artículos periodísticos, su figura es poco conocida. Feminista y republicana, Carmen de Burgos huyó de su ciudad natal y de un matrimonio en el que los malos tratos eran el centro de la relación y se embarcó hacia una aventura emancipadora para escándalo de los suyos. No en vano, Carmen fue una mujer atrapada en la España de finales del siglo XIX y principios del XX, donde no existía el divorcio y el papel de las mujeres se restringía a los muros de un hogar que no siempre era un lugar de amor y felicidad. Convertida en articulista con el pseudónimo de Colombine, Carmen hizo de su nueva vida en Madrid un mundo a su medida en el que, sin embargo, el dolor y la tristeza, tampoco la abandonaron.

La esposa maltratada
Carmen de Burgos y Seguí nació el 10 de diciembre de 1867 en la localidad almeriense de Rodalquilar donde su padre ejercía como vicecónsul de Portugal. Con tan sólo diecisiete años Carmen se casó con un periodista doce años mayor que ella, Arturo Álvarez Bustos. Su matrimonio fue dramático pues no sólo perdió a tres de los cuatro hijos que tuvo con su marido sino que éste pronto desató su agresividad sobre Carmen que sufrió malos tratos constantes.

Para sorpresa de todos, Carmen de Burgos decidió un día dejarlo todo y, puesto que el divorcio no estaba aún legalizado en España, abandonó su casa y se marchó a Madrid con su hija dispuesta a empezar una nueva vida. 

La maestra escritora
Con gran esfuerzo y determinación, Carmen de Burgos se había estado preparando para conseguir el título de maestra y cuando lo consiguió decidió dar un salto al vacío. En 1901 se fue con la pequeña María a Madrid y a los pocos meses obtuvo una plaza en una escuela de Guadalajara. Aceptó el puesto para poder ganarse la vida pero lo que en verdad quería era dedicarse a la escritura. Así que, además de dar clases, Carmen empezó a publicar colaboraciones esporádicas en prensa. Poco a poco sus escritos fueron apareciendo en cabeceras como El País o ABC hasta que consiguió un puesto como redactora en El Diario Universal. Fue aquí, y de la mano de Augusto Suárez de Figueroa, donde empezó a firmar con el pseudónimo "Colombine".

Empezaba entonces una carrera como periodista que la llevó incluso a convertirse en la primera mujer española en ejercer como corresponsal de guerra en Marruecos y a trabajar en otros periódicos no sólo nacionales sino también internacionales. 

Carmen escribiría también cuentos, novelas y relatos de viajes al tiempo que se convertía en un miembro más del círculo intelectual madrileño haciendo del salón de su casa uno de los salones literarios más importantes de la capital.

Carmen utilizó también su influencia como periodista para utilizar los periódicos en los que trabajaba como altavoz político en el que defendió públicamente la necesidad de una ley del divorcio y el voto femenino para las mujeres.

Un amor complicado
En aquellos años, Carmen de Burgos conocería al que se convertiría durante años en su pareja sentimental, el escritor Ramón Gómez de la Serna. Nada le importó que él tuviera veinte años menos que ella, Carmen y Ramón aceptaron mantener una relación pero manteniendo cada uno si independencia. El amor mutuo y la pasión por escribir fue lo que les mantuvo unidos.

Lo que Carmen de Burgos no se imaginaba es que veinte años después, Ramón terminara enamorándose de su hija María. Carmen se sintió traicionada por los dos seres a los que más quería en el mundo por lo que le costó superar un bache tan duro. El idilio terminó muy pronto. Ramón marchó avergonzado al extranjero de donde volvería casado y pidiendo el perdón de Carmen, que recibió. María fue también perdonada.

La republicana feminista
Al final de sus días, Carmen de Burgos dedicó sus esfuerzos a la política y a la defensa de los derechos de las mujeres. Cuando faltaban pocos meses para que en España se proclamara la República en 1931, se afiliaba al Partido Republicano Radical Socialista y participó activamente en mítines y conferencias en las que defendió los derechos de las mujeres.

En uno de estos actos públicos, el 8 de octubre de 1932, Carmen de Burgos, falleció repentinamente de un ataque al corazón. Carmen no pudo ejercer el derecho al voto conseguido hacía nada por Clara Campoamor, ni vio aprobada la ley del divorcio que ella tanto necesitó. Pero ella aportó su pequeño grano de arena a la lucha en favor de los derechos de las mujeres con su ejemplo y con su obra.

 Si quieres leer sobre ella 

Ellas mismas
María Teresa Álvarez


Belleza y talento en Hollywood, Eleanor Parker (1922-2013)

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Eleanor Parker fue una de las actrices más hermosas de la década de los cincuenta en Hollywood. Una belleza que fue paralela a su talento y a su versatilidad como actriz. Más de ochenta películas y tres nominaciones a los Oscar demostraron que Eleanor Parker fue una actriz capaz de meterse en la piel de muchos y variados personajes. Los cincuenta fueron sus años gloriosos, a los que llegó tras alguna que otra decepción. Su éxito empezó a decaer en los sesenta y aunque continuó trabajando, fue desapareciendo de la gran pantalla para terminar su carrera participando en series de televisión. Eleanor Parker fue sin duda considerada una de las mujeres más bellas de los años dorados de Hollywood.

