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Channel: Mujeres en la historia
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Espiando desde el escenario, Josephine Baker (1906-1975)

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Cuando Josephine Baker, una mujer de raza negra y ligera de ropa dejó con la boca abierta al público del Follies Bergere pocos podían imaginar que tras aquel hermoso cuerpo que bailaba con gran pasión, se escondía una mujer valiente y luchadora dispuesta a colaborar con la Resistencia francesa y a jugarse la vida como espía para detener el oscuro avance de las tropas nazis por Europa. Nada la frenó y su coraje y valor fueron premiados con las más altas condecoraciones norteamericanas y francesas. A su muerte, recibió un funeral de estado en el París por el que estuvo dispuesta a todo. 

Freda Josephine McDonald nació el 3 de junio de 1906 en Saint Louis, Missouri. Su padre, un percusionista de vaudeville llamado Eddie Carson, abandonaría poco después a su esposa, una lavandera llamada Carrie McDonald y a la pequeña Josephine. Cuando Carrie se casó de nuevo, la situación económica no mejoró demasiado. Ahogados por la miseria, Josephine empezó a trabajar a los ocho años como empleada de hogar en la casa de una mujer que no tuvo reparos en maltratarla y a los trece años tuvo que dejar definitivamente la escuela.

Vagabundeando por las calles de la ciudad, Josephine soñaba con convertirse algún día en bailarina. Sus bailes callejeros atrajeron pronto la atención de paseantes y cazatalentos hasta que un día, a los quince años, consiguió su primer trabajo como bailarina. Ya entonces se había casado y divorciado y vuelto a casar con Willie Baker, un guitarrista de blues. Corría el año 1921 y de su segundo matrimonio solamente perduró el apellido. 




Cuando Josephine Baker tenía dieciséis años, divorciada por segunda vez, marchó a probar suerte en Broadway. Después de participar en algunos musicales a Josephine se le planteó la oportunidad de su vida, iniciar una gira de espectáculos en Francia. Lo que Josephine no sabía cuando embarcó en el Berengaria el 25 de septiembre de 1925 era que debería bailar demasiado ligera de ropa. Cuando se topó con la realidad, aceptó y debutó ante un público entusiasmado pocos días después de llegar a París. Su baile exótico y su atuendo, que no era considerado escandaloso como en los Estados Unidos, hicieron de Josephine Baker una auténtica estrella del espectáculo parisino.

Fue la mujer más fotografiada del año 1926 y se convirtió en el símbolo de una década. Inspiró a escritores como Ernest Hemingway y a artistas como Pablo Picasso. Apareció en una película llamada Zou-Zou, y se convirtió en la primera mujer negra en tener un papel protagonista en una película1.

En 1936 volvía a los Estados Unidos donde se encontró con la hostilidad de un público que no estaba dispuesto a aceptar sus espectáculos tildados de escandalosos. Ante el rechazo, Josephine regresó pronto a París donde se casó con un empresario de origen judío, Jean Lion y gracias a este matrimonio consiguió la nacionalidad francesa. 



Convertida en una mujer rica y famosa, Josephine Baker disfrutó de su fama mostrando su talento por toda Europa. Ya entonces, a las puertas del auge del nazismo, los comentarios racistas contra ella empezaron a hacerse habituales y algunos grandes teatros, sobre todo en Alemania y Austria, le cerraron sus puertas. Josephine ya había vivido la agresividad contra los negros en su Norteamérica natal y no estaba dispuesta a quedar de brazos cruzados.

Josephine se unió a la Liga Internacional contra el Racismo y el Antisemitismo y pronto llamó la atención del Deuxième Bureau, una organización de la inteligencia militar francesa2. Josephine convenció a Jacques Abtey, su jefe, de que gracias a su fácil movilidad debida a su profesión y su alto patriotismo por su país de adopción, iba a ser una buena espía. Y así lo demostró durante sus años de colaboración con la resistencia francesa. Su Château Les Milandes situado en el sur de Francia se convirtió en un centro de operaciones para la resistencia donde se ocultaban armas, espías y se intercambiaba información. Josephine también actuó ante las tropas que se encontraban en Marruecos. Su colaboración con el bando aliado le valdría el honor de convertirse en la primera mujer en recibir la Cruz de Guerra de los Estados Unidos. Francia la condecoró con la Legión de Honor y la Medalla de la Resistencia.




Cuando la guerra finalizó, Josephine Baker, quien se había vuelto a divorciar, se casó de nuevo con Joe Bouillon y recuperó el Château Les Milandes. Al no poder tener hijos naturales, la pareja adoptó a doce niños de distintos orígenes. En aquellos años no se desvinculó de la lucha en favor de los derechos de los negros y participó en la marcha por la libertad de 1963 en el Washington que escucharía el famoso discurso de Martin Luther King.

Los últimos años de su vida recibió la ayuda económica de grandes mujeres como la princesa Gracia de Mónaco o la actriz Brigitte Bardot y se trasladó a vivir con su familia a una casa en Roquebrune, Mónaco.




Cuando Josephine fallecía de un derrame cerebral el 12 de abril de 1975, el mundo al que había ayudado a salvar con su valor le dio una merecida y emotiva despedida. Enterrada en el cementerio monegasco, Josephine Baker tuvo un funeral de estado el 15 de abril en la iglesia de la Madeleine de París en el que asistieron altos dignatarios franceses y muchos veteranos de la resistencia.
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Notas: 

1. Heroínas de la Segunda Guerra Mundial, Kathryn J. Atwood. Pág. 93
2. Ídem. Pág. 94

 Si quieres leer sobre ella 

Heroínas de la Segunda Guerra Mundial
Kathryn J. Atwood



La primera abogada, Sarmiza Bilcescu (1867-1935)

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La primera mujer que consiguió un doctorado en derecho fue la rumana Sarmiza Bilcescu y lo obtuvo en la Universidad de París después de luchar contra la misoginia y las continuas trabas con las que se encontró por el simple hecho de ser mujer. Sarmiza, que había vivido en su propia piel la injusticia de la inexistencia de mujeres en la universidad, nunca se dedicó a la abogacía, sino que dedicó toda su vida a defender los derechos femeninos.

Sarmiza Bilcescu nació el 27 de abril de 1867 en Bucarest, en el seno de una buena familia. Su padre, Dumitru Bilcescu había sido el responsable de las finanzas durante el reinado del príncipe Barbu Știrbey. Su madre, una convencida feminista fue quien acompañaría en 1884 a su hija hasta París donde Sarmiza consiguió una plaza en la universidad. Cuando Sarmiza se presentó a los responsables universitarios, no lo tuvo fácil para poder acceder a las aulas. Fue gracias a su determinación y a que no se rindió ante la hostilidad con que se la acogió que Sarmiza consiguió hacerse un lugar en la universidad y ganarse el respeto de profesores y alumnos.

Tres años después, en 1887, cuando Sarmiza Bilcescu se licenciaba en derecho pasaba a la historia al convertirse en la primera mujer europea que lo había conseguido. En 1890 se doctoraba con una tesis titulada Sobre la condición jurídica de la madre

Un año después recibía una muy buena oferta para trabajar en el Colegio de Abogados Ilfov. Pero Sarmiza, quien se casó años después con un ingeniero llamado Constantin Alimănişteanu, nunca llegó a ejercer la abogacía. Consciente de las dificultades de las mujeres de su tiempo, como ya lo pusiera por escrito en su tesis doctoral, decidió dedicar sus esfuerzos a la causa feminista. Sarmiza y otras mujeres rumanas fundaron la Sociedad Rumana de Señoritas desde la que inició una campaña de concienciación social acerca de la necesidad de dar las mismas oportunidades educativas a niños y a niñas y ayudó a crear ayudas económicas para que las niñas pudieran ir a la escuela. Las madres y las mujeres adultas que no habían tenido la misma suerte que ella también recibieron su apoyo.

Sarmiza Bilcescu fallecía el 26 de agosto de 1935.

La emperatriz criolla, Josefina Bonaparte (1763-1814)

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Una mujer que nació en las lejanas colonias y llegó a París frunciendo el ceño ante aquel mundo extraño, terminó convirtiéndose en la emperatriz de los franceses que habían luchado en una revolución a favor de las libertades republicanas y acabaron sometidos a los dictámenes de un soldado convertido en emperador. Josefina de Beauharnais fue amada por Napoleón y por el pueblo de Francia mientras ella disfrutaba de una vida de lujos sin conseguir dar un vástago al emperador, al que nunca pareció querer demasiado. Coronada emperatriz en uno de los actos más fastuosos de la Francia post-revolucionaria, Josefina terminó siendo repudiada por el corso y viviendo una vida tranquila en su lujosa propiedad de Malmaison. Su belleza y su estilo marcaron una época.

La niña de las Antillas
María Josefina Rosa Tascher de la Pagerie nació el 23 de junio de 1763 en Les Tris-Îlets, en la isla de Martinica, entonces parte de las posesiones coloniales francesas. Rosa, como se la conoció durante muchos años, era descendiente de la nobleza francesa que había recabado en esta isla de las Antillas Menores. Su madre, Rose Claire des Vergers de Sannois, descendía del primer colono de Martinica, mientras que su padre, Joseph Gaspard Tascher de La Pagerie, poseía una extensa y rica plantación de caña de azúcar. 

A pesar de que Rose fue educada en un colegio de monjas, fue desde pequeña una niña libre cuyos modales "asalvajados" debería pulir años después en el París de finales del siglo XVIII.

La señora de Beauharnais
El 13 de diciembre de 1779 Rose se casaba con un adinerado vizconde, Alejandro de Beauharnais en una pequeña iglesia de París. La boda había sido concertada por una tía de Rose y se había convertido en una gran ayuda económica para la familia Tascher y su plantación, con grandes pérdidas a su espalda. Pocos meses antes de la boda, Rose y su padre había llegado a un París bullicioso y muy distinto de la vida en ultramar. 

Para convertir a la joven criolla en una dama digna de la nobleza parisina, la familia Beauharnais se encargó de facilitar a la nueva vizcondesa la formación adecuada para su nuevo rango.

Rose y Alejandro de Beauharnais tuvieron dos hijos, Eugène y Hortense, a pesar de las largas ausencias del vizconde en eternos viajes por Europa y distintas relaciones extramatrimoniales que le darían otros hijos. Cuando Hortense nació de manera prematura. la que era entonces amante de Alejandro le convenció que una criatura prematura era más que probable que fuera fruto de algún amor ilegítimo. El vizconde aceptó la mentira de su amante y expulsó a su esposa y sus dos hijos que se trasladaron a vivir a una abadía.

La nobleza entre rejas
Empezaba entonces una época turbulenta para los vizcondes. Litigios por la custodia de Eugène, un constante peregrinar por los hogares de distintos familiares, una triste visita a su Martinica natal y, finalmente, su implicación en los hechos de la Revolución Francesa.

Alejandro se había unido a la milicia revolucionaria en la que ascendió de manera vertiginosa. Tan rápido como cayó en manos del Comité de Salvación Pública en los oscuros meses del dominio del Terror en 1794.

En la temible prisión de Carmes, Alejandro se encontró poco tiempo después con la que aún era su mujer, acusada de cometer actos contrarrevolucionarios al intentar ayudar a una prima suya. Pero la relación entre ambos hacía tiempo que se había enfriado. Josefina se sintió atraída por un joven General llamado Lazare Hoche al que no olvidó durante mucho tiempo.

El 23 de julio de 1794 Alejandro de Beauharnais moría guillotinado. Pocos días después un golpe de estado terminaba con el Reinado del Terror y Josefina salía de prisión.




La emperatriz de Francia
Tras su liberación, Josefina se recuperó junto a sus hijos en casa de su cuñada Fanny mientras seguía manteniendo contacto con Lazare Hoche. En aquel tiempo, la viuda de Beauharnais empezó a destacar en los círculos de poder. Fue en casa de Teresa Cabarrús, a quien había conocido en prisión, donde coincidió con el hombre que cambiaría su vida. 

Corría el mes de septiembre de 1795 y el entonces general Napoleón Bonaparte tenía seis años menos que Josefina de la que quedó prendada desde el primer momento y a la que no dudó en cortejar.




Cuatro meses después Napoleón conseguía un compromiso de matrimonio de Josefina que se hizo efectivo el 9 de marzo de 1796. Y como ya sucediera con su primer marido, el general marchaba lejos de París a los pocos días del enlace. Y también se repetía la historia de las amantes y las acusaciones de infidelidad hacia ella. 


Aun así, Napoleón seguía enamorado de su esposa a la que dispuso convertirla en emperatriz aún teniendo en contra a su propia madre, María Leticia Ramolino, quien no asistió a la ceremonia de coronación en Notre Dame celebrada el 2 de diciembre de 1804.

Su vida como emperatriz de Francia se sumió en una auténtica espiral de gastos y lujos excesivos. En su propiedad del castillo de Malmaison, que adquirió en aquellos años, Josefina Bonaparte coleccionaba ropas, joyas, y todo tipo de objetos lujosos.

Pero el matrimonio entre Napoleón y Josefina duró solamente seis años. Cuando el emperador se convenció de que su mujer no iba a darle un heredero al trono decidió divorciarse de ella. Acababa de empezar el año 1810.

Josefina se trasladó entonces a vivir a su propiedad de Malmaison donde gracias a una renta que recibía de su ex-marido, continuó con su vida de lujo hasta que cuatro años después, su vida terminaba.

Josefina Bonaparte fallecía el 29 de mayo de 1814.

 Si quieres leer sobre ella


Napoleón y Josefina: cartas, en el amor y en la guerra
Ángeles Caso







Los reyes cornudos y las reinas livianas 
Don Pedro

La escritora erótica, Anaïs Nin (1903-1977)

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Cuando Anaïs Nin era una niña de once años y empezó a escribir su diario poco imaginaba que aquellos extensos cuadernos se convertirían un día en la obra que la haría famosa. Concebidos como una válvula de escape y un modo de expresar sus sentimientos, los diarios de Anaïs Nin se convirtieron en una ventana abierta a su vida y la catapultaron a la fama literaria. Además de sus diarios, Anaïs escribió literatura erótica convirtiéndose en una de las primeras en hacerlo. Nadie quería publicar sus escandalosas obras, por lo que fue ella misma, en una imprenta improvisada, quien lo hizo. Anaïs Nin se convirtió en uno de los iconos de la liberación de la mujer.

Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin nació el 21 de febrero de 1903 en la ciudad francesa de Neuilly en el seno de una familia de artistas. Su padre, Joaquín Nin, era un compositor y pianista de origen cubano y español y su madre, Rosa Culmell era una cantante cubana de origen francés y danés.

Cuando Anaïs tenía once años, su padre las abandonó marcando para siempre la vida de la pequeña. Para encontrar consuelo, Anaïs le escribió una carta. Aquel texto se convirtió en la primera de las treinta y cinco mil páginas que conformarían sus famosos diarios. Anaïs, sus dos hermanos y su madre se marcharon a vivir a Nueva York donde vivió unos años junto a su familia cubana. 

A los dieciséis años, la joven dejó los estudios y tiempo después empezó a trabajar como bailaora de flamenco mientras se iniciaba en el conocimiento del psicoanálisis y seguía obsesionada con el padre ausente. 

En 1923 se casaba en La Habana con un banquero llamado Hugh Guiler. Con su nuevo y rico marido se instaló a vivir en París donde se volcó en la escritura para vencer al aburrimiento de su nueva existencia. Además de continuar con su extenso diario, Anaïs escribió un breve ensayo sobre DH Lawrence que se publicó en 1930. Poco a poco su matrimonio se fue distanciando mientras ella conocía al escritor Henry Miller con quien inició una relación así como con June, la mujer de este, que habría aceptado mantener un triángulo amoroso.

Anaïs Nin volvió a Nueva York donde decidió imprimir y publicar en la buhardilla en la que se había instalado sus propios escritos, unas historias con un carácter erótico demasiado escandaloso para los editores de aquel tiempo. El primero fue una novela que había iniciado en París y que llevaba por nombre La casa del incesto. Precisamente por aquellos años se reencontraría con su padre con el que aseguraba en sus diarios haber mantenido una relación incestuosa. 

En los años cuarenta, obligada por la necesidad, se dedicó durante un tiempo a escribir relatos eróticos y pornográficos para un lector anónimo. Anaïs continuó publicando con su dinero los libros que imprimía ella misma, unos textos con altas cargas eróticas y que no le reportaban la fama como escritora. 

En 1955 se casaba con Ruper Pole sin antes haberse divorciado de su primer marido, quien aceptaba esta y otras relaciones de su esposa, aunque es probable que desconociera que Anaïs hubiera llegado tan lejos con Pole. Solamente anularía su segundo matrimonio tras la publicación de sus diarios, por miedo a que Hugh Guiler lo descubriera.

Fue en 1966 cuando sus propias experiencias y no las imaginadas por ella, las que le dieron la notoriedad como escritora. La publicación de sus diarios fue un éxito absoluto. Pero las confesiones personales de Anaïs eran tantas que se editaron dos versiones de los mismos. La primera, censuró los nombres de las personas con las que se había relacionado y aún vivían y a las que podría comprometer. En la segunda, fueron apareciendo las personas que habían ido muriendo, con nombre y apellidos.

Además del éxito literario, Anaïs Nin recibió otros reconocimientos públicos como un doctorado honoris causa del Philadelphia College of Art.

Anaïs Nin falleció el 14 de enero de 1977 en Los Angeles. Sus Diarios aún siguen reeditándose y consiguiendo éxitos de venta.

La Bestia de Auschwitz, Maria Mandel (1912-1948)

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Mirarla directamente a los ojos o provocar el más mínimo enfado en ella era la muerte segura. Medio millón de personas, entre ellos mujeres y niños, perdieron la vida a causa de la voluntad asesina de una sola mujer. Ella, Maria Mandel, como otras y otros al servicio de la barbarie nazi, lo hacían por órdenes superiores, como si esto fuera razón y justificación suficiente. Su presencia provocaba terror en aquellos que cayeron bajo sus redes y su agresividad gratuita. No sólo se dedicó a sembrar el horror entre los prisioneros, sino que también ayudó a otros monstruos del Holocausto a ejecutar experimentos médicos con seres humanos. No es extraño que Maria Mandel pasara a la historia como "la bestia de Auschwitz". Una bestia que se deleitaba oyendo tocar a la banda de música del campo mientras la muerte y la crueldad salía de su propia mano.

Maria Mandel nació el 10 de enero de 1912 en la ciudad austriaca de Münzkirchen en el seno de una familia de artesanos. Su padre, Franz Mandl, era zapatero. Maria, la pequeña de cuatro hermanas, tuvo una infancia feliz y recibió una buena educación. Cuando terminó sus estudios en su ciudad natal, Maria se fue a estudiar en el Colegio de Bürgerschule.

Terminados los estudios, su búsqueda de trabajo fue infructuosa por lo que pronto volvió al hogar familiar donde durante un tiempo ayudó a su padre en el negocio zapatero. Pero su relación con su madre, Anna, se fue degradando con el tiempo hasta que su relación, totalmente insostenible, la obligó a marchar de nuevo. Corría el año 1929 y la joven encontró en Suiza un trabajo como cocinera. Pero María no lograba encontrar su sitio en el mundo y pasó los años siguientes dejando distintos trabajos y acudiendo en distintas ocasiones al lado de sus padres, sobre todo cuando su madre Anna enfermó gravemente. 

Pero en 1938, cuando acababa de salir de su enésimo fracaso laboral, Maria encontró la solución en un familiar suyo que la ayudó a ingresar en octubre de aquel mismo año en el centro de internamiento de Lichtenburg como guardiana (Aufseherin). Cuando Lichtenburg se quedó pequeño para acoger al gran número de prisioneros, se creó el cercano campo de Ravensbrück, reservado sólo para mujeres, al que fue trasladado Maria Mandel.

Maria había encontrado sin duda alguna aquello que le "gratificaba". Sus superiores pronto quedaron asombrados por la capacidad de ejecutar sus funciones con gran eficacia. El resultado fue su ascenso a supervisora (Oberaufseherin) en un tiempo relativamente corto. Los "méritos" de Maria Mandel no fueron otros que ensañarse con las presas con la mayor de las violencias sin mostrar sentimiento alguno de arrepentimiento. No sólo se dedicaba a maltratar a sus "mascotas", como ella las llamaba, con golpes y palizas, sino que las martirizaba con normas tan crueles como obligarlas a ir descalzas por el campo y desfilar de esta guisa durante horas.

Ya en Rabensbrück, Maria Mandel empezó a participar en experimentos médicos con las reclusas que se convertían en "conejillos de indias" humanos a los que sometía a todo tipo de atrocidades para realizar sus "experimentos médicos". Las consecuencias normales, sufrimientos atroces, el resultado más común, la muerte. 

Pocos meses después de entrar en Rabensbrück, en octubre de 1942, fue trasladada a Auschwitz donde entró con el mismo rango, el de Oberaufseherin donde recibió el encargo de crear un campo para las mujeres, el de Birkenau del que fue la líder (Lagerführerin).


Auschwitz II Birkenau

Las instalaciones que mandó construir Maria eran más inhumanas, si cabe, que las que había en Auschwitz I. A los malos tratos físicos de los que ella se encargaba personalmente, se unían las bajas temperaturas, la humedad, la falta de agua corriente... Las muertes por tifus, hipotermia e infecciones varias, estaba a la orden del día. Ni que decir tiene que Maria nunca perdió un sólo minuto en encontrar una solución digna para sus víctimas.

Maria Mandel, amante de la música clásica, fue la responsable de organizar la primera Orquesta de Mujeres de Auschwitz en la que sus miembros fueron tratados un poco mejor que el resto de mujeres del campo. Dicha orquesta debía tocar a la entrada del campo, durante las selecciones a la cámara de gas o a la llegada de algún miembro importante del Reich.




Dos años después de su llegada a Auschwitz, Maria Mandel, quien se había ganado la Cruz al Mérito Militar de Segunda Clase, fue trasladada a Mühldorf, un subcampo de Dachau. Allí sólo estuvo unos meses pues en abril de 1945 ante la inminente llegada de los aliados, decidió huir a su ciudad natal.

Pero el 10 de agosto de aquel mismo año fue detenida por norteamericanos que la mantuvieron encerrada durante un año. En octubre de 1946 fue extraditada a Polonia y en noviembre de 1947 fue juzgada en Cracovia en los primeros juicios de Auschwitz. Maria Mandel fue condenada a la horca. Su ejecución se hizo efectiva el 24 de enero de 1948. María murió habiendo dejado tras de sí una ingente montaña de muertes inocentes. Aunque ella nunca dejó clara su participación en la selección a las cámaras de gas y aseguró que si había golpeado a alguien lo había hecho de manera justa y sin ensañarse con nadie. Los testimonios de la pesadilla que se encargó de construir decían todo lo contrario.