Eleanor Jean Parker nació el 26 de junio de 1922 en Cedarville, Ohio. Hija de Lola y Lester Day Parker, Eleanor fue una jovencita normal que estudió en escuelas públicas y se graduó en el Insituto Shaw de East Cleveland. Pero ya entonces Eleanor soñaba con ser actriz y durante su juventud había participado en obras teatrales estudiantiles.

Con dieciocho años marchó a Hollywood a probar suerte y poco después consiguió un contrato con la Warner Brothers. Aquel mismo año de 1941, Eleanor Parker participaba en su primera película, Murieron con las botas puestas, pero para su decepción, las escenas en las que aparecía fueron cortadas. 


Eleanor no se rindió y los años siguientes continuó trabajando en distintos filmes en papeles secundarios. Su oportunidad le llegó con Mysterious doctor donde obtuvo su primera papel protagonista. Los años siguientes participó en películas de todo tipo, desde fantásticas hasta bélicas metiéndose en cada papel como una auténtica camaleona de la interpretación.

En 1943, Eleanor Parker se casó con Fred Losee, un cirujano dentista, del que se separó un año después. En 1946 se casaba de nuevo, esta vez con el productor Bert E. Friedlob, con el que tuvo tres hijos y del que también se separaría en 1953, en plena etapa de éxito de la actriz. Un año después volvía a probar suerte en el amor casándose con el pintor Paul Clemens del que también se divorció años después y con el que tuvo un hijo.



Fueron sus papeles protagonistas de la década de los cincuenta los que la catapultaron a la gloria de Hollywood. Sin remisión (1950) donde se metió en el papel de una mujer encarcelada de manera injusta, le valdría la primera nominación al Oscar. De nuevo volvería a ser nominada al año siguiente con Brigada 21, donde se adaptó perfectamente al cine negro. Scaramouche o Cuando ruge la marabunta fueron algunos de los títulos de aquellos años en los que se ganó el cariño del público.



En 1955, su representación de la cantante de ópera Marjorie Lawrence en Lizzie le valió su tercera nominación al Oscar. Desde entonces empezaron años en los que su fama fue decayendo. Diez años después, volvía a deslumbrar en la pantalla como la condesa Elsa Schroeder en el famoso musical de Robert Wise Sonrisas y lágrimas.



Poco tiempo después, en 1966 se casaba por cuarta vez, con un millonario llamado Raymond N. Hirsch con el que vivió hasta su muerte en 2001. En aquellos años, Eleanor Parker continuó trabajando en apariciones esporádicas en el cine y en muchas series de televisión. 

El 9 de diciembre de 2013 fallecía en su casa de Palm Springs a causa de una neumonía a los noventa y un años de edad. 

La profesora de astronomía, Sarah Frances Whiting (1847-1927)

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Sarah Frances Whiting fue una científica autodidacta que aprendió de la experiencia de su padre y se convirtió en una prestigiosa meteoróloga y astrónoma. Pero donde más destacó fue en su papel como maestra de astronomía en el que se sumergió durante más de veinte años formando a futuros físicos, entre ellos otras mujeres destacadas como Annie Jump Cannon.

Sarah Frances Whiting nació el 23 de agosto de 1847 en Wyoming, Nueva York, hija de Elizabeth Comstock y Joel Whiting. Su padre, profesor de física, fue el mejor mentor para Sarah a quien enseñó los entresijos de la física y las matemáticas mientras ayudaba a su padre a preparar sus clases.

Tras años de estudio al lado de su padre, Sarah Frances Whiting se graduaba en la Universidad Ingham de Le Roy, Nueva York, en 1865. Empezó entonces a trabajar como profesora en el Seminario Femenino Brooklyn Heights como profesora de física. Una labor que compaginó con distintos trabajos en laboratorios.

Diez años después, el fundador del Wellesley College, Henry Fowle Durant, le propuso trabajar en su institución como profesora de física. Así, Sarah se trasladó a Boston donde además empezó a colaborar con el laboratorio del Instituto de Tecnología de Massachusetts. En 1878 creaba su propio laboratorio en el Wellesley College donde años después haría las primeras fotografías con rayos X. Su laboratorio y sus clases en Wellesley fueron un complemento perfecto. Mientras investigaba con un telescopio y espectroscopio, enseñaba a sus alumnos sus trabajos. Una de sus alumnas fue Annie Jump Cannon, quien con el tiempo se convertiría también en una reputada científica. Además de enseñar e investigar, Sarah publicó varios artículos científicos y un libro pedagógico para sus alumnos.

Sarah Frances Whiting pasó su vida dedicada a la astronomía y a la docencia. No sólo recibió la gratitud de sus entusiastas alumnos, sino que fueron muchos los reconocimientos públicos. Fue la primera mujer en ingresar en la Sociedad Meteorológica de New England, fue nombrada miembro de la Sociedad Americana de Física y una de las primeras cinco científicas en formar parte de la Asociación Americana para el Desarrollo de la Ciencia. En 1905 recibía un grado honorífico del Tufts College en reconocimiento a su amplia labor docente en el ámbito de la ciencia.

Sarah Frances Whiting falleció el 12 de septiembre de 1927.
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