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Guardianas nazis
Mónica G. Álvarez



La esencia de Seneca Falls, Elizabeth Cady Stanton (1815-1902)

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Los días 19 y 20 de julio de 1848, unas trescientas mujeres se congregaban en un lugar al norte de Nueva York llamado Seneca Falls para reivindicar los derechos elementales de las mujeres. La impulsora de aquella primera convención de derechos femeninos fue una mujer llamada Elizabeth Cady Stanton que se convirtió en una de las sufragistas más importantes de finales del siglo XIX. Madre de una amplia prole, con un marido que siempre la apoyó, Elizabeth se sintió en la obligación de reivindicar el derecho al voto de las mujeres. Sin embargo, sus posturas la enfrentaron a otros movimientos feministas que no aceptaban algunas de las ideas de Elizabeth. De hecho, fue a raíz de entonces que en Estados Unidos surgieron dos movimientos feministas y sufragistas bastante diferenciados. En esencia, Elizabeth Cady Stanton no quería luchar sólo para conseguir el sufragio universal, sino ampliar sus reivindicaciones a las condiciones legales o sociales de las mujeres. Su rechazo a la 15ª Enmienda en la que se aceptaba el voto de los hombres de color pero no de las mujeres fue la principal causa de controversia. Sea como sea, Elizabeth fue una luchadora incansable que falleció sin ver con sus propios ojos como las mujeres ejercían su derecho al voto.

Elizabeth Cady Stanton nació el 12 de noviembre de 1815 en Johnstown, Nueva York. Elizabeth era la octava de los once hijos de Daniel Cady y Margaret Livinston. Daniel Cady era un reputado abogado del que Elizabeth aprendería los entresijos de las leyes estadounidenses. De hecho, siendo una jovencita, disfrutaba ojeando los libros de derechos que su padre poseía en la biblioteca de su casa. Elizabeth sufrió la pérdida de muchos de sus hermanos, algo que afectaría profundamente a sus padres. Mientras Daniel se refugiaba en el trabajo, su madre cayó en depresión desatendiendo al resto de sus hijos. Fue Tryphena, su hermana más mayor, quien ayudaría a sus padres en la supervisión de sus hermanos pequeños, ayudada por su marido, Edward Bayard, también abogado, quien sería igualmente un apoyo en los conocimientos legales de su cuñada.

Hasta la edad de dieciséis años, Elizabeth estudió en la Academia de Jonhstown donde aprendió matemáticas, ciencia, literatura y varias lenguas. En la escuela fue una alumna aventajada que se batía en duelos intelectuales con otros alumnos y recibió varios premios. Pero terminada su etapa de educación básica, Elizabeth vio con desconcierto cómo sus compañeros seguían estudiando y accedían a las universidades mientras ella y otras niñas solamente podían acceder a colegios femeninos como en el que ella ingresó, el Seminario Femenino de Troy.

Elizabeth tuvo la suerte de encontrar años después al que sería su marido, un hombre liberal y defensor de los derechos de los negros y de las mujeres. En 1840 se casaba con el periodista Henry Stanton en una ceremonia en la que Elizabeth se negó a pronunciar los votos matrimoniales en los que se debía comprometera a obedecer a su marido. 

La pareja, que llegaría a tener siete hijos, se instaló en Johnstown donde Henry estudió derecho junto a su suegro hasta que en 1843 se trasladaron a vivir a Boston. Allí Elizabeth tuvo una vida social muy activa y enriquecedora. Pero en 1847, a causa de la mala salud de Henry, que soportaba con dificultad los fríos inviernos de Massachusetts, la pareja se trasladó con sus hijos a vivir a Seneca Falls, donde aun tendrían cuatro vástagos más.

A pesar de que en un principio Elizabeth disfrutó de su nuevo hogar y de sus nuevas maternidades, el hecho de estar alejados de un gran núcleo habitado terminó minando su carácter. Elizabeth puso pronto remedio a esa situación entablando relación con la sociedad de Seneca Falls y encontrando en las mujeres un gran apoyo para lo que se convertiría en su proyecto feminista. En Seneca Falls se reencontró con Lucretia Mott, una cuáquera que había conocido pocos años antes en Londres durante una convención abolicionista en la que las mujeres solamente podían escuchar pero no opinar ni votar.

Convención de Seneca Falls

Elizabeth y Lucretia, junto con otras mujeres de la zona, decidieron reunirse para debatir sobre los derechos de las mujeres en su país. Así, los días 19 y 20 de julio de 1848 congregaron a unas trescientas mujeres y algunos hombres en la que se convirtió en la primera convención feminista de los Estados Unidos. Tras dos días de trabajo y debate, el resultado fue una Declaración de Sentimientos firmada por un centenar de asistentes. El texto partía de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y variaba sus términos en lo que a derechos fundamentales de la mujer se refería, como ya hubiera hecho medio siglo antes en Francia Olympe de Gouges con la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano. En esencia, las mujeres que firmaron la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, querían poder votar y ser votadas en unas elecciones, participar de la vida pública y acceder a la misma educación que los hombres de los que pedían poder desligarse legalmente, ya fueran los padres o los maridos.

Elizabeth junto a Susan
En Seneca Falls, Elizabeth conoció a muchas mujeres interesantes que compartían plenamente o parcialmente sus opiniones. Una de ellas fue Susan B. Anthony, quien, desde entonces, se convertiría en su compañera en el difícil camino por la defensa del sufragio femenino y otros derechos elementales de las mujeres.  

Cuando en los Estados Unidos se aprobó la 15ª Enmienda a la Constitución en la que se daba el derecho al voto a los hombres de raza negra pero no a las mujeres, enfrentó a Elizabeth y Susan a los abolicionistas. Para ellas, deberían poder votar todos los ciudadanos de cualquier raza y sexo.

Esto supuso un punto de inflexión para las feministas y sufragistas norteamericanas. Algunas de ellas, entra las que se incluía Julia Ward Howe, se desvincularon de las opciones de Elizabeth dando lugar a dos movimientos distintos. Susan y Elizabeth fundaron en 1869 la Asociación Nacional para el Sufragio Femenino mientras que sus oponentes y defensoras de la 15ª Enmienda tal y como estaba fundaban la Asociación Americana para el Sufragio Femenino.

Además de continuar con su lucha por el sufragio universal, tras la aprobación en 1870 de la 15ª Enmienda, Elizabeth escribió, en colaboración con otras compañeras libros relacionados con el feminismo y el sufragismo, entre ellos La Biblia de las Mujeres, en el que se analizaba la diferencia de sexos a partir de los textos del Evangelio. También empezó una extensa obra dedicada a la Historia de las Sufragistas, así como una autobiografía titulada Ochenta años y más: reminiscencias. En 1868 Susan y Elizabeth crearon una revista titulada Revolución en la que sus temas se centraban en las reivindicaciones de las mujeres.

La vida de Elizabeth Cady Stanton fue la de una luchadora incansable en favor de los derechos femeninos que, sin embargo, no pudo ver con sus propios ojos la aprobación del sufragio femenino. Elizabeth fallecía de un ataque al corazón el 26 de octubre de 1902, dieciocho años antes de que las mujeres pudieran votar.

Viajar como terapia, Isabella Bird (1831-1904)

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Isabella Bird fue una mujer de frágil salud física y mental que encontró curiosamente en la vida del viajero una medicina única para sus dolencias crónicas. Su pequeño mundo en Yorkshire le asfixiaba hasta el punto de necesitar marchar al otro extremo del planeta para encontrar sentido a su existencia. Como otras trotamundos decimonónicas, Isabella Bird fue recopilando experiencias en unas notas que se convertirían en destacados libros de viajes. Y como muchas otras también, quiso viajar por el mundo hasta que su cuerpo ya no pudo más. Además de viajar como bálsamo para su débil salud, Isabella Bird tuvo siempre a los más desfavorecidos en mente, a los que ayudó siempre que pudo y a los que dedicó parte de los beneficios obtenidos por sus exitosos libros.

Isabella Lucy Bird nació el 15 de octubre de 1831 Boroughbridge Hall, en Yorkshire. Su padre, el Reverendo Edward Bird se había casado en segundas nupcias con Dora Lawson, a cuya familia pertenecía Boroughbridge Hall. Isabella tuvo una hermana pequeña, llamada Henrietta, con quien mantendría una relación muy estrecha toda su vida. Isabella y su hermana tuvieron una infancia marcada por los constantes traslados de toda la familia por causa del trabajo de su padre. Ambas fueron educadas por su propia madre. Además de enseñarles a leer y escribir, Dora formó a sus pequeñas en religión, costura y dibujo. Pero lo que más le gustaba a Isabella era unirse a los largos paseos campestres de su padre, quien marcaría profundamente su carácter y su futuro.

Sin embargo, el espíritu de Isabella se vio pronto ahogado en aquel tedioso mundo en el que viajar de vicaría en vicaría era lo más apasionante que existía. A su melancolía se unió una lesión de la espina dorsal que se convirtió en crónica tras una precaria operación quirúrgica cuando tenía dieciocho años.

Su padre, intentado encontrar una solución a las dolencias de su hija, decidió cambiar drásticamente de aires e instalarse durante seis meses en Escocia con su mujer y sus dos hijas. Aquello fue un revulsivo perfecto para Isabella quien disfrutó como nunca del aire libre y cuya experiencia plasmó en una revista local. Escocia sería el primer viaje de Isabella. Y no sería, ni mucho menos el último.

De nuevo volvía a sufrir terribles dolores de espalda y su ánimo empezaba peligrosamente a decaer. Así que decidió marchar de nuevo y lo hizo ni más ni menos que a la lejana isla del Príncipe Eduardo en Canadá desde la que continuó su periplo hasta recalar en la ciudad de Nueva York. Una inglesa en América sería su primer libro de viaje, editado por el que se convertiría en su gran amigo y mentor: John Murray.

En 1857, y de nuevo por prescripción médica, Isabella se reencontró con Nueva York desde donde viajó a otras ciudades de Norte América. Su viaje terminó de manera abrupta en abril de 1858 al conocer la muerte de su padre. En casa de nuevo, escribió Los aspectos religiosos en los Estados Unidos de América a la vez que convencía a su madre de trasladarse con ella a vivir a Edimburgo. En Escocia, donde había disfrutado de su primera experiencia como viajera, Isabella hizo un interesante círculo de amigos intelectuales. Pero de nuevo la mala salud hizo mella en su cuerpo. Sumida en la depresión, la muerte de su madre en 1866 agravó aún más su situación.

Fue gracias a su hermana Henrietta, quien estuvo siempre a su lado y la apoyó en sus proyectos como viajera, que Isabella pudo superar aquella difícil situación. Fue precisamente Henrietta quien la animó a emprender un nuevo viaje. Y esta vez puso rumbo a Melbourne, desde donde terminó recabando en las Islas Sandwich en Hawai donde permaneció medio año. En agosto de 1873 puso rumbo a los Estados Unidos. Los territorios del lejano Oeste fueron el escenario de una furtiva relación con un forajido legendario, Jim Nugent.

De vuelta a casa, en 1875 se publicaba su obra El archipiélago hawaiano y una serie de artículos narrando sus experiencias que la consagraron como escritora de libros de viajes. 

A mediados de 1878 volvía a coger su maleta y ponerse de nuevo en marcha. Su próximo destino: Japón. Allí permaneció seis meses y después viajó por otros países del continente asiático como China o Malasia. Desde allí, continuó su periplo por Egipto desde donde se embarcó rumbo a Inglaterra donde sus experiencias se convirtieron una vez más en éxito de ventas. Pero aquel feliz momento de su vida se vio empañado por la desaparición de su hermana Henrietta. Sola, sin sus padres ni su hermana, Isabella decidió aceptar una antigua proposición de matrimonio de un doctor llamado John Bishop.

Isabella Bird se casó de luto en 1881. Cinco años después quedaba viuda y de nuevo sola. Para superar aquella situación, Isabella decidió hacer algo memoria de su hermana y su marido y que además fuera de ayuda a los más necesitados. Así, tras formarse brevemente como enfermera, se embarcó hacia la India donde fundó el John Bishop Memorial Hospital y otro hospital en recuerdo de Henrietta. Antes de volver a casa, Isabella viajó por Persia y el Kurdistán, lugares que serían la esencia de su obra cumbre, Viajes por Persia y Kurdistán.

Su prestigio como viajera la convertirían en la primera mujer en ser aceptada en la tradicionalista y inamovible Real Sociedad Geográfica de Londres. 

Isabella continuó viajando. El siguiente destino fue de nuevo Japón, Manchuria y Corea, lugares donde permaneció tres años y llegó a temer por su vida. Después de regresar y publicar otras exitosas obras, aún en 1900 organizó un viaje a Tánger. 

Pero cuando Isabella arribó a Londres, ya era una mujer que había sobrepasado los setenta y su cuerpo ya no la iba a poder seguir demasiado tiempo más. Dos años pasó postrada en su cama, lo que desde luego habría supuesto una terrible prueba para ella, hasta que su vida se apagó el 7 de octubre de 1904.

 Si quieres leer sobre ella 


Viajeras de leyenda
Pilar Tejera



La sueca que conquistó Hollywood, Ingrid Bergman (1915-1982)

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En la gélida ciudad de Estocolmo nació una muchacha que desde que tuvo uso de razón soñaba con ser actriz. Su talento y determinación la llevaron a lo más alto de un Hollywood que, sin embargo, a punto estuvo de estigmatizarla. Ingrid Bergman ganó tres Oscars de Hollywood, fue nominada en varias ocasiones más y protagonizó cintas míticas como Casablanca. Pero su romance con Roberto Rossellini estando ella casada, socavó los cimientos del puritanismo más rancio de Norte América. Durante un tiempo estuvo alejada de Hollywood pero sus directores y productores no podían permitirse que el amor de Ingrid destruyera una de las minas más rentables del Hollywood del siglo pasado. Trabajó en teatro, cine y televisión hasta pocas semanas antes de su muerte, tras una dura lucha contra un cáncer de mama. Su hija, Isabella Rossellini mantiene viva su memoria en el cine.

Ingrid Bergman nació el 29 de agosto de 1915 en Estocolmo. Su padre era un fotógrafo llamado Justus Samuel Bergman quien transmitió a la pequeña la pasión por el mundo artístico. Su madre, Friedel Adler, de origen alemán, falleció cuando Ingrid tenía tan sólo dos años. Diez años después también perdería a su padre, quedando a cargo de su tíos. 

Ingrid, que desde pequeña soñaba con convertirse en actriz, nada más finalizar los estudios de bachillerato, ingresó en el Royal Dramatic Theater de Estocolmo. Empezaba entonces una carrera de manera tímida, apareciendo en alguna obra de teatro y como actriz secundaria en cintas suecas. Su oportunidad llegaría en 1936 con Intermezzo, una película que tuvo un gran éxito en su país y que llamó la atención de un productor de Hollywood, David O. Sekznick. David mandó comprar los derechos de la película para la Metro Goldwyn Mayer mientras ultimaba un contrato para Ingrid.

En aquel tiempo, se había casado con un dentista llamado Petter Lindström con el que tuvo su primer hijo. En 1939 Ingrid Bergman, junto a su marido y su hijo, se trasladaron a vivir a Hollywood donde protagonizó un remake de Intermezzo.

Pero fue en 1942 con su papel en la mítica Casablanca, el que la convirtió en una auténtica estrella de la meca del cine. Un año después repetía éxito con la adaptación a la gran pantalla de la obra de Hemingway Por quién doblan las campanas y conseguía su primera nominación a los Oscars. Pero tuvo que esperar a 1944 para conseguir la preciada estatuilla por su interpretación en Luz que agoniza. Ingrid Bergman siguió cosechando éxitos con cintas como  Las campanas de Santa María y Juana de Arco por las que obtuvo sendas nominaciones al Oscar. Ingrid fue también una de las musas de Hitchcock para quien en aquellos años protagonizó tres de sus películas.



Los años cincuenta no fueron sin embargo unos años felices para Ingrid. Apasionada por la obra del director de cine Roberto Rossellini, no dudó en hacerle saber su deseo de poder trabajar algún día con él. Rossellini respondió y la actriz cruzó el Atlántico para rodar a sus órdenes Stromboli. Pero su relación traspasó los límites profesionales y aquel mismo año de 1950 Ingrid quedaba embarazada de Roberto. El escándalo estaba asegurado. Tras divorciarse de su primer marido, Ingrid Bergman se casaba con Roberto Rossellini en México el mes de mayo de 1950. Meses después nacería su primer hijo, que recibiría el nombre de su padre. 



La pareja, que tendría dos hijos más, las gemelas Isotta e Isabella Rossellini, continuaron trabajando juntos en películas de escaso reconocimiento mientras en Hollywood se la consideraba una persona escandalosa. Ingrid tardaría años en poder volverse a ganar el reconocimiento de las grandes productoras de Hollywood. En 1956 rodaba en Gran Bretaña una película, Anastasia, de producción norteamericana. Con ella se ganó la segunda estatuilla que fue recogida por su amigo, el también actor Cary Grant.

En 1957 la historia de amor entre Ingrid y Roberto Rosselllini llegaba a su fin. Un año después se casaba por tercera vez con Lars Schmidt, un empresario sueco del que se separaría en 1975.



Desde entonces, y hasta el final de su carrera fue apareciendo en alguna película y obra de teatro aunque volvió a brillar con luz propia en la gran película de 1974 Asesinato en el Oriente Express, por la que recibió su tercer Oscar, esta vez como actriz secundaria.

Su última aparición en el cine fue en Sonata de otoño en 1978 por la que aún fue nominada de nuevo. En 1982 participaba en una película para televisión sobre la vida de Golda Meir que le valió el Premio Emmy a la mejor actriz. Poco tiempo después después, el día que cumplía los sesenta y siete años de edad, Ingrid Bergman perdía una dura batalla contra el cáncer de mama.

La música en Auschwitz, Alma Rosé (1906-1944)

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En el escenario de horror y muerte que fue el campo de exterminio nazi de Auschwitz, la música sonaba a menudo. Aunque pueda parecer contradictorio, fue precisamente una de las guardianas más sanguinarias del campo la que decidió crear una orquesta que tendría que tocar para las la “bienvenida” a los presos recién llegados, para “amenizar” las idas y venidas a las zonas de trabajo y para deleitar a los capos del centro cuando a estos les venía en gana. Alma Rosé fue una de sus directoras. Virtuosa del violín, esta sobrina de Gustav Mahler fue detenida por ser judía. Su talento la salvó de una muerte segura. Aunque sólo durante un breve lapso de tiempo. 

Alma Rosé nació en Viena el 3 de noviembre de 1906. Su padre, Arnold Rosenblum, era un reputado violinista austriaco que dirigió durante años la Orquesta Filarmónica de Viena y la Ópera Estatal, además de liderar el famoso Cuarteto Rosé. Arnold había cambiado su apellido Rosenblum por el de Rosé. Su madre, Justine Mahler era hermana del compositor Gustav Mahler. No es de extrañar que Alma dedicara su vida a la música. Su instrumento era el violín, del que fue una gran virtuosa. 

A los veinticuatro años se casó con el violinista de origen checo Váša Příhoda del que se separaría en 1935. 

Cuando en 1938 Austria se anexionaba a la Alemania nazi, Alma huyó a Londres con su padre. Los años siguientes Alma viajó por distintos países europeos dando conciertos mientras se jugaba la vida. Para escapar del nazismo, Alma se convirtió al cristianismo y llegó a organizar un matrimonio ficticio para ocultar su ascendencia judía. Pero su suerte terminó en Francia donde, a finales de 1942 fue detenida por la Gestapo y trasladada al campo de Drancy. 

En julio del año siguiente, Alma Rosé era deportada al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau del que ya no saldría con vida. En un primer momento, Alma se salvó de la cámara de gas cuando se pidieron músicos para tocar en un evento dentro del campo. Su virtuosismo llamó rápidamente la atención de una melómana llamada María Mandel y considerada como una de las guardianas más agresivas del campo. Maria Mandel había creado una orquesta que hasta la llegada de Alma estaba dirigida por una maestra polaca llamada Zofia Czajkowska. 

Además de algunos músicos profesionales, como la Fania Fénelon, Anita Lasker-Wallfisch o Esther Bejarano, pero la mayoría de ellos eran músicos amateurs. Alma Rosé se volcó en cuerpo y alma en aquel reducto de melodías dentro de Auschwitz. Para ella, tocar bien era una necesidad para seguir con vida. Para no volverse loca. Para hacerse indispensable para los dirigentes del campo. Por ello, no dudó en obligar a tocar durante largas jornadas a los miembros de la orquesta a los que corregía una y otra vez. 



Como directora de la orquesta, Alma “disfrutó” de unos privilegios dentro del campo. Considerada como kapo, Alma tenía una habitación individual, comida en condiciones, ropa y asistencia médica cuando la necesitaba. Los otros músicos y sus instrumentos, permanecían en un barracón aislado del frío y la humedad y más confortable que las auténticas cuadras que suponían el resto de habitáculos del campo. Además, estaban exentos de realizar trabajos forzados.

El 2 de abril de 1944 Alma Rosé dirigió por última vez la orquesta de Auschwitz. Alma enfermó de repente y dos días después fallecía sin saber a ciencia cierta si fue a causa de una intoxicación, una infección o un envenenamiento. 

Esta última opción estaría relacionada con los celos y animadversiones que Alma Rosé provocó dentro de la orquesta, tal y como explicó años después la pianista Fania Fénelon en su libro autobiográfico Playing for time. En él, Fania vertió todo tipo de acusaciones contra Alma a la que describió como una mujer estricta que abusaba de su poder dentro de la orquesta, además de mostrarse afín a los dirigentes del kapo

Es cierto que Alma hacía ensayar hasta el agotamiento a los músicos a su cargo y que seguía los deseos de personas tan crueles como Maria Mandel. Pero probablemente Alma lo hizo para salvar la vida de todos ellos y la suya propia. Enfrentarse a los nazis o no complacerles significaba una muerte segura. Alma se sintió responsable de aquellos amantes de la música que, mientras ella permaneció como directora de la orquesta, ellos siguieron con vida. 

De manera excepcional, el cuerpo de Alma Rosé, una mujer judía, fue honrado con un funeral dentro de Auschwitz. Sus restos mortales, que fueron envueltos en una sábana blanca y rodeado de flores, descansan en un cementerio de Viena. 

La actriz que inventó el intermitente, Florence Lawrence (1886-1938)

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El nombre de Florence Lawrence no es precisamente un nombre conocido para el gran público pero la suya fue una historia singular. Una de las actrices del cine mudo con más éxito en su tiempo, Florence Lawrence ganó una fortuna cuando consiguió uno de los primeros contratos millonarios del cine. Protagonizó un número elevadísimo de películas y se convirtió en una de auténtica estrella del cine mudo. Parte de su fortuna la invirtió en una de sus pasiones, los coches. Además de coleccionarlos y disfrutar de ellos los mejoró incorporando unos primitivos intermitentes y señales de freno. Pero como Florence no se consideraba una inventora, no patentó sus inventos que, sin embargo, fueron aprovechados por las empresas automovilísticas. Florence terminó sus días sola y arruinada. Posiblemente se suicidó.

Florence Annie Bridgwood nació el 2 de enero de 1886 en Hamilton, Canadá. Florence era la pequeña de los tres hijos de George Bridgwood, un constructor de carros de origen inglés, y Charlotte Bridgwood. Charlotte era una conocida actriz y directora de la Lawrence Dramatic Company. El apellido artístico que asumió su madre, Lawrence, también lo adoptaría Florence desde los inicios de su carrera artística.

Con tan sólo tres añitos, Florence debutó en la compañía de su madre haciendo una breve aparición en la que ambas cantaban y bailaban juntas. No tardaría en ampliar su tiempo y su protagonismo sobre el escenario.

A principios del año 1898 su padre fallecía en un accidente. Charlotte decidió trasladarse con sus tres hijos a vivir con su madre en Buffalo, Nueva York. Allí Florence se centró únicamente en los estudios hasta su graduación. Pronto volvió a los escenarios junto a Charlotte. Cuando su madre disolvió la compañía de teatro, ambas se trasladaron a la ciudad de Nueva York donde Florence empezaría su verdadera carrera como actriz.

Desde que en 1906 apareciera en una película, Florence Lawrence no dejó de trabajar en decenas de filmes al año de la productora Vitagraph y después con la Biograph Studios. En 1908 se casaba con un joven actor llamado Harry Solter. Por aquel entonces, no era común que los actores aparecieran en los títulos de créditos pero la popularidad de Florence había crecido tanto que sus fans reclamaban saber su nombre. Los productores decidieron apodarla "La chica de la Biograph".

Florence Lawrence y Harry Solter se habían convertido en una pareja de éxito por lo que ambos decidieron crear en 1909 la Independent Moving Pictures of America. Por aquel entonces el nombre de Florence ya se había hecho público convirtiéndose en la primera gran estrella del cine con unos sueldos de escándalo para su tiempo.

En 1912 la pareja fundaba su propia compañía, la Victor Film Company pero aquel mismo año su matrimonio empezaba a hacer aguas y ella intentó alejarse de los escenarios. Al final, Lawrence claudicó y aceptó volver a actuar con la mala suerte de sufrir un terrible incendio durante un rodaje que le dejó secuelas físicas y psíquicas. Florence, quien hizo responsable a su marido de haberla obligado a volver a trabajar, decidió separarse definitivamente de él.

En 1921 se casaba con Charles Byrne, un vendedor de coches con el que estuvo diez años a su lado. Rica y famosa, Florence dedicó parte de su fortuna a coleccionar coches, unas máquinas muy rudimentarias en aquella segunda década del siglo XX. Florence inventó un artilugio en forma de palo que se movía para indicar si el coche iba a girar hacia un lado u otro y una señal de stop que aparecía en la parte de atrás cuando el conductor accionaba el pedal de frenos. Sin pensarlo, Florence había inventado el intermitente y la luz de frenos, ingenios que no patentó y que las empresas automovilísticas se afanaron en adquirir.

Aquellos fueron los años del declive artístico y económico de Florence. Tras su larga recuperación, las ofertas de trabajo se vieron reducidas drásticamente por lo que su economía se vio también perjudicada. 1929 fue un año terrible para Florence. Su madre falleció aquel año y ella se gastó una auténtica fortuna en su tumbra. El crack del 29 acabó de agotar los pocos ahorros de la pareja. Lawrence empezó a caer en una peligrosa depresión.

Dos años después de separarse por segunda vez, volvió a casarse, esta vez con Henry Bolton, un hombre violento que la maltrataba. Cinco meses después se separaba.

Después de tres matrimonios fracasados y una carrera cinematográfica acabada, arruinada y sola, Florence Lawrence no lo pudo soportar. A todo ello se unía una terrible y dolorosa enfermedad de la médula. El 27 de diciembre de 1938 fallecía pocas horas después de ser trasladada desde su apartamento a un hospital. La hipótesis más probable es que se suicidó.

El cuerpo de la que fuera la primera gran actriz de cine fue enterrado en el cementerio de Hollywood, cerca de la ostentosa tumba de su madre, en una lápida sin nombre. Sería muchas décadas después, en 1991, que un actor mandó poner una placa que reza: "The biograph girl, the first movie star·.

La mujer de la paz, Bertha von Suttner (1843-1914)

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En 1905 se entregaba el cuarto Premio Nobel de la Paz de la historia. La galardonada fue Bertha von Suttner, una mujer entregada en cuerpo y alma a la defensa del pacifismo. Hija de una de las familias austriacas con más tradición militar de Viena, Bertha rompió con aquella existencia, se casó en secreto y vivió penurias económicas. En París trabajó brevemente para Alfred Nobel con quien estableció una profunda relación de amistad que duraría años. La vida y el ejemplo de Bertha von Suttner, autora de la obra cumbre del pacifismo ¡Adiós a las armas¡, le sirvió como inspiración a Nobel para crear su reputado premio. El primero de todos, el de la Paz, abrió el camino a una larga tradición de reconocimientos a la labor humana, científica, económica y literaria. Y la primera mujer en iniciar dicha tradición fue Bertha von Suttner.

La hija póstuma de un militar
Bertha Felicitas Sophie nació el 9 de junio de 1843 en Praga, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro en el seno de una familia de militares. Bertha fue la hija póstuma del conde Franz Kinsky von Wchinitz und Tettau, mariscal de campo del Imperio Austro-Húngaro y su esposa Sofía Wilhelmine. Ya desde su nacimiento recibió el título de condesa de Kinsky y vivió rodeada del lujo de la corte. Recibió una esmerada educación de la mano de un tutor personal, aprendió varios idiomas y viajó en múltiples ocasiones. 

Pero aquella vida de lujos y tranquilidad económica terminaría cuando su madre ya no fue capaz de mantener el elevado ritmo de vida que la corte exigía. 




Una condesa institutriz
Bertha tenía entonces unos treinta años y decidió buscarse un trabajo para poder independizarse económicamente. En 1873 empezó a trabajar como institutriz en casa del barón Karl von Suttner donde se hizo cargo de sus cuatro hijas. Su estancia con los von Suttner solamente duró tres años. Bertha se había enamorado del hermano mayor de las chicas, el conde Arthur Gundaccar von Suttner. El barón no sólo se opuso porque Bertha tuviera siete años más que Arthur. La joven, a pesar de pertenecer a la aristocracia, poco podía aportar a aquel matrimonio, aparte de su título.

En 1876 el barón von Suttner invitó a Bertha a dejar su cargo de institutriz de sus hijas. Fue entonces cuando, casualidades del destino, Bertha encontró un anuncio en el periódico en el que un caballero adinerado de París que buscaba una secretaria. Aquel millonario no era otro que el químico sueco Alfred Nobel.

Una boda secreta
Su trabajo junto a Nobel se redujo a unos pocos días pero que, sin embargo, dejarían huella en ambos. Entre Bertha y Alfred nacería una relación de amistad que se perpetuaría a lo largo de muchos años gracias a las cartas que nunca dejaron de escribirse.

De vuelta a Viena, Bertha y Arthur se casaron en secreto en junio de 1876. La ceremonia llegó pronto a oídos del baron von Suttner provocando su ira y la de la toda la alta sociedad vienesa. Ante aquella incómoda situación, la pareja se marchó a vivir al Cáucaso donde vivirían casi una década sobreviviendo gracias a sus escritos en medios locales.

Palabras en favor de la paz
En 1885 el barón von Suttner aceptó al fin el matrimonio de su hijo y pudieron regresar a Viena donde Bertha continuó dedicándose a escribir y empezó a entrar en contacto con distintos movimientos pacifistas de toda Europa. En París conoció de primera mano la labor de la Asociación Internacional por la Paz y el Arbitraje e intercambió impresiones con otras personas con sus mismo ideales.

En 1889 Bertha von Suttner publicó la que sería su gran obra. ¡Adiós a las armas!, una novela en la que se relata la vida de Marta, una mujer que sufre el horror de la guerra, se convirtió en un claro referente del pacifismo y su autora en una consagrada escritora y activista internacional.

Convenciendo a Alfred Nobel
Bertha continuó dedicando toda su vida a la defensa de la paz en el mundo. Incluso después de quedarse viuda en 1902, no cejó en su empeño de demostrar a los dignatarios de los distintos países europeos de la necesidad de encontrar soluciones alejadas de los conflictos armados para resolver problemas.




Mientras continuaba con su misión, Bertha no se olvidó de su amigo Alfred Nobel al que mantuvo siempre informado de sus acciones y al que terminó sensibilizando en favor de la necesidad de implicarse activamente en los movimientos pacifistas. 

El 27 de noviembre de 1895 Alfred Nobel firmaba su testamento en el que destinaba una parte importante de su fortuna a crear un fondo con el que premiar a todas aquellas personas que hubieran dedicado de manera excepcional su vida a la paz, la ciencia y la literatura. La mujer que había inspirado e influido en aquel testamento recibiría en 1905 el Premio Nobel de la Paz.

Bertha von Suttner, quien también luchó por los derechos de las mujeres y estuvo siempre a favor de una Europa unida, participó en citas internacionales tan importantes como la Conferencia de la Haya de 1907. Ya entonces empezaba a intuir la amenaza belicista que sobrevolaba el Viejo Continente. 

El 21 de junio de 1914, dos meses antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, Bertha von Suttner fallecía tras una larga lucha contra el cáncer. 




Una sufragista en el frente, Evelina Haverfield (1867-1920)

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Hija de aristócratas, sufragista, reivindicativa, solidaria, Evelina Haverfield fue una mujer luchadora con una vida apasionante. Participó junto a su primer marido en la guerra de los Boers en África; se unió a los movimientos en defensa del voto femenino liderados por Emmeline Pankhurst; junto a Flora Sandes, la primera mujer soldado de la Gran Guerra, organizó una fundación que velara por el bienestar de soldados y prisioneros. Su vida terminó en Serbia, donde cayó enferma mientras organizaba un orfanato. Evelina fue sin lugar a dudas una mujer dedicada en cuerpo y alma a los demás.

Evelina Scarlett nació el 9 de agosto de 1867 en el castillo escocés de Inverlochy. Fue la tercera hija del barón de Abinger, William Scarlett y su mujer Helen. Evelina tuvo una infancia acomodada, viviendo primero a caballo entre Londres e Inverlochy para luego estudiar en la ciudad alemana de Düsseldorf.

Cuando tenía diecinueve años se casó con el Mayor Henry Wykeham Brooke Tunstall Haverfield, un oficial de la Artillería Real británica. A pesar de que Henry tenía veinte años más que ella, el suyo fue un matrimonio feliz del que nacerían dos hijos. Por desgracia su marido moría en 1895, solamente ocho años después de haber contraído matrimonio.

En el verano de 1899 se volvía a casar con otro miembro del ejército y amigo de su anterior marido. John Henry Balgury fue destinado poco después al sur de África donde se estaba librando la segunda guerra de los Bóers. Evelina lo acompañó y se convirtió en una ayudante destacada en la zona de combate. 

A pesar de que Evelina nunca se separó oficialmente, su segundo matrimonio se convirtió con el tiempo en papel mojado y ella, que nunca renunció al apellido de su primer marido, pronto tendría una vida muy alejada de la de John.

Los primeros años del siglo XX, su interés por la política fue creciendo hasta unirse al grupo de sufragistas moderadas de Sherborne, que dependían a su vez de la National Union of Suffrage Societies. También se unió a la Women’s Social and Politicial Union (WSPU) Evelina pasó los siguientes años volcada en la lucha por el derecho al voto femenino participando en conferencias y manifestaciones. Evelina estuvo presente en la Bill of Rights March de 1909 en la que participaron nombres destacados del sufragismo como Emmeline Pankhurst. Muchas de las mujeres que intentaron entrar en la Cámara de los Comunes para reclamar la aprobación del proyecto de ley en favor del sufragio femenino, fueron detenidas. Entre ellas la propia Evelina. También en otras ocasiones fue detenida y en algunas condenada a pagar una multa o a permanecer unos meses en prisión. En 1910, cuando fue arrestada por agredir a un policía aseguró: “Eso no ha sido nada. La próxima vez traeré un revólver”. Aquellos fueron unos años de lucha en la calle en los que Evelina se fue a vivir con otra sufragista, Vera Holme con la que convivió hasta su muerte.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, las energías de Eveline se trasladaron a la ayuda humanitaria. Además de colaborar en la fundación del Women’s Emergency Corps, se unió como voluntaria al Scottish Women’s Hospitals Units y se marchó a Serbia. Allí colaboró con la doctora Elsie Inglis ayudando a los más necesitados. Junto a la mujer soldado Flora Sandes organizó una fundación para mejorar las condiciones de los soldados y prisioneros.



Terminada la guerra, Evelina volvió a Serbia donde decidió fundar un orfanato para los niños víctimas del conflicto. Fue realizando su labor humanitaria cuando Evelina contrajo una neumonía que terminó con su vida el 21 de marzo de 1920. Evelina Haverfield fue enterrada en Bajina Basta donde había dedicado los últimos esfuerzos para ayudar a los demás.

La fotógrafa de la Guerra Civil, Gerda Taro (1910-1937)

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Pensar en uno de los mejores fotoperiodistas de guerra del siglo XX es pensar sin duda en Robert Capa. Un fotógrafo húngaro "inventado" por una mujer de la que durante años muy poco se habló. Gerda Taro se encontró un día en París con un fotógrafo llamado André Friedman con el que compartió su breve existencia. Él le enseñó todo lo que se podía enseñar del mundo de la fotografía. Ella le ayudó a crear a un gran reportero gráfico. Gerda se convirtió en los ojos de la Guerra Civil Española, de la que inmortalizó algunos de sus momentos clave, entre ellos, la batalla de Brunete. Mujer independiente y con una gran valentía, Gerda Taro fallecía bajo un tanque republicano mientras se encontraba fotografiando su huida. Tras su muerte, el nombre de Robert Capa, al que ella misma ayudó a crear, silenció durante décadas su impagable labor como reportera gráfica.

Huyendo del nazismo
Gerda Pohorylle nació el 1 de agosto de 1910 en la ciudad alemana de Stuttgart, en el seno de una familia de origen judío y polaco. Gerda vivió una infancia acomodada, sus padres pertenecían a la burguesía, y estudió en un internado suizo durante un tiempo.

En 1929, Gerda y su familia se trasladaron a vivir a Leipzig donde empezó a participar activamente en los movimientos en contra del incipiente nazismo en Alemania. Gerda fue detenida en una ocasión mientras repartía panfletos en contra de las ideas de Hitler. En 1933 viendo que su vida podía correr peligro, decidió marchar a París ante las políticas antisemitas que cada vez eran más reales en el país. A pesar de que su familia también marchó poco tiempo después de Leipzid, Gerda no volvería a encontrarse nunca más con ellos.

Inventando a Gerda Taro y Robert Capa
Con poco más de veintitrés años, Gerda se instalaba en un piso en la parisina plaza de Port-Royal y empezaba una nueva vida como secretaria de un psicoanalista mientras entraba en contacto con un amplio grupo de hombres y mujeres afines al socialismo y en contra del cada vez más amenazante nazismo.

Una de estas nuevas amistades, Ruth Cerf, fue quien le presentó en aquel tiempo a un hombre que cambiaría para siempre su vida. Y ella la de él. André Friedman era un fotógrafo judío de origen húngaro, tres años más joven que Gerda. 

En 1935 Gerda se marchó a vivir con André y empezó a apasionarse por el mundo de la fotografía. Mientras ella le ayudaba en su trabajo, él le enseñaba todo lo que sabía. Gerda aprendió rápido y en poco tiempo consiguió un trabajo como asistente en Alliance Photo. En 1936 la agencia holandesa ABC Press-Service la acreditaba como fotoperiodista.




Sin embargo, tanto Gerda como André eran conscientes de que su profesión iba a ser poco rentable si no hacían algo diferente. Así nació la idea de crear un personaje ficticio al que imaginaron como un elegante fotógrafo americano con un nombre atractivo. Así nacía Robert Capa quien, hasta que se descubrió su verdadera identidad, fue una mezcla de André y Gerda. Fue entonces cuando André tomó la identidad de Capa y Gerda decidió cambiar su apellido por el que pasaría a la historia de la fotografía, Gerda Taro.




La relación de ambos se movió siempre entre el amor y la independencia que sentían, sobre todo ella, hasta el punto de rechazar una proposición de matrimonio de André. Sin embargo, en lo profesional, se respetaron siempre mutuamente.

En el frente del 36
Cuando en julio de 1936 estallaba la Guerra Civil española, a las órdenes de una agencia, Robert y Gerda se trasladaron a Barcelona para cubrir la contienda. De allí marcharon a distintas ciudades donde fotografiaron los primeros momentos de la guerra. Tras una estancia breve en París en 1937 donde publicaron una serie de imágenes bajo la firma Capa & Taro con gran éxito, volvieron a España.




Gerda y Robert trabajaron en distintos lugares y se reencontraron en París en varias ocasiones. La última, en la celebración de la Toma de la Bastilla de 1937. Gerda regresaba al frente sin saber que aquella iba a ser la última vez que se verían.

La batalla de Brunete fue el principal destino de Gerda donde inmortalizó los momentos más crueles del conflicto. Y, a pesar de que consiguió salir con vida del campo de batalla, fue en la retirada del bando republicano cuando un tanque la arrolló dejándola mortalmente herida. 




El cuerpo malherido de Gerda fue trasladado al hospital de El Goloso, en El Escorial, donde nada se pudo hacer por su vida. Fallecía al día siguiente. Era el 26 de julio de 1937. No pudo cumplir los veintisiete años.

Los restos mortales de Gerda fueron trasladados a París y enterrados en el cementerio de Père-Lachaise. 

Durante años, el trabajo como fotoperiodista de Gerda Taro quedó totalmente eclipsado por el éxito como reportero gráfico de Robert Capa, considerado uno de los mejores fotoperiodistas del siglo XX. Sin embargo, en los últimos años se ha redescubierto la vida y la obra de Gerda colocándola en un sitio merecido en el mundo del fotoperiodismo.

 Si quieres leer sobre ella 

Gerda Taro: La sombra de una fotógrafa
François Maspero





Gerda Taro

Richard Whelan 






Gerda Taro, fotógrafa de guerra

Fernando Olmeda



Esperando a Robert Capa
Susana Fortes

El feminismo sueco, Fredrika Bremer (1801-1865)

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No fue una velada feliz; porque aunque cosieron como tenían por costumbre mientras la madre leía en voz alta obras de Bremer, Scott y Edgeworth... En este fragmento de la obra Mujercitas, aparece citada una autora bastante lejana geográficamente de los Estados Unidos, Fredrika Bremer, pero cuya obra se expandió desde Estocolmo a muchas ciudades de Europa y América. No en vano, Fredrika simboliza el inicio del feminismo y el sufragismo en Suecia, su país de adopción y donde vivió buena parte de su rebelde existencia. Opuesta a las normas establecidas, la autora de Hertha se negó a adoptar el papel de esposa y madre que su familia y la sociedad en general esperaban de ella. Con esfuerzo y determinación, Fredrika consiguió ser una mujer independiente y sentó las bases de la lucha por los derechos de las mujeres en las frías tierras suecas.

Fredrika Bremer nació el 17 de agosto de 1801 en la ciudad finlandesa de Turku pero con tan sólo tres años de edad, ella y su familia se trasladaron a vivir a Estocolmo. En una mansión a las afueras de la capital sueca, Fredrika creció en un ambiente en el que nunca se sintió bien. Mientras su padre era un hombre autoritario, su madre se preocupaba solamente de preparar a sus hijas para que cuando crecieran encontraran un buen partido y se convirtieran en madres y esposas. 

Pero desde bien pequeña Fredrika tuvo otros planes para ella. Estudiando a escondidas y de manera autodidacta, la joven supo que nunca se casaría y que lo que deseaba por encima de todo era vivir una vida independiente. Algo que no agradaría en absoluto a sus padres de ideas tradicionales.

Con veinte años recién cumplidos, Fredrika y sus hermanas fueron presentadas en sociedad. Fredrika consiguió evitar cualquier casamiento mientras se dedicaba a obras de caridad, estudiar y escribir.

En 1828 empezó a escribir y publicar de manera anónima varias obras centradas en vidas de mujeres. Su novela más importante fue sin duda Hertha, publicada años después en 1856 y que abordaba la injusta situación de las mujeres.

Sus novelas y su defensa de los derechos de las mujeres la convirtieron en una de las principales defensoras del feminismo y sufragismo en su país y su fama se extendió por muchos otros lugares de Europa y los Estados Unidos.

Fredrika Bremer viajó en alguna ocasión pero buena parte de su vida transcurrió en Estocolmo, donde consiguió vivir de manera independiente, a pesar de ser una mujer. Fallecía el 31 de diciembre de 1865.

Una astrónoma en la sombra, Maria Winkelmann (1670-1720)

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Maria Winkelman fue una astrónoma en la sombra. No fue la única. Como muchas otras mujeres apasionadas por la ciencia y por descubrir los misterios del universo, tuvo que resignarse a ser la esposa y la hija de astrónomos reconocidos. Maria tuvo suerte al principio, pues su padre y después su tío, defensores de la educación de las mujeres, ayudaron a la pequeña a formarse. Ya como esposa, su marido la trató siempre como una igual y trabajaron juntos en el observatorio. También su hijo, la tuvo a su lado. Pero la gran mayoría de hombres de su tiempo no se lo pusieron fácil. Daba lo mismo que hubiera descubierto un cometa o que fuera una astrónoma muy competente. Era mujer, y eso pesaba más.

Maria Margarethe Winkelmann-Kirch nació el 25 de febrero de 1670 en la ciudad alemana de Leipzig. Desde bien pequeña, Maria recibió la educación que le brindó su padre de manera excepcional para una niña en el siglo XVII. Pastor luterano, su padre creía que las mujeres tenían el mismo derecho que los hombres para recibir una formación básica. Su padre falleció cuando Maria era todavía una niña pero su tío continuó encargándose de su educación.

Pronto Maria despertó su interés por la que sería su profesión, la astronomía, y empezó a trabajar como ayudante de un astrónomo llamado Christopher Arnold mientras aprendía todo lo que podía de él. Fue gracias a Christopher que conocería a Gottfried Kirch, otro astrónomo treinta años mayor que Maria pero que terminaría siendo su pareja.

En 1692 Gottfried y Maria se casaron. La pareja llegaría a tener un hijo y tres hijas y todos terminarían dedicándose a la ciencia. Además de matrimonio, Gottfried y Maria eran compañeros en el observatorio donde ambos se complementaban. 

En 1670 Gottfried y Maria se trasladaron a vivir a Berlín donde su marido fue nombrado astrónomo de la Academia de las Ciencias. Maria no obtuvo ningún cargo oficial por su condición de mujer pero se mantuvo al lado de Gottfried como su ayudante. La pareja se ganaba la vida elaborando calendarios y almanaques muy demandados en aquellos años. Aunque también pasaron buena parte de su tiempo en el observatorio estudiando el cielo.

Fue entonces cuando Maria Winkelmann se convertiría en la primera mujer de la historia en descubrir un cometa, el C/1702. Aunque oficialmente, fue su marido el descubridor. No fue hasta ocho años después que Gottfried reconoció a su mujer como la verdadera descubridora del cometa. 

Maria nunca consiguió el reconocimiento que se merecía como astrónoma, ni tan siquiera cuando publicó varios estudios como Las Observaciones sobre la Aurora Boreal. Al morir su marido en 1710 le volvió a ser denegado su puesto en el observatorio.



Durante los siguientes años, Maria siguió trabajando en el observatorio del barón Krosigk hasta que este también falleció. En aquellos años, Maria tuvo a su lado a sus hijos, quienes aprendieron de ella los fundamentos de la astronomía. Unas enseñanzas que verían sus frutos en su hijo Christfried, quien en 1716 consiguió el cargo de Director del Observatorio de la Real Academia de Ciencias de Berlín. Sus tres hijas, igualmente apasionadas por la astronomía, siguieron la misma suerte que su madre. Por el hecho de ser mujeres, solamente pudieron trabajar como ayudantes de su hermano.

Maria Winkelmann fallecía el 29 de diciembre de 1720 sin haber conseguido un reconocimiento oficial a su carrera y a su importante descubrimiento.

La emperatriz de la moda, Diana Vreeland (1903-1989)

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Con este rimbombante apelativo pasó a la historia Diana Vreeland, la mujer que transformó el mundo editorial de las revistas de moda y dio su toque más que personal al mundo del diseño. Mecenas de grandes nombres que hoy se deleitan con su éxito en las pasarelas, Diana Vreeland hizo de Harper’s Bazaar y Vogue algo más que revistas de consejos de moda y belleza. La que fuera una niña poco agraciada y acomplejada por su propia madre, se convertiría en una mujer icono y referente de la historia del diseño. Su obsesión por el rojo, la llevó a decorar todos sus espacios vitales con este color de manera obsesiva.

Diana Daziel nació el 29 de septiembre de 1903 en París. Su padre, Frederick Young Dalziel, era de origen inglés y su madre, Emily Key Hoffman, de ascendencia norteamericana. Diana nunca tuvo una buena relación con su madre quien constantemente minaba su autoestima comparándola con su hermana pequeña Alexandra, mucho más guapa que ella. 

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, la familia de Diana se trasladó a vivir a Nueva York donde la pequeña empezó a estudiar danza y a disfrutar de una vida disipada. Diez años después de su llegada a los Estados Unidos, cuando Diana acababa de traspasar la veintena, se casaba con un banquero, Thomas Reed Vreeland con el que tuvo dos hijos y una relación que duraría hasta la muerte de él. La pareja vivió una larga luna de miel viajando por Europa hasta que se instalaron primero en Nueva York y posteriormente en Londres. La nueva señora Vreeland dedicaba su tiempo a la danza hasta que abrió un negocio de lencería que pronto se hizo con clientas tan exclusivas como Wallis Simpson. En aquellos años, Diana empezó a conocer los entresijos del mundo de la moda y a conocer a nombres clave del sector como a la todopoderosa Coco Chanel con la que coincidió en sus constantes viajes a París.




En 1935, el trabajo de Thomas los trasladó de nuevo a Nueva York donde establecerían definitivamente su residencia. En una de las muchas fiestas a las que acudía Diana, su estilo personal llamó la atención de Carmel Show, editora de la revista de moda Harper’s Bazaar. Diana Vreeland se convertía en columnista de la prestigiosa publicación con una columna titulada Why don’t you?. Su trabajo en Harper’s Bazaar duraría desde 1936 hasta 1962. Sin embargo, a pesar de su éxito y de haberse convertido en asesora de moda de personajes tan destacados como Jackeline Kennedy, cuando se buscó sustituta para Carmel Show, su nombre no apareció como candidata.

Sin dudarlo un segundo, Diana dejaba su trabajo en la revista que había transformado y empezó a trabajar como directora de otra gran cabecera del mundo de la moda. Vogue era entonces una revista importante pero Diana le dio el prestigio y el empuje que necesitaba para convertirse en uno de los principales referentes del sector. 

A principios de los años 70 corrían nuevos tiempos y Vogue decidió sustituirla. Una vez más, Diana no se amedrentó y reconvirtió su carrera como consultora del Costume Institute del Metropolitan Museum de Nueva York, puesto en el que permaneció hasta poco antes de su muerte.

Diana Vreeland falleció rodeada de sus familiares y amigos más íntimos el 2 de agosto de 1989.

 Si quieres saber más sobre ella 


http://www.dianavreeland.com/

The eye has to travel
Documental
Autobiografía





El reflejo de la artista, Clara Peeters (1594 - 1657?)

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A lo largo de los siglos XVI y XVII fueron muchas las mujeres que se dedicaron a la pintura. Sólo unas pocas consiguieron reconocimiento en vida y pudieron vivir de su arte. Nombres como Sofonisba Anguissola, Fede Galizia o Artemisia Gentileschi nos evocan un pasado de talentos no siempre valorados en toda su dimensión artística. Muchas de ellas no sólo vieron cómo su obra era minimizada por ser mujeres sino que incluso algunos lienzos fueron usurpados por sus maestros. De muchas de ellas solamente nos ha llegado su obra, como en el caso de Clara Peeters, una pintora flamenca especializada en bodegones en los que introdujo una curiosa manera de firmar, su autorretrato reflejado en los objetos que inmortalizó. Tal fue el talento de esta artista que inspiró la creación, ya en el siglo XX, de uno de los pocos museos de mujeres artistas del mundo.

Clara Peeters nació alrededor de 1594 en Amberes y fue hija del pintor Jan Peeters. A partir de aquí, el resto de datos relacionados con su biografía, una posible fecha de bautizo, otra de matrimonio y unos viajes a Ámsterdam y La Haya son información que algunos autores consideran como parte de su vida pero otros lo ponen en duda. 

Lo que conocemos de Clara, más que su vida, es su obra, un total de 31 lienzos firmados como Clara Peeters o Clara P. Existen otras pinturas con el anagrama PC y algunas sin firmar que se han atribuido también a ella. Una producción pictórica realizada entre los años 1607 y 1621.

Vanitas | Clara Peeters (?) | 1610 - La mujer podría ser la propia autora


Clara Peeters se especializó en bodegones. Peces, piezas de caza, objetos de cocina, flores, aparecen bellamente dispuestos en sus lienzos que formaron parte de importantes colecciones como la de la reina Isabel de Farnesio y que en la actualidad se exponen en grandes pinacotecas como el Museo del Prado. Uno de los rasgos distintivos de su trabajo fue incluir en el reflejo de los objetos de metal pintados, su propio autorretrato.

Mesa | Clara Peeters | 1611

En 1987 abría sus puertas en Washington el Museo Nacional de Mujeres Artistas, un proyecto impulsado por la pareja formada por Wilhelmina Cole y Wallace F. Holladay. El matrimonio Holladay, coleccionistas de obras de arte, quedaron prendados de la obra de Clara Peeters expuesta en una galería de Viena y posteriormente en el Museo del Prado. El arte de Peeters animó a la pareja a crear un espacio en el que dar protagonismo a las mujeres artistas de todo el mundo y de todos los tiempos. Había nacido el National Museum of Women in the Arts, NMWA, que posee en la actualidad más de tres mil pinturas, esculturas y otras piezas artísticas creadas por mujeres. Su base de datos recibió el nombre de Clara, en honor a su inspiradora, Clara Peeters.

En el jarro del fondo se intuye el retrato de una persona repetido varias veces

Igual que el resto de datos sobre su biografía se desconoce la fecha exacta de su fallecimiento, que algunos autores sitúan alrededor del año 1657.

La reina breve, Lady Jane Grey (1537-1554)

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Lady Jane Grey no llegó a cumplir los diecisiete años. Tuvo una vida breve y un reinado aún más fugaz. Nueve días duró su reinado. Un reinado por el que ella nunca luchó y que fue una pantomima organizada por su propio padre y el duque de Northumberland. Lady Jane Grey fue una de las muchas víctimas de uno de los siglos más virulentos y complicados de la historia de Inglaterra, donde los problemas religiosos y dinásticos asolaron el país. Fue su propia prima, María Tudor, quien firmó su sentencia de muerte. 

Jane Grey nació el 12 de octubre de 1537 en Bradgate, Leicestershire. Jane era la tercera de los cinco hijos de Henry Grey, tercer marqués de Dorset, y Frances Brandon, duquesa de Suffolk, aunque se convertiría en primogénita a la muerte de sus dos hermanos mayores. Jane formaba parte de la familia real británica, pues su madre era hija de María Tudor, la hermana pequeña de Enrique VIII, por lo que Jane era sobrina del monarca inglés.

Jane tuvo una infancia tranquila lejos de la corte y recibiendo una exquisita educación que supo aprovechar muy bien. No en vano, se la consideró una de las damas de la realeza más cultas e inteligentes. Jane pasó largas temporadas en la residencia de Catalina Parr, la última esposa de su tío el rey Enrique VIII. Con Catalina Parr mantuvo una estrecha relación y de ella recibió una profunda formación religiosa, siendo Catalina quien inculcó en Jane su arraigada fe protestante. En aquellos años, Jane convivió también con su prima Isabel, hija de la segunda esposa de Enrique, Ana Bolena, y de la que también se había hecho cargo Catalina. Jane lloró sinceramente la muerte de su protectora en 1548. Fue entonces cuando tuvo que volver junto a sus padres y su vida pronto dio un giro radical.




El 6 de julio de 1553, el joven y enfermizo rey Eduardo VI, fallecía en el Palacio de Greenwich. Había sido el único hijo barón, legítimo al menos, que Enrique VIII había conseguido engendrar, pero no pudo superar los quince años de edad. Hacía ya tiempo que el reino se debatía entre las distintas opciones para la sucesión. Las dos hermanas mayores de Eduardo, tanto María, hija de Catalina de Aragón, como Isabel, hija de Ana Bolena, tenían sus propios defensores y detractores. María era la abanderada de la causa católica mientras que Isabel era la cabeza visible de la reforma protestante. 

Pero habían facciones que no querían que reinara ninguna de las dos, consideradas ilegítimas en algún momento de su vida. Ese era el caso de John Dudley, duque de Northumberland, quien vio en la joven Jane el arma perfecta para controlar el poder. Jane era prima de las dos supuestas herederas y estaba también en la línea de sucesión al trono por detrás de su propia madre. Henry Grey, aliado de Dudley convencieron a un moribundo Eduardo de la conveniencia de nombrar a su prima Jane heredera legítima del trono inglés. Así parece que lo hizo Eduardo quien firmó de su debilitado puño y letra un documento situando a Lady Jane Grey la primera en la línea de sucesión.




Para preparar mejor el terreno, Grey y Dudley decidieron unir sus familias con el matrimonio de Jane y el hijo pequeño del duque, Guilforf Dudley. El enlace, celebrado el 12 de mayo de 1553 no fue, evidentemente del agrado de los contrayentes quienes, sin embargo, en el poco tiempo que duró su vida juntos, demostraron ser algo así como almas gemelas. 

El 10 de julio de 1553, cuatro días después de la muerte de Eduardo VI, y antes de que las otras facciones pudieran reaccionar, Lady Jane Grey era proclamada reina de Inglaterra. Nueve días después, su prima María Tudor conseguía derrocarla. Empezaba el reinado de una de las reinas menos queridas por la historiografía inglesa, que la bautizó como María la Sanguinaria. 




Jane y su marido permanecieron varios meses encerrados en la Torre de Londres a la espera de que María tomara una decisión sobre su destino. Es probable que María quisiera evitar la peor de las decisiones pero cuando a principios de 1554 tuvo lugar la rebelión protestante, la figura de su prima se convirtió en una peligrosa representante de la causa reformista. A esto se añadieron los deseos de María de contraer matrimonio con uno de los reyes más católicos del continente, Felipe II.


La ejecución de Lady Jane Grey | Paul Delaroche | 1833

Al final, no hubo piedad para Jane. María firmaba su sentencia de muerte, que se hizo efectiva el 12 de febrero de 1554. Lady Jane Grey pasó a la historia como una reina manipulada por los intereses de los que la rodearon pues ella nunca se planteó la posibilidad de ser reina e incluso llegó a oponer cierta resistencia cuando se le informó de la supuesta última voluntad sincera de su primo Eduardo. 

 Películas que hablan de ella 

Lady Jane

Un espíritu libre, Alexandra David-Néel (1868-1969)

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Con tan sólo dos años, la pequeña y rebelde Alexandra ya mostró a su familia cual iba a ser su destino. Huir, alejarse de todo convencionalismo y buscar su destino más allá del horizonte. En aquella ocasión, no llegó a cruzar la verja de su casa, pero no sería la primera vez que Alexandra David-Néel decidiría dejarlo todo para buscar el sentido de su existencia. Fue cantante de ópera, vivió en una cueva, atravesó desiertos y montañas y entró en la ciudad prohibida de Lashma. Aquella muchacha nacida en una familia de la burguesía decimonónica, tuvo una vida longeva, superó los cien años, dedicada a la meditación, la filosofía y el estudio del budismo. 

Louise Eugénie Alexandrine Marie David nació el 24 de octubre de 1868 en París. Su padre pertenecía a la burguesía acomodada francesa y su madre, de origen escandinavo, era una ferviente católica. En un entorno acomodado pero también muy estricto, crecería la pequeña Alexandra que ya entonces empezaba a tener el impulso de atravesar las rejas de su casa sin la compañía de sus progenitores. En varias ocasiones se escaparía Alexandra poniendo en alerta a sus padres e implicando incluso a la policía. Cuando se perdía no se alegraba de que la hubieran encontrado, más bien todo lo contrario.

Alexandra creció leyendo a Julio Verne y soñando que algún día ella podría protagonizar alguna de aquellas increíbles aventuras. 



Cuando Alexandra tenía cinco años, sus padres se trasladaron a vivir a Bruselas donde volvería a repetir sus huidas. Con quince años ya había viajado por Holanda y había atravesado el canal de la Mancha y a los diecisiete viajó a Suiza con un manual de Epícteto como único equipaje. Como sucediera con su periplo inglés, su viaje suizo terminó cuando se le terminó el dinero y su madre la recogió en las cercanías del lago Maggiore. 

En 1886 parecía que empezaba a sentar la cabeza cuando ingresó en el Real Conservatorio de Bruselas donde se formó como cantante de ópera y llegó a ganar un premio por su talento. Años más tarde se fue a estudiar primero a Londres y después a la Sorbona de París. En aquel tiempo, Alexandra entró en contacto con el mundo de la gnosis y el esoterismo. También los movimientos anarquistas radicales de la capital francesa empezaron a llamar su atención. Tal fue su interés por el anarquismo que escribió un libro que ninguna editorial se atrevió a publicar. Con la ayuda de un amigo, consiguió hacer una autoedición y, a pesar de que no llegó a tener mucho éxito, terminaría siendo traducido a cinco idiomas y sería muy conocido en los círculos anarquistas de todo el mundo.

En 1891 Alexandra heredaba una importante suma de dinero de su abuela que invirtió en un nuevo viaje que cambiaría completamente su destino. En la India, además de quedar totalmente fascinada por los cantos y los principios de los tibetanos, estudió sánscrito y yoga y exprimió todo el dinero que tenía en aquel mundo que la atraparía para siempre. Pero cuando se quedó sin nada, Alexandra se vió obligada a volver a Bruselas.

Durante un tiempo se dedicó a la música realizando conciertos y giras como cantante de ópera. En uno de esos viajes, en 1900, Alexandra conocería al que se iba a convertir en su marido. Fue en Túnez, donde su vida se cruzó con la de un ingeniero de ferrocarriles llamado Philippe Néel, con quien se casaría cuatro años después. Es difícil imaginarse a Louise como una esposa de principios del siglo XX y por supuesto que nunca lo fue. A pesar de que su vida en Túnez le gustaba y viajaba constantemente sola y con su marido, quien le dejaba plena libertad, un día decidió volver a dejarlo todo.

Era el caluroso mes de agosto de 1911. Su amada India la estaba esperando. Tardaría más de una década en reencontrarse con su marido con quien, sin embargo, mantuvo una intensa relación epistolar. Su periplo vital la llevó a explorar los lugares más significativos del budismo. En 1912, tras encontrarse con un hombre llamado Sikkin al que consideró como su maestro, decidió recluirse cerca del monasterio de Lachen dentro de una cueva. Su excepcional encuentro con el Dalai Lama fue para Alexandra una experiencia única para aquella mujer que siguió explorando lugares como Katmandú o Benarés.

Convertida en una gran conocedora del budismo, llegó a experimentar situaciones sobrenaturales como la creación de un ser fantasmal, en 1914 fue ella la que fue identificada como maestra por un joven tibetano, Yongden, con quien pasó el resto de su vida. Yongden fue su más fiel siervo quien no sólo ayudaba a Alexandra en las tareas cotidianas sino que colaboraron en la traducción y el estudio de textos budistas. No en vano fue considerado su hijo adoptivo.

Tenía cincuenta y siete años cuando Alexandra iniciaba el gran reto de su vida. A través de una peligrosa y desconocida ruta, ataviada con un disfraz de peregrino y ocultando su rostro y sus manos con hollín, Alexandra, Yongden y unos pocos miembros de aquella extraña comitiva, alcanzaron la ciudad prohibida de Lhasa y atravesaron sus puertas. Alexandra era la primera mujer occidental que había entrado en la ciudad santa.

En Francia se conocían las aventuras de aquella mujer considerada una auténtica rara avis, gracias a sus escritos que se fueron publicando en distintas revistas francesas. Pero al llegar a París acompañada de Yongden, su fama fue tal que decidió retirarse a una casita de campo en la Provenza francesa, en Digne-les-Bains en donde pasaría temporadas escribiendo y meditando y a donde volvería de sus aún muchos viajes. Le quedaban muchos años de vida y no estaba dispuesta a anclarse en ningún lugar del mundo.

Incluso poco antes de morir, cuando ya había cumplido los cien años, renovaba su pasaporte. Pero su cuerpo dijo basta un 8 de septiembre de 1969, sin permitirle llegar a los ciento un años y seguir aprovechando el tiempo. Un tiempo que Alexandra David-Néel supo disfrutar a su manera, experimentando la vida, observándola y buscando siempre su esencia de la mano de la meditación y el budismo que le dieron el sentido verdadero de su existencia.

El ángel custodio, Rafaela Ybarra de Vilallonga (1843-1900)

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Rafaela Ybarra fue una mujer privilegiada que nació en una familia de la alta sociedad bilbaína y se casó con un rico industrial catalán. Rafaela estaba destinada a tener una vida regalada pero decidió, por propia voluntad, dedicar su tiempo y parte de la fortuna familiar en ayudar a los más necesitados. Mujer de profunda piedad, fue una madre abnegada que llevó una vida cercana a la santidad. No en vano, Rafaela Ybarra, fundadora de la Congregación de los Ángeles Custodios, institución de ayuda a los necesitados, fue beatificada por Juan Pablo II y en la actualidad se encuentra en proceso de canonización.

Rafaela María de la Luz Estefanía de Ybarra y Arámbarri nació el 16 de enero de 1843 en Bilbao en el seno de una familia de la alta sociedad bilbaína. Su padre, Gabriel Ybarra, era uno de los principales industriales del País Vasco que se había enriquecido con el negocio floreciente de los altos hornos. Su madre, María del Rosario de Arámbarri, era una ferviente católica que transmitió a su hija sus creencias religiosas. 

Rafaela fue una joven feliz, que vivió una infancia y una adolescencia alejada de cualquier carencia y necesidad. Aún así, pronto fue consciente de la pobreza que existía en las calles de la ciudad, sobretodo fijándose en las mujeres desarraigadas. Rafaela no dio la espalda a aquel mundo de desfavorecidos y empezó a realizar obras de caridad. 

Con tan sólo dieciocho años se casó enamorada de José de Vilallonga, un industrial catalán que había empezado a hacer negocios con el que se convertiría en su suegro. La boda se celebró el 14 de septiembre de 1861. A pesar de que José de Vilallonga tenía veinte años años más que Rafaela, aquel fue un matrimonio feliz, basado en el mutuo amor y sobre todo en el mutuo respeto. La pareja tuvo siete hijos, de los cuales dos no sobrevivieron y uno sufrió una terrible parálisis. Rafaela se hizo cargo también de cinco sobrinos suyos al morir la madre de los pequeños.

Mujer de gran piedad, Rafaela decidió vivir una profunda existencia religiosa y, con la ayuda de su fiel confesor, se dedicó en cuerpo y alma a ser una perfecta católica. Pero siempre sin olvidarse del mundo que la rodeaba. Rafaela fue muy sensible a los problemas de los obreros de las fábricas de su familia. En concreto sufría por las niñas y jóvenes expuestas a muchos más peligros y en ellas se volcó para protegerlas. Primero acogiendo a las muchachas que encontraba en la calle en su propio hogar hasta que decidió crear espacios destinados a ellas. Con la ayuda de otras mujeres voluntarias, Rafaela Ybarra fundó instituciones como la Casa  Asilo de la Sagrada Familia. 

Pero la gran obra de Rafaela Ybarra fue sin duda la fundación de la Congregación de los Ángeles Custodios. La idea inicial fue un piso abierto el 8 de diciembre de 1894 en el que ella y tres mujeres más, se comprometieron a acoger y cuidar a niñas desarraigadas. Aquel sería el inicio de una congregación que en la actualidad cuenta con más de treinta casas repartidas por España y América.

Seis años más tarde, cuando su gran proyecto estaba aún tomando forma, Rafaela Ybarra fallecía. Fue el 23 de febrero de 1900. Tenía cincuenta y siete años. Ochenta y cuatro años después, el 30 de septiembre de 1984, el papa Juan Pablo II beatificaba a Rafaela Ybarra y se iniciaba su proceso de santificación.

 Si quieres leer sobre ella 


El jardín de los tilos
Jose Luis Olaizola
